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VOCES| ¿Cuántas Antonias serán necesarias para detener este círculo enfermo de mujeres violadas, y jueces, asesinos y violadores invictos? 

Por: Pía Gonzalez Suau, escritora | Publicado: 22.07.2020
Las mujeres no podemos beber y perder el control. Si un joven se emborracha y lo asaltan, lo golpean, le roban el celular y la plata, es un delito, no hay vuelta que darle. Nadie se detiene a pensar que la culpa es de él porque bebió demasiado, al contrario: pobre que se aprovecharon de su estado para agredirlo. ¿Valen más las tarjetas de la billetera y el teléfono que el cuerpo de Antonia? Pareciera que así es para ese juez que no consideró un peligro para la sociedad a un imputado por cinco delitos del mismo tipo.

Los instantes previos a un suicidio deben ser momentos donde todavía es posible salvar al suicida. Si se llega a tiempo, tal vez no siga adelante, la angustia aminore un poco y cambie la decisión.

¿Fueron esos minutos así para Antonia? Tan solo pocos días antes su vida era otra. Se proyectaba a un futuro, tenía sueños, frustraciones, anhelos, risas, podría haber tenido hijos o hijas tal vez. Estaba viva. Pero no llegamos a tiempo y ella se quedó sola. Le dejamos espacio para buscar la soga, revisar su dormitorio y encontrar el lugar, pasársela alrededor del cuello y dejarse caer en una agonía sin retorno. La dejamos sola, con su rabia y su pena, con el cuerpo magullado, con esa herida invisible que es la violación, porque la vagina no está expuesta, no está afuera para exhibir su historia.

Todo para nosotras es hacia adentro ¡Qué facilidad tiene la violencia para ser disimulada! Antonia cargó con un cuerpo que había dejado de pertenecerle, se desdobló y ya no cabía en él. El violador lo tomó, lo usó y lo negó. Se rió de ella, la insultó incluso y ahora mentirá con un buen montaje mediático. Nos engañará lo que sea necesario para salvar su propio cuerpo, ese que se adjudica todos los derechos, a ese que le cuelgan sus vergüenzas.

Estaba borracha Antonia. Las mujeres no podemos beber y perder el control. No creo que la virgen María lo hiciera, solo las chiquillas sueltas lo hacen, por lo tanto que no se quejen después de las consecuencias ¡Si te emborrachas te violan! Y no es que sea algo aceptable, pero es menos malo o es una violación a medias; la dañaron un poquito, no fue para tanto.

Si un joven se emborracha y lo asaltan, lo golpean, le roban el celular y la plata, es un delito, no hay vuelta que darle. Nadie se detiene a pensar que la culpa es de él porque bebió demasiado, al contrario: pobre que se aprovecharon de su estado para agredirlo. ¿Valen más las tarjetas de la billetera y el teléfono que el cuerpo de Antonia? Pareciera que así es para ese juez que no consideró un peligro para la sociedad a un imputado por cinco delitos del mismo tipo. Cinco mujeres de distintas edades dan un testimonio similar y no sabemos si detrás de la vergüenza hay más. Para el juez no es posible asegurar que el imputado sea un peligro, pero tampoco puede asegurarnos que en libertad no volverá a hacerlo, porque no tiene límites, porque su narcisismo lo lleva a tomar lo que quiere y como sea. Porque está al acecho y las mujeres abundan.

El cuerpo de Antonia cuelga en su casa. Lo dejó como una expiación de su culpa, le pide perdón a sus padres, lo abandona en una acto de desagravio a sí misma, ya no puede sostenerlo, que la muerte haga su trabajo. ¿Cuántas Antonias serán necesarias para detener este círculo enfermo de mujeres violadas y jueces, asesinos y violadores invictos? 

El montaje que puede hacer el imputado es absoluto, él está vivo para hablarnos. Puede utilizar las inflexiones de voz adecuadas, ensayar mil veces su intervención, aparecer peinado y blanco como un niño bueno, escuchar las instrucciones de su abogado por micrófono disimulado en la oreja; el papel lo ha ensayado y repasado. De Antonia solo tenemos una grabación, casi ininteligible por la incoherencia de sus palabras que piden ayuda y se nos aprieta el pecho, porque  la sentimos verdad absoluta, angustia indescriptible, no hay premeditación ni previa preparación. El testimonio de la víctima, apenas sucedido el delito. ¿O Antonia no es la víctima?

Tuvo que suicidarse para que se tomara en serio su cuerpo violentado, su espíritu quebrado, su abismante soledad. Para tener la oportunidad de ser escuchada, de no ser convertida en culpable, y se pudiera captar la magnitud del daño causado. Tuvo que renunciar a la vida para que su violador gozara de la suya, permaneciera en su casa, sin riesgo de ser violentado en la cárcel, sin que le hicieran lo mismo que él le hizo a ella.

Sospecho que no cumplirá una condena corriendo ese riesgo. Se hará lo necesario para que el chiquillo no se exponga a esos peligros y las niñas que se crucen en su camino, se vuelven invisibles a los ojos de una sociedad cuyas leyes continúan volviendo responsable a las víctimas. Pero todas sabemos que el culpable eres tú. 

Te pedimos perdón, Antonia, por no haber estado en esos minutos, no haberte detenido, no haberte abrazado y contenido tu pena y darte fuerzas para enfrentarte con él, decirte las palabras justas que necesitabas oír, haberte acurrucado en un cálido abrazo, velado tu sueño para que volvieras a despertar.

Que no se nos pasen más Antonias, enseñemos a nuestros hijos a cuidarlas, a respetarlas. Son ellos los que necesitan convertirse en buenas personas, en jueces justos, en abogados honestos, en padres que les trasmitan a los jóvenes el valor de una mujer, de cualquier mujer, no clasificadas en categorías, de monumentos irreales, de santas incorpóreas, de cánones añejos. Digámosle que un delito es una falta que debe pagarse, aunque no se vea. Porque la víctima siempre espera por justicia, aún en el silencio de su propia muerte.

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