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Nacional

Esquina con un kiosco verde

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 01.04.2013

Texto y fotos: Juan Domingo Urbano

La prensa escrita en Chile lleva recién doscientos años. Su hito se encuentra en la circulación de La Aurora de Chile (1812), semanario impreso por los jesuitas y que ayudó a promover el sentir independentista en una época donde, salvo las élites política-intelectuales, muy pocos sabían leer. Entonces, al igual que en gran parte del mundo, las noticias eran vitoreadas por las pocas calles adoquinadas. Si bien no existe un registro formal de cuándo pudo haberse instituido su venta en puestos establecidos, podemos suponer que fue a comienzos de 1900. Con todo, han corrido torrentes de información bajo los puentes, y hoy los diarios nacionales se concentran solo en dos conglomerados privados. Lo que, en síntesis, convierte a la prensa escrita en un bastión conservador, elitista y sectario. El grueso de los diarios se inclina hacia un sector de centro derecha, donde la lectura tiene aún cierto estatus, y más cuando se habla de leer El Diario, sin dificultad en alzar sus hojas tabloide sobre sus narices o desplegarlo a todo el ancho de sus comedores o escritorios. Aunque también, podemos hallar esa misma dirección ideológica en variantes que, dirigida a esa otra “enorme mayoría de los chilenos”, también dosifica tendenciosamente lo que deben y no deben leer las muchedumbres. Los que, como los niños, esperan más fotos que letras en un impreso. De ahí que actualmente la distribución más masiva lo encontramos en el Metro. Ya que, mención aparte merecen los cuatro matutinos gratuitos que se entregan a la entrada de las estaciones del tren subterráneo capitalino, pasquines encargados de informar en pequeñas cápsulas, cual diario mural, en ayunas y con endulzante, dos o tres hechos entre cientos, sin mayor apuesta que ser un vitrina. Mejor irse hojeando twitter… Daría, sin duda, para otra columna discutir sobre los contenidos de la prensa hoy. Quizás lo importante sea reconocer cómo estos últimos diez años al menos, se ha comenzado a recomponer esa línea de tiempo interrumpida, con el cierre de aquellos diarios y revistas dedicados a la investigación, la opinión y difusión cultural, que ayudaron a derrocar a la Dictadura (Apsi, Análisis, Pluma y Pincel, La Bicicleta, Fortín Mapocho, La Época). Corren otros vientos, y este mismo espacio en que publico estas crónicas, corresponde a uno de los escasos medios de periodismo independiente, que han ido proliferando y que además sostienen una plataforma virtual en Internet, acrecentando su nivel de lectores. De esto último se pueden desprender varios análisis y realizar lecturas bastante alentadoras desde nuestra dimensión outsider. Ojo, pongan atención a periódicos curiosos, como El Rastro, que sigue publicando venta de casas y de autos, pero también ha ido perfilando, un fino bisturí sobre la contingencia, despachando titulares, sobre las falsas y abultadas cifras de Empleo, la legalización de la marihuana, y ahora mismo, mientras escribo, la “añeja” política de los acuerdos con Bachelet de portada. Pero vamos. Lo que importa, para ser justos con el título, es el impreso y su distribución en cada esquina. Referir a los kioscos que aún perviven en los barrios, por las grandes avenidas, en los pasajes céntricos, los terminales de buses, puertos de embarque y plazas de este largo y estrecho pedazo de tierra. Pues hasta en los lugares más remotos hay un suplementero amigo, que nos ofrece ese pan de cada día, y en ocasiones también, de manera bastante amarga, nos advierte que allí “No se presta fuego”. Comentaba un amigo, quien ha viajado bastante, como parte del equipo de comunicaciones de la presidencia concertacionista, que para comenzar a entender un país, había que fijarse en los puntos de distribución de sus diarios. No deja de tener razón. Las pocas veces que he cruzado la frontera he puesto atención a estos locales y cómo difieren unos de otros. No obstante, por sobre todo, lo que vale es el ahora: el concepto de noticia anglosajón es claro al denominarlas news, y hace mucho sentido con la conocida cita: “Tus grandes exclusivas de hoy envuelven el pescado de mañana” (Walter Lippmann). ¿Va a llevar también el diario? Para los nacidos en la década del ’70 comprar el diario tres días seguidos para conocer los resultados de PAA, resultaba un vía crucis, ante la expectación de saber si nos alcanzaba el puntaje para ingresar a la universidad. Las cosas han cambiado, ¡ahora todo es por Internet!, fundamentan los modernistas y, por otro lado, lloran los catastrofistas. Entonces era vital contar con un suplementero amigo. Los kioscos de la esquina son una referencia citadina, pues dan cuenta del nivel de urbanidad de una comunidad. “No llega ni el diario”, se dice peyorativamente, cuando algo queda muy aislado. Por razones que no van al caso describir, he constatado que los kioscos de la comuna de Providencia son unos de los más completos. No solo venden diarios y revistas, también se han surtido de todo tipo de videos, CD, manuales, libros, mapas, instructivos, artículos que distribuyen las cadenas de merchandising, para completar la oferta de algo más que noticias. En nada podrían envidiar a los de Buenos Aires, con la diferencia de que mientras en Santiago se venden revistas de tejido, en la Capital Federal también la Mafalda, o mientras se despliegan los Best Sellers chilenos de Rivera Letelier o Roberto Ampuero, en Rivadavia pude conseguir una completa biografía del salvaje Osvaldo Bayer o el disco remasterizado de Soda Stereo, “Canción animal” y terminar charlando sobre el estado de Cerati con el suplementero, un tipo de mi edad que sabía tanto del Boca como de organizaciones comunitarias y anarquismo. Por último decir que a ambos lados de la cordillera vendieron –con un año de diferencia– las obras completas de Jorge Luis Borges. Me hice de los 20 libros en el puesto de diarios afuera del metro Pedro de Valdivia. Los puntos se cruzan y encuentran. No he recorrido mucho el mundo, como mi amigo concertacionista. Pero aparte de ciertas zonas de Brasil, donde más que kioscos de diarios, encontré expendios de jugos naturales y Caipirinha; decir que en España, Madrid específicamente, los puestos son muy parecidos a los de Baires, o que asombrosamente en Barcelona, al frente del Seminario Conciliar, en las inmediaciones de la ciudad universitaria se encuentra un kiosco que, compartiendo espacio con los contenedores de basura y motos, puede hallarse una granada muestra de pornografía. Cual almacén de barrio ofrece, en este caso, la más completa selección de películas XXX, revistas, folletos, láminas y también libros eróticos, más variados y antiguos que los de la conocida serie “La sonrisa vertical”. No pude dejar de pensar que algo así en Chile sería imposible, aunque de seguro abriría de noche, como ocurre con mucha de la pornografía que en el día está cubierta y que solo alfer office asoma sus presas en los puestos del Paseo Ahumada o Huérfanos. He visto en Mendoza, puestos completos solo con cómics, así como antes en la Plaza Almagro de Santiago vi rumas de minilibros Quimantú mezclados con novelas de vaqueros, de las que leían mis vecinos en plena recesión del ’80. Se agradece que un kiosco no venda solo diarios. La foto que encabeza esta crónica, es la de un local que queda por Américo Vespucio Sur, a escasos metros de la rotonda de Quilín. Y me ha llamado la atención por años, aparte de que siempre esté cerrado, por la gráfica impresa, sobre la revolución ciclística en clave okupa. Un hombre que no se informa, no puede tener opinión Mi abuelo Domingo, durante un breve período en Santiago (desde 1995 a 2007) fue suplementero en Maipú. Digo un corto tiempo, pues para alguien que bordea los ’90 años la vida puede desplegarse como una baraja de naipes. Primero puso un local de confites y bebidas a las afueras de un colegio, hasta que consiguió un permiso municipal y además pudo colgar diarios y juegos de azar. Cada tanto –porque seguía sus 6 números de la suerte– ganaba algunos billetes, los que le servían, ironizaba, para abultar la escuálida mesada que daba a mi primo Jesús, quien le ayuda a vitorear los titulares, hacía el despacho puerta a puerta a sus clientes, mientras por la tarde terminaba el liceo en la misma comuna. De entonces recuerdo cuando de vuelta de las jornadas periodísticas, le espetó a éste, la siguiente frase (Jesús ya entraba a la adolescencia): “Oiga, Jechu, ¿no me diga que anda, como los huevones, con los pantalones abajo?” “No, tata, es que se me quedó el cinturón en la casa”, se apuró a responderle él. “Entonces vaya a la cómoda de mi pieza y póngase una correa, hombre”. Se perdió por el pasillo subiéndose sus raperos pantalones. Mi abuelo leía El Mercurio completo, y hacía los puzzles (casi) de memoria. No exagero si digo que de joven y después leía todo, hasta los papeles sucios de las calles. Ahora ya ve muy poco y está prácticamente sordo. La última vez que lo visité compartimos el calor de un brasero y una película de Van Damme. Momento que, entre la tanda comercial, le pregunté por qué no salía a dar una vuelta al Mercado o la Plaza de Armas como, recuerdo de mi infancia, lo hacía. “A qué voy a salir (desde su vuelta a Parral por prescripción médica había dejado el trago) si todos mis amigos ya se murieron”, declaró parcamente. Entonces me animé a hacerle la pregunta, ¿de qué habían muerto? “De viejos, de qué más”. Luego restregó su nariz en un gesto característico, yo moví las cenizas buscando algunas brasas. Me contaba Jesús que ahí estuvo el abuelo para el Terremoto del 2010, sintonizando la misma radio que había escuchado los últimos 40 años, y que abre con su popular eslogan, el que por año yo pensé se trataba de una reflexión suya: “Un hombre que no se informa no puede tener opinión. Y un hombre sin opinión, no puede tomar decisiones”. La decisión siempre ha sido una sola, y estamos lejos de poder manifestarla, ¿no es verdad, don Domi?

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