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VOCES| En estos tiempos los abusos no son para la risa

Por: Jorge Montealegre, poeta, ensayista y guionista de humor gráfico | Publicado: 24.07.2020
Hay rostros de animadores de TV a los cuales para reconocerlos hay que agregarles su risa característica. La risa se convierte en su sello. Risa muchas veces injustificada, bobalicona, de viejotes que parecieran estar en la edad del pavo. Cuando todo y nada es hilarante la risa empieza a perder sentido. Se vuelve patética.

¿Qué hacer para mantener el sitial del ‘gracioso desde el poderoso estatus de ser rostro de la tele? Por ejemplo (ha sido noticia) cortarle el pelo al camarógrafo, indefenso e inconsulto, ante las propias cámaras que operan desde el anonimato. Un capricho del rey de la risa. Un abuso. Y de algo hay que seguir riéndose. 

El camarógrafo no es ‘rostro’, no puede alegar ni defenderse al aire. No es famoso, no tiene el mismo sueldo del ‘rostro’ y nadie se da cuenta cuando un camarógrafo pierde el trabajo. Pero en estos tiempos los abusos no son para la risa. Los abusos se denuncian, la gente –que reconoce tantos abusos en su biografía– solidariza con la persona abusada.  La risa se congela en el televidente cuando cae en cuenta que es testigo de un vejamen. Que lo injusto no es para reírse. Los abusos, ahora, se denuncian. En el caso comentado se llama “trato vejatorio”, abuso de poder.

La gracia trae malos recuerdos. Tras el golpe de 1973, a los periodistas Manuel Cabieses y Alberto Gamboa los militares les cortaron el pelo en el Estadio Nacional; al Gato Gamboa uno de sus mostachos característicos. Uno solo, para que fuera el hazmerreír de los soldados. A ellos y a tantos, tijeretazos, cortes con bayoneta, tironeos. A jóvenes melenudos les cortaron el pelo en la calle. Y risas, muchas risas. La burla hiere. El escarnio de los graciosos. La impunidad del que tiene el poder. A nadie le gusta que le tomen el pelo. Por algo existe el dicho. Y el gracioso del matinal le corta el pelo a ‘su’ camarógrafo. No es chistoso. Hoy los vejámenes ya no son admisibles. Ni en público ni en privado. Son indignantes. Ningún tipo de bullying, de vejamen, debe ser admitido. Es hora de ir entendiendo.

Ante la incontinencia de la risa pueril, del payaseo sin circo, recuerdo una columna de Ascanio Cavallo en la que, refiriéndose a los discursos presidenciales plagados de bromas y apodos, habla del ‘afecto heboide’; es decir, ese estado que caracteriza a la persona que ostenta una actitud de hacerse el gracioso, y que para la audiencia representa una falta de seriedad patética porque no se contagia con esa risa y lo encuentra desubicado, de una superficialidad banal e inadecuada. Pero el que tiene el micrófono y cámara tiene el poder. 

Lo conversábamos en mi teletaller sobre Humor, Memoria y Escritura: es necesario hacer la diferencia entre el hallazgo de lo cómico y la intención humorística. No todo lo que nos hace reír se produce con intención humorística (y encontramos incoherencias cómicas en las situaciones más solemnes o desgraciadas); y no todo lo que pensamos va a ser gracioso resulta digno de risas o divertido para el respetable público. (Y la palabra respeto no es cualquier palabra). A veces nos congraciamos con la risa del poderoso (el famoso, el rico, el jefe, la autoridad) y somos parte del coro de risas cómplices, celebramos condescendientes, con indolencia, sin mayor conciencia de los efectos o profundidad de ‘la gracia’ o el chiste; luego, la reflexión puede convertir esa risa en indignación y vergüenza. O en una respuesta humorística de otro signo.

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