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Sobre la posibilidad de perder la vida en una feria del libro

Por: Eduardo Farías | Publicado: 07.01.2020
Sobre la posibilidad de perder la vida en una feria del libro |
A partir de la última realización de la Furia del Libro, de su rechazo a la financiación pública del Estado y de las críticas hacia su gestión en el espacio del GAM, se ha abierto el debate sobre la relación entre la política pública y las ferias privadas o municipales. El rubro viene en crisis en su polarización gremial desde la creación de la Corporación del Libro y la Lectura, y su feria FAS, hasta el declive de la Feria Internacional del Libro de Santiago. Frente a este panorama negativo, las ferias de libros regionales se han posicionado desde sus literaturas locales y han permitido, en la medida de lo posible, la circulación de material bibliográfico interregional.

Más allá del caso de la Furia del Libro y del contexto particular que estamos viviendo, me atrevo a afirmar que las ferias del libro son un problema económico para las (micro)editoriales independientes, para las cartoneras y las editoriales ácratas. Necesito, en este punto, situarme al menos desde mi experiencia propia como microeditor independiente. Las ferias del libro se transforman un problema económico para el bienestar de la economía interna de cada editorial y reflejan el problema estructural de la desigualdad en el ecosistema del libro, cuando, lo sabemos, son fundamentales para crear lectoría, para defender la práctica lectora de la desaparición.

Las ferias del libro son, sin duda, la experiencia más significativa para el mundo editorial y las ventas son solo una parte, también se encuentra la satisfacción de exhibir el catálogo, de llegar a esos lectores, aunque sean pocos y el “negocio” se sostenga. Además, medimos el pulso de una feria por la cantidad de gente que asiste, por el contacto con los lectores no solo en la relación directa en el mesón, sino en cuanto a las actividades a las que pueden tener acceso, y por la comunicación interna entre colegas y los distintos actores del libro. Por ello, la feria del libro es un lugar necesario para que una (micro)editorial muestre su trabajo, su catálogo: hay también en esta perspectiva una obligación autoimpuesta, debido a la tradición en sí de la edición de libros.

El problema aparece cuando la inversión para participar en la feria del libro (lo que puede incluir costo de stand, alimentación, pasajes, estadía) no es posible de cubrir con la venta. Asistir a una feria puede poner en riesgo la estabilidad económica del proyecto editorial y afectar su programación de publicación. ¿Por qué se debería participar de, por ejemplo, la Feria Internacional del Libro de Santiago, cuando no se puede recuperar, en algunos casos, el dinero invertido en el arriendo del stand? Ante esta pregunta, vuelvo a la obligación de amplificar los contenidos, de mostrar el catálogo. Tomar la decisión de no participar de una feria del libro es un fracaso editorial, pero el editor no es el culpable, pues es un costo que puede poner en juego la vida del proyecto. Estos fracasos editoriales muestran que no existen las condiciones para asegurar la circulación de bibliodiversidad en el territorio y que el Estado, con lo poco que financia, sostiene la precarización, junto con el desarrollo de la centralización editorial. Urge una nueva visión sobre la importancia de las ferias del libro en una nueva política nacional del libro y la lectura.

Desde mi perspectiva, además de financiar la operación de ferias regionales consolidadas, incluyendo las de Santiago, es necesario impulsar una feria nacional e itinerante del libro: de norte a sur, de sur a norte. Una feria que permita que todos los proyectos editoriales nacionales (y extranjeros que por motivos de migración forzada estén funcionando en el territorio) puedan participar y mostrar sus catálogos. Pensar en la edición chilena incluye no discriminar catálogos por su situación de ilegalidad tributaria o por su postura sobre el copyright. ¡O es para todos los catálogos o para ninguno! E incluye, además, la gratuidad de participación para que así la venta pueda permitir la autogestión y la ampliación del catálogo; de tal manera, la experiencia de los editores siempre será un éxito, vendan o no vendan; pues tendrán la satisfacción de que sus catálogos tuvieron la misma oportunidad que el resto de ser exhibidos en territorios que a los cuales no podrían haber llegado de manera individual.

Necesitamos una feria nacional e itinerante del libro que permita eliminar otra desigualdad estructural en el ecosistema del libro: la ausencia de ferias de libros en regiones. Esta situación refleja el rezago de muchos territorios, lo que se muestra también en la ausencia de librerías. Atacar el desierto de no lectores implica el trabajo lento de mostrarles la bibliodiversidad y convencerles de que sí hay libros para ellos. Los procesos participativos de organización de cada territorio son indispensables para descentralizar una política nacional como la que planteo; de la misma manera, en las regiones que ya tienen experiencia con sus ferias del libro, una nueva política nacional debiese financiarlas y hacerlas partes del circuito nacional de ferias. Es estúpido que no se aprovechen las capacidades humanas de cada territorio y la experiencia adquirida.

Una feria nacional e itinerante del libro debe combatir las desigualdades estructurales que he mencionado como lo medular. Una política nacional como la que planteo, afecta directamente la oportunidad exitosa de los encuentros entre los lectores y los libros, ya que hace justicia al rezago estructural de territorios regionales en el acceso a la bibliodiversidad y fomenta la circulación de libros en pos de una descentralización cultural para combatir el desierto de no lectoría que existe en el territorio nacional. Si Chile despertó, entonces no hay que permitir que nuevamente se duerma, y los libros tienen un rol fundamental en tal tarea.

 

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