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¡Renunció!

Por: Pal Tinto, crítico literario | Publicado: 28.12.2019
¡Renunció! | Agencia Uno
Podríamos decir que este año 2019 que se cierra como un horizonte turbulento, nos hizo inocentes a unos cuántos. Veníamos creyendo en algo, confiábamos en nuestra categoría OCDE, éramos el país oasis de la calma en un barrio de naciones devastadas por la convulsión política y social. Y como en una broma pesada, caímos inocentemente. Nos quitaron la silla justo cuando jurábamos que íbamos a descansar las posaderas y fuimos a dar con el traste al suelo.

El día de los inocentes, que en rigor fue una matanza de niños ordenada por Herodes en Belén, es habitualmente motivo de todo tipo de bromas y chanzas, las más común de las cuales es hacer caer al desprevenido con alguna noticia falsa. Estoy embarazada, nos vamos a casar, o aún la muerte de algún idolatrado Camiroaga, suele ser el tipo de mensajes que provocan las más diversas reacciones en los inocentes que no reparan previamente en el calendario.

Así, podríamos decir que este año 2019 que se cierra como un horizonte turbulento, nos hizo inocentes a unos cuántos. Veníamos creyendo en algo, confiábamos en nuestra categoría OCDE, éramos el país oasis de la calma en un barrio de naciones devastadas por la convulsión política y social. Y como en una broma pesada, caímos inocentemente. Nos quitaron la silla justo cuando jurábamos que íbamos a descansar las posaderas y fuimos a dar con el traste al suelo.

O podríamos más bien decir que Chile perdió toda la ingenuidad imaginable posible, y que no habrá nunca más un día de los inocentes, habida cuenta de la humillante y humillada posición en que hemos quedado merced a nuestra élite política, que ha lucido incluso internacionalmente una descomunal, flagrante y hasta patológica desconexión con la realidad, siendo capaz de decirnos sin asomo de pudor, como si se tratase de una broma del día de los inocentes, que los responsables de la crisis son alienígenas, inmigrantes, que hay un enemigo poderoso y organizado al que es imposible identificar, o que todo es culpa del pop koreano que consumen nuestros niñes. El nivel es tal, que no sorprendería el nombramiento de un caballo en la intendencia, al más puro estilo de Calígula.

Pienso en algunas películas. En la película La edad de la inocencia (Scorsese, 1993) dos amantes asumen por respeto a las tradiciones y convenciones de su época y clase social, la inviabilidad de su amor, postergando para siempre la posibilidad de vivirlo realmente. Nadie se atreve a dar un paso definitivo para romper el orden establecido, sólo hay tímidos atisbos por parte de ella, pero son rápidamente reencausados. En realidad tímidos no son, sus intentos de liberación son más bien de una valentía bastante cara para una mujer. Pero no se puede nomás. En El fin de la inocencia (Cuesta, 2006) dos niños se meten en problemas de puro atrevidos, de inquietos, de niños que son, y terminan pagando caro, con la vida de uno de ellos, ese doloroso trance de comprender y pertenecer al mundo adulto. Y finalmente, en El silencio de los inocentes (Demme, 1991), filme que inaugura la saga en torno al personaje Hannibal Lecter, al margen del thriller de terror, o debajo de sus líneas, está la posibilidad de leer la crueldad y el desagarrador dolor que enfrenta un transexual sometido desde su nacimiento a sistemáticos abusos, a la hora a afirmar su identidad en un mundo como el actual. Nadie nace criminal, el criminal se hace, aprende el odio hacia sí mismo y a manifestarlo como odio por los otros, por los demás. La cinta nos puede así asomar a las causas de los desequilibrios más patológicos de un individuo, pero también de la sociedad en que este surge. 

Me parece que cualquiera de estas tres películas podrían releerse con suma pertinencia al calor que nuestro fin de año. Sin embargo, una película que acaso resulte más pertinente en este 28 de diciembre, sea la española Los santos inocentes (Camus, 1984), porque toma su nombre precisamente a partir de la matanza de niños a manos de Herodes. Gente absolutamente inocente asesinada porque sí. Campesinos pobres masacrados exclusivamente como una mera demostración del poder de los hacendados ricos. Un hecho demasiado real, allá en los tiempos de Jesucristo, como acá en los tiempos del perro matapacos. 

Lo cierto es que los únicos inocentes son las víctimas de una represión desmedida a injustificada. Cientos de personas mutiladas, violadas, baleadas. ¿Qué culpa tuvieron? ¿Salir a protestar con una cacerola? Cualquiera que haya visto o ido a participar de estas protestas que no se detienen ni se detendrán, puede certificar que no hay ni siquiera las legendarias bombas molotov. La única molotov que se ha visto es la que fue a dar en la cabeza de una carabinera en la época de las fake news y la posverdad, cuando no se puede creer en ninguna imagen, cuando el presidente dice que todo es un montaje, que carabineros no dispara al cuerpo, cuando no hay verdad, porque esta se acomoda a lo que quiera creer quien la sostenga. Así, las víctimas reales son negadas. Como cuando se nos decía que los detenidos desaparecidos eran un invento, que andaban de vacaciones. Pero no hace falta ser un erudito en redes sociales o un experto en Big Data para entender que el grito de la calle “Chile despertó” significa precisamente eso: el fin del día de los inocentes.

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