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VOCES| El Gobierno y el arte: Saber de la pobreza con solo oír a Los Prisioneros

Por: Pía Gonzalez Suau, escritora | Publicado: 01.06.2020
VOCES| El Gobierno y el arte: Saber de la pobreza con solo oír a Los Prisioneros |
Los muros son pinturas vivas de artistas pobres. La gente baila con melodías que apelan a salir a dar una vuelta a Pudahuel y la Bandera, aplaude  a conjuntos musicales de viejos que antes fueron jóvenes perseguidos, canta himnos que les ponen los pelos de punta. Es tarea de los artistas volver visibles los sentimientos de una ciudad palpitante, sin censura ni autocomplacencia.

Podríamos invitar al presidente y su ministro a realizar un breve recorrido por los oficios del arte. Para comenzar, la música y sus melodías que nos acompañan desde siempre. Es posible conocer este país que gobiernan, saber de su pobreza con tan solo detenerse a oír las canciones de Los Prisioneros. Ese grupo de los ochenta, que parece de este siglo porque sus letras nos hablan de una penuria viva, de aquellos que no encajan en la sociedad, de los marginales, de esos barrios que no terminan de sorprender al ministro, tanto así que recién ahora los está conociendo a cabalidad como confirmó en la explicación de las explicaciones. Es un buen ejercicio, con melodía y todo, incluso tarareando las canciones aprendería de hacinamiento, miseria y precariedad. Si no tiene a alguien que le haga un informe o él mismo no alcanza a googlear los datos de la escasez, basta con que le pida al chofer, camino al ministerio, que sintonice a estos chiquillos que todavía son tan famosos y que ahora se volvieron referentes para Latinoamérica.

También podrían enterarse de una coreografía con música incluida que el colectivo LasTesis, unas talentosas feministas chilenas, repartieron por el mundo entero hablando del patriarcado, de violadores y abusos, tan notable como mensaje que lo exportaron gratis a una serie de países en una semana, algo que cualquier dueño de viña hubiese querido lograr para sus vinos.

Creaciones nacionales que empatizan con la gente porque hacen carne sentimientos e ideas que estaban atorados y no daban respiro, acumulados  por generaciones. Las palabras crean realidades, eso lo sabe el mandatario y sin embargo las dice sin antes haber asegurado las gestiones de tales esperanzas, promesas que lanza al aire por el micrófono de su discurso matutino. Eso es populismo, los creadorxs lo saben porque trabajan con la ficción y deben  inventar mundos que no existen en un juego seductor de convencimiento. Ellos necesitan de esa herramienta para crear, no para gobernar.

Hay tantas columnas y cartas escritas por periodistxs, escritorxs, científicxs, personas que claman por compartir sus conocimientos porque saben que el gobierno solo no puede. Incorporar otras miradas es fundamental para aprender. Es tiempo de preguntar, de reconocer fallas, de ponerse en conexión con su gente. Los errores no cuestan campañas… ahora matan gente.

Tantas palabras escritas que nos hablan de desigualdad, de injusticia, tanto papel impreso por mujeres y hombres que eligieron comunicar, dejar registro de esos temas sobre los que el ministro reconoció, en un arrebato de franqueza, haber sido pillado en la marcha, sin conciencia respecto a la magnitud de su desconocimiento. Para eso está la cultura, para que abran los ojos y el alma. 

Los creadorxs escogen dedicarse a oficios inseguros, viven corriendo detrás del proyecto que pagará las cuentas unos meses, si resulta. O hacen clases a jóvenxs y les traspasan la carga, para que sigan con la posta precaria y se fascinen con el hecho de vivir alertas a lo que les rodea, se pongan en los zapatos de los otros para inventar personajes, empatizar con las alegrías, penas y fracasos de su entorno para convertirlas en obras. Dramas de la humanidad concentrados en pinturas, guiones, coreografías, libros que como monedas son lanzados al aire, a ver si alguien los recoge y piensa su mundo con los ojos más abiertos.

Por eso incomodan, porque sus trabajos buscan interpelar, inquietar. La palabra Hambre, bailando en la noche para cientos de ojos, no es más que un juego de luces y letras contra un edificio común, de esos que pasamos sin ver todos los días, hasta que alguien prende la luz y se arma el escándalo. Corren con focos de luces vigiladas para borrarla, para taparla en un acto urgente de cubrir aquello que pone el dedo en la llaga. Que llega en el momento exacto, cuando el presidente sigue con un discurso ciego y sordo, insistiendo en una unidad nacional forzada, pegada con goma escolar, pronta a desmoronarse al primer tirón, ofreciendo un espectáculo lastimoso, de codazos y empujones detrás de cámara. Ya nadie se cree esa foto de políticos y gobierno juntos. Esto ya no da para seguir con un relato mañoso, con omisiones y verdades oblicuas. No infantilice más al pueblo, que todos vimos la palabra escrita en el edificio, hace rato cantamos las canciones y leemos la letra chica, incluso cuando está escrita con tinta invisible.

Los muros son pinturas vivas de artistas pobres. La gente baila con melodías que apelan a salir a dar una vuelta a Pudahuel y la Bandera, aplaude  a conjuntos musicales de viejos que antes fueron jóvenes perseguidos, canta himnos que les ponen los pelos de punta. Es tarea de los artistas volver visibles los sentimientos de una ciudad palpitante, sin censura ni autocomplacencia. Para eso están, es su trabajo y lo asumen con una vida dedicada e impredecible, como muchos.

Su responsabilidad, presidente, es sacarnos de esta tragedia de enfermedad y hambre. Usted eligió gobernar un país desnivelado, es su obligación conocerlo a fondo, bajar del pódium, mezclarse con el gentío de la mañana en el metro, de las filas por entrar al banco, del barro en las poblaciones, del frío sin parafina, de la caja que se termina antes que acaben de distribuirla, de las ambulancias y los contagiados que no llegan a sus respiradores. No tiene más que escuchar las canciones, leer los artículos, la carta de los científicos, la carta de economistas, el muro del edificio, los grafitis. Todo desde el auto, en el trayecto habitual al trabajo. 

El país es una herida abierta, mostrándose a todos sin pudor ni disimulo, no se esconde, no da tregua, no acepta que le hagan la desconocida. Aproveche a los que hablan de sus llagas, que ya no queda tiempo, que nos asfixiamos como el hombre asesinado en el país del norte, con la rodilla en el cuello, resistiendo, como dice la canción.

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