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VOCES| La misma policía de Pinochet

Por: Pía González Suau, escritora | Publicado: 03.10.2020
VOCES| La misma policía de Pinochet |
Son agentes del Estado, hombres y mujeres armados que sueltan un odio brutal y se sienten impunes para agredir a su propia gente. A quienes les pagamos el sueldo, las vestimentas y las armas. Ahora, al contrario de antes, hay videos que los delatan.

1986: en una manifestación un grupo de militares intercepta a unos jóvenes, Carmen Gloria y Rodrigo. Ambos menores de edad. Los golpean, los rocían con parafina y les prenden fuego. Luego, humeantes y con gritos de dolor, los transportan hasta una zanja y los dejan abandonados. Rodrigo murió. Ella no, para recuerdo vivo de la bestialidad militar. Carmen Gloria ha tenido una recuperación larga y dolorosa, pero sobrevivió para contar la verdad. 

La versión, elaborada por el propio dictador y difundida por su prensa, aseguraba que les había explotado una bomba  molotov que portaban en el interior de sus ropas. Una corte militar acusó al oficial Fernández Dittus de negligencia, por negarle asistencia médica a Rojas, pero quedó exonerado de cualquier responsabilidad respecto a la joven. Quince años después, recién se reabrió el caso. Pinochet los tildó de terroristas. 

1987: En plena manifestación, un sargento de carabineros (Orlando Sotomayor) se acerca a una joven estudiante de música, que pintaba un rayado como protesta frente a la amenaza de cerrar las escuelas de arte de la Universidad de Chile. Le apuntó a la cabeza y disparó. María Paz Santibañez quedó tendida en la vereda y fue socorrida por otro estudiante. Ella sobrevivió, a pesar de la pérdida de gran cantidad de masa encefálica. De inmediato las versiones mentirosas y confusas intentaron tapar el hecho. “Algo malo habrá estado haciendo, por algo le pasó esto”, dijo por ahí una figura televisiva de entonces, ayudando a tapar lo innombrable.

El sargento afirmó no haber apuntado en contra de ninguna persona. Fue condenado por la justicia militar por cuasidelito de lesiones graves, pero solo firmó el libro de asistencia por dos meses.

2020: En plena manifestación, Carabineros levanta por las piernas a un joven menor de edad, y lo lanza al río en el puente del Arzobispo. Las versiones de esta institución dicen que el Carabinero “lo habría ayudado a no caer” o “fue un incidente confuso”, “pierde el equilibrio”. El joven ahora está grave, con múltiples lesiones.

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¿Cuál será la mentira ahora? ¿Cómo encubrirán a los responsables? ¿Cumplirán condena o después de unos meses, los reintegrarán a la institución en otra parte del país?

He mencionado estos dos hechos anteriores, ocurridos más de treinta años atrás, porque el patrón es el mismo. Hay muchos más, todxs lo sabemos. Son cifras que se acumulan a una larga lista de asesinatos y agresiones por agentes del Estado, o sea hombres y mujeres armados que sueltan un odio brutal y se sienten impunes para agredir a su propia gente. A quienes les pagamos el sueldo, las vestimentas y las armas. Siempre sucede cuando la víctima está desprotegida, no está armada y no repele ningún ataque. Ahora, al contrario de antes, hay videos que los delatan.

Sin embargo, no parece afectarles ser reconocidos ni juzgados. Confían en las palabras de su general Rozas. No los tocarán, porque él hará las triquiñuelas posibles, una vez que los ánimos se enfríen, por tirar tierra sobre el asunto. Esa misma tierra que usó Fernandez Dittus y sus protectores, dando orden de quemar vivos a Rodrigo y Carmen Gloria, la misma tierra que cubrió el balazo a María Paz y la misma tierra podrida que ya está sobre el cuerpo azotado contra las piedras del lecho del río Mapocho. 

Ese es el Estado de derecho que hemos llegado a tener. Un general que hace lo que quiere, que tiene a sus tropas convertidas en energúmenos, como antes, como ahora y ¿cómo mañana?

Juzguen ustedes, no esos políticos que ahora rasgan vestiduras y sin embargo, mantuvieron la boca cerrada en aquellos tiempos, y que incluso querían que siguiera en el poder el dictador. Tampoco las voces de escándalo de otros que sabiendo que las fuerzas policiales no han dejado de torturar, de asesinar, de lesionar, callan porque no es conveniente alborotar las aguas y con ese silencio colaboran a seguir igual y que un joven sea lanzado al vacío. 

No vengan a pedir la unión de todas y de todos, cuando tienen las manos con sangre. Esa expresión usó el secretario de Estado gringo, después de la muerte de Rodrigo Rojas Denegri y quisieron sacarse de encima a Pinochet, que ya era un problema. No podían atajar los reclamos del mundo por los DDHH sistemáticamente violados.

¿Quiénes tienen las manos manchadas ahora? ¿Acaso no es un modo de operar sistemático juntar cifras de lesiones oculares, ciegos, violencia sexual y muertes? Esto no ha dejado de suceder y no se detendrá. Es nuestro deber, desde cada sitio donde nos encontremos, cortar de una vez la historia de violencia. De no seguir poniendo en manos de terroristas de Estado un poder que se han encargado, desde hace más de cuarenta años, de usarlo en contra de su propio pueblo.

Solo cuando suceden hechos así, tendemos a creer que parece que lo que nos cuentan de estos jóvenes no es tal, que son víctimas y no victimarios, que se defienden, en un enfrentamiento totalmente desigual. Esto está pasando aquí y ahora. Es el hijo y la hija de alguien, no están armados con fusiles, no tienen amparo si se los llevan detenidos y sus victimarios mienten porque se saben inmunes.

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