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#AllendeEnlaCultura| La expropiación: una novela ‘upelienta’

Por: Rodrigo Miranda, periodista y escritor | Publicado: 01.09.2020
#AllendeEnlaCultura| La expropiación: una novela ‘upelienta’ |
En «La expropiación» (Sangría Editora, 2016) me propuse viajar a 1971, a la construcción del edificio UNCTAD III, el icono de la UP. Un edificio que se pensó Gabriela Mistral y devino lo contrario: Diego Portales.

El golpe del 11 de septiembre de 1973 no solo abortó el proyecto político y social de la UP, también inició un proceso de exterminio de su poder simbólico y cultural. El objetivo de esta operación era borrar cualquier indicio o reminiscencia asociada al período de Salvador Allende. Hacer desaparecer todos los símbolos que pudieran recordarlo. Fue una operación que incluyó muertes, tortura, encarcelamiento.

De 44 impactos de bala fue asesinado el cantautor Víctor Jara. El cuerpo masacrado apareció el 16 de septiembre de 1973 en las afueras del Cementerio Metropolitano, tras ser torturado en el Estadio Chile.

También hubo exilio, censura, persecuciones, despidos en oficinas públicas, exoneraciones en universidades, cambios de nombre de edificios, calles, villas y escuelas, quemas de libros Quimantú frente a las Torres San Borja. 

De UNCTAD III a Diego Portales

Los murales realizados en el Mapocho en 1972 por José Balmes, Gracia Barrios y estudiantes de la Escuela de Artes de la Universidad de Chile, cubrían doscientos metros con la narración de la historia del movimiento obrero chileno. Fueron cubiertos con una mano de pintura gris en los primeros días de la dictadura. Más tarde, los temporales del 82 lavaron los muros y las imágenes reaparecieron por breve tiempo hasta que fueron cubiertas de nuevo. 

El primer gol del pueblo chileno, mural de la Brigada Ramona Parra y Roberto Matta en la piscina de La Granja, fue borrado y cubierto por 14 capas de pintura, casi una capa de pintura por cada año de dictadura. 

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Palomita Blanca, rodada en 1973 por Raúl Ruiz, permaneció censurada por 17 años y solo pudo estrenarse en 1992. 

El Centro Cultural Metropolitano Gabriela Mistral, hoy GAM, fue tomado por los militares golpistas y la mayoría de las obras de arte –de Roberto Matta, Nemesio Antúnez, Federico Assler, Mario Carreño, Roser Bru, Guillermo Núñez, José Balmes y Gracia Barrios– que se habían incorporado a su arquitectura fueron destruidas o robadas. 

El sueño de Allende

El sueño de Allende era que la exsede de la Tercera Conferencia de Comercio y Desarrollo de Naciones Unidas (UNCTAD III) permaneciera abierta al pueblo y dedicada a la cultura.

La construcción del edificio demoró el récord de 275 días. Todos los involucrados en el proyecto, desde los arquitectos hasta el último obrero, recibieron el mismo sueldo: el salario de la época de un obrero calificado. 

La ONU le pidió a Salvador Allende un edificio de 40 mil metros cuadrados –que no existía en Santiago– para la conferencia. Quedaban 300 días y se empezó a construir. Los obreros trabajaron 24 horas en tres turnos, no pararon. Allende celebró los tijerales con un gran asado en plena Alameda con todos los trabajadores y sus familias. 

Después de la UNCTAD, el restaurante del recinto, primer autoservicio con bandejas del país, se convirtió en comedor popular con almuerzos a precios accesibles para el público general. Cada uno tomaba su bandeja y por $ 2.300 escogía uno de los cuatro menús, bebida y postre. Se servían más de tres mil raciones al día, desde el desayuno hasta pasada la medianoche. Ideado por quien fuera dueño de la antigua cadena de restaurantes Chez Henry, el español Salvador Morera, el casino reunió a distintas clases sociales, universitarios de morral, obreros, profesores y oficinistas.

A partir de septiembre de 1973, el centro cultural fue cerrado, rodeado de rejas como si fuera un imbunche arquitectónico y transformado en sede y centro de operaciones de la junta golpista. 

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Fue rebautizado Diego Portales y perdió su vocación pública y ciudadana como corredor cívico entre la Alameda y el Parque Forestal. Hasta se cambió el color a la escultura del Félix Maruenda –la chimenea de ventilación del casino popular, ubicada en el costado oriente del edificio–, que estaba pintada de rojo y fue repintada en un tono verde claro, próximo a la paleta cromática militar.

Los obreros de la UNCTAD

Pensé La expropiación como un imbunche, un híbrido, una remezcla, una sucesión de injertos, de estilos cosidos y recosidos, hilvanados, que se trasponen en un diálogo de diferentes tradiciones literarias. La novela es la reconstrucción de una genealogía de referentes y el resultado es deforme, monstruoso, grotesco. 

El inicio es realista-socialista e intenta estetizar el cuerpo del obrero a través de una voz colectiva, un plural donde el yo es aplastado por el nosotros. El narrador del yo que intenta homogeneizar el discurso es aniquilado por un narrador coral y obrero.

Los obreros comen materiales de construcción, se alimentan y cagan cemento, piedra, clavos. Una pareja de obreros concibe un hijo en el edificio. Ese niño es el aborto de un proyecto de futuro, un niño momia, un niño ruina, un cuerpo residual. La voz barroca entra cuando el proyecto realista colectivista es hecho fracasar, abortado. Ahí la voz del narrador se disloca y entra la voz de la ruina.

El discurso flaite del hombre nuevo

En clave de crítica cinematográfica, tomo como base la estructura de la película chilena Nadie dijo nada de Raúl Ruiz, estrenada en 1971. Un poeta –su actor fetiche Luis Alarcón– hace un pacto con el diablo (que es argentino, encarnado por Nelson Villagra), viaja al Chile del futuro junto a grupo de poetas chilenos, y dentro del grupo hay un poeta que escribe un cuento sobre unos poetas que viajan al futuro. El relato se ubica dentro del relato.

En la novela habla el Hombre Nuevo, uno muy diferente al que imaginó Allende: es el discurso flaite que no habla sino que escribe en su messenger o WhatsApp. Es una escritura nueva, otra vez la voz de la ruina, la ruina de la novela. 

La voz del flaite se une a la voz de los obreros, la voz del niño, la voz de un arqueólogo del futuro llamado Niemeyer. Un discurso omnisciente, racional y taxonómico. Hay una opción por el caos total de voces. Esta también es una novela de archivo y aparece una lista con los nombres de los obreros que construyeron el edificio. Es un memorial y funciona como espejo de la primera parte realista-obrera. En paralelo, hay un punteo temporal. Faltan veinte, diez, dos días para terminar el edificio. 

A esa conjunción de voces se une la voz de Allende. Sus discursos son remezclados, les busco otro orden y el discurso estalla, se disloca. En su discurso de inauguración del edificio y de la UNCTAD III, Allende todavía es optimista, quiere erradicar la pobreza del Tercer Mundo a través de la protección los recursos naturales y la producción de conocimiento y tecnología. Toda la novela es una preparación para ese manifiesto visionario.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                              

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