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Lucrecia Martel, cineasta: «Las mujeres estamos en la periferia del orden, por lo tanto le somos molestas y peligrosas»

Por: Belén Roca Urrutia | Publicado: 15.06.2018
Lucrecia Martel, cineasta: «Las mujeres estamos en la periferia del orden, por lo tanto le somos molestas y peligrosas» | Diario Los Andes
En medio de una agenda repleta de actividades, patrocinadas por la Universidad de Chile, la prolífica artista trasandina (1966, Salta) se toma un tiempo para conversar con El Desconcierto de la alegría que le provoca estar en medio de la Ola Feminista, la posibilidad de que el aborto libre sea real en su país natal, la importancia de las visiones que surgen desde América Latina y, por supuesto, de la relación entre su trabajo y la rebeldía: «Filmo con la intención de que mis espectadores sospechen de sus propias realidades».

Lucrecia Martel revisa su teléfono y responde mensajes, sin parar. “¡Es que yo debería estar hoy en Argentina, en la lucha!”, dice con una mezcla de molestia y expectación. Esta conversación se realizó justo el día en que el poroteo, o conteo de votos en la Cámara Baja del Senado de la nación trasandina a favor de la moción por el aborto libre, estaba en llamas. Cada representante podía marcar la diferencia. “¡Por Dios, mi provincia!”, exclamó. La cineasta se enfunda en sus guantes y enciende un puro, intentando disipar su enojo.

—En Salta es donde hay más violencia de género, más mujeres asesinadas, más muertes por abortos ilegales ¡Y todos, los siete diputados, votaron en contra!

—¿Y ellos son miembros de los partidos conservadores, oficialistas…?

—No. Son ignorantes. Simplemente son ignorantes, machitos a los que no les importan las mujeres. Pero eso da lo mismo, porque esto es lo interesante del movimiento de mujeres: tiene una fuerza que va más allá de la capital. Se manifiesta en todas las provincias. El otro día casi me pongo a llorar porque estaba en Salta, por razones familiares, el día en que hubo una marcha por el #NiUnaMenos. Fui a la plaza y no encontré a nadie. Entonces pensé: «¡Qué mierda! Yo me quiero devolver a vivir a Salta y acá ni siquiera se están expresando las mujeres en esta manifestación». Y de repente oí las batucadas, acompañadas de miles y miles de mujeres, jóvenes y adultas, travestis y trans marchando hacia la plaza. «¡Dios!», pensé otra vez, pero no en el dios de los católicos, «Qué maravilla es el movimiento de mujeres». Es transversal. Confluyen todos los partidos y es, fundamentalmente, joven.

—Lo que caracteriza al movimiento feminista es que sus reclamos van en contra de todas las instituciones tradicionales. Son el Estado y la Iglesia los que niegan la autonomía de las mujeres, tanto en cuerpo y voluntad. Este contrapoder, en mi opinión, tiene un paralelo también con la relación entre periferia y centro. Tú eres una realizadora mujer y de provincia. ¿Se refleja esto en una forma de hacer cine diferente a cómo se hace desde Buenos Aires?

—La cultura en Argentina, que también es parte de un modelo que se replica en toda Latinoamérica, está centrada en las capitales. La razón por la que nuestro pensamiento todavía es, en cierto modo, colonial está en este modelo de crecimiento económico desproporcionado, donde las cosas suceden en el centro y el resto del país no importa. La cultura espejea este fenómeno. Lo mismo pasa con las rutas y las comunicaciones. Cualquier alteridad, cualquier producto que surja desde las periferias es molesto y peligroso. Las mujeres, aun cuando existen diferencias evidentes entre la mujer de la burguesía y la mujer que vive los conflictos propios de los territorios donde hay menos recursos, también estamos en la periferia del orden, por lo tanto también somos molestas y peligrosas.

—»Zama» fue alabada por la crítica internacional por la prolijidad de sus imágenes y el cuidado en los detalles. Sin embargo, varias reseñas publicadas en medios de otras partes del mundo hacen hincapié en que la película no respeta la estructura narrativa tradicional del cine, como si esto fuese un elemento negativo.

—Lo que pasa es que hay mucha ignorancia en el periodismo cultural. Hay mucha ignorancia en el mundo. Pensar que un modelo narrativo no implica un sistema de ideas, una ética, una filosofía acerca de lo que te rodea es tonto. La narración hegemónica, salvo ciertos casos donde algunos genios logran hacerle trampas, es un sistema que refleja profundas concepciones sobre el poder y la organización de la sociedad. Afirma la imposibilidad de luchar contra la pobreza. No estoy exagerando ni un poquito cuando digo que un sistema narrativo es una filosofía acerca del mundo. Por lo tanto, dada la forma como pienso el mundo, yo no puedo ajustarme a un cánon que restringe mi visión.

—En una entrevista que diste para El País también levantas una crítica a esta forma hegemónica de contar historias, en particular con el fenómeno de Netflix…

 —¿Te has fijado que es un tema que se toca muy poco? ¿¡Por qué la crítica que no está cuestionándose estas producciones!? ¿Son malas las series de Netflix? No. Están muy bien hechas, los actores son extraordinarios y son muchísimo mejores que lo que veíamos en los años ochenta. Sin embargo, me quejo porque se transformó en el único lenguaje audiovisual posible para cualquier persona que trabaja en la industria. No es casual que Estados Unidos sea quien dicte estas pautas sobre cómo debe contarse una historia. No existe ninguna serie que tensione, en serio, a la sociedad norteamericana. Están hechas para que no quede espacio para reflexiones más agudas sobre el contexto que las produce. Lamento mucho que la industria esté configurada de manera tal que actores y directores latinoamericanos, muy talentosos, tengan como máxima aspiración llegar a Hollywood. Hace falta que esas miradas estén acá, mostrando la complejidad de Nuestra América.

—Tus películas son muy situadas. En «La ciénaga» el escenario rural argentino es el protagonista; y en «Zama», siendo una ficción de época, la representación de los sujetos negros e indígenas también es muy relevante. ¿Qué te motiva a llevar estas particularidades al primer plano?

En Europa y EE.UU. a «Zama» le fue increíble. En la crítica especializada y mucho más en los espectadores, pero yo creo que la mirada que viene desde allá está puesta en cierta espectacularidad, o en la belleza, o en la audacia en términos narrativos. Sin embargo, ellos son incapaces de ver lo que hay en el centro de «Zama». Habla específicamente para conectarnos con nuestra historia latinoamericana, con nuestra representación del pasado y visión del continente. Cuando presenté la película en otros países de América Latina, los diálogos que se dieron ahí fueron mucho más interesantes que las cosas que conversé en el primer mundo. A estos últimos les llamaban la atención los detalles sobre el color y la psicodelia de la película, cosas más de estilo.

 —Las lecturas de «Zama», desde el primer mundo, insisten en oponer imagen versus trama. Es lo que tú dices: mucho énfasis en el color y la composición de cada cuadro, en desmedro de observar la historia que quiere contar la película.

 Esa escisión que algunos hacen entre la trama y el tratamiento de la imagen es, para mí, el primer indicio de que no entienden cómo funciona el cine. No se puede separar todos los elementos constructivos de la imagen y el sonido del sentido de la película. No se puede pretender que el sentido es el argumento y lo demás son cosas decorativas. La gente que piensa así no entiende el cine, no entiende la literatura… te diría que no entiende la vida. En todas las partes que componen una película reside el sentido de la película. El cine mainstream nos ha infantilizado como espectadores. Nos sentamos en la butaca y de inmediato pensamos «¿De qué se trata? ¿Cuál es la historia?». ¡Relajá! ¡Mirá la película! Ya te vas a dar cuenta. Mi cine no está hecho para los intelectuales. Es para todo el mundo. Desgraciadamente, hay una porción importante del público que está muy entrenada para ver otra cosa, y se sienta esperando esa fórmula. Cuando he estrenado mis películas en pueblitos donde casi no ven cine, no ha habido ningún problema de comprensión porque la gente se entrega, las ve y las disfruta. Para apreciar mi cine no es necesario haber leído a Nietzsche. No hay un interés en dialogar con el cine universal, en tanto da lo mismo si no has visto toda la filmografía de Bergman o Rossellini. Mis películas están hechas en base a observaciones de la realidad de una mujer provinciana, del norte de Argentina. Cualquiera puede entenderlas.

—¿Y cómo es que una mujer, provinciana, del norte de Argentina, decide dedicarse al cine?

 Por casualidad. Mi vida entera es una casualidad. Cuando yo era adolescente, en Argentina se estrenó «Camila», una película producida y dirigida por mujeres. Tenía 17 años y vivía en la provincia, al margen del cine y la cinefilia. Mi relación con el formato era a través de la televisión. «Camila» aparece justo en el fin de la dictadura, y las realizadoras se pasearon por los programas de la TV hablando de cine. Así fue como pensé que el cine era un trabajo para mujeres, totalmente confundida. No me di cuenta de este error mío sino hasta que comenzaron a preguntarme si acaso era muy difícil hacer cine siendo mujer.

—En los relatos de la épica de la independencia de los territorios coloniales de América Latina, se narra cómo José de San Martín y Bernardo O’Higgins van a educarse a Europa y se adaptan muy bien al orden imperial. Don Diego de Zama, este personaje tragicómico que protagoniza tu última película, es un funcionario de la corona española sufre lo contrario: ha sido abandonado por las autoridades reales en medio de este continente extraño y salvaje, donde nunca logra sentirse uno más.

—No hay que ser compasivos con la historia de la colonia en términos de «Bueno, era otra época. Hay que ponerse en los zapatos de estos sujetos». En el siglo XVII existió Baruch Spinoza, filósofo excomulgado de todas las iglesias, con un pensamiento extraordinario. Lo que pasó acá es que nos colonizó gente con una mentalidad muy pobre respecto de la humanidad. Vinieron acá y nada, entre todo lo admirable que existió antes que ellos, les llamó la atención. Salvo poquísimas excepciones, llegaron con una notable falta de curiosidad y una enorme ansia económica. Hablando con un amigo sobre la arquitectura monumental de los Incas, él me decía «No entiendo cómo un europeo, cuando vio esto, no quedó totalmente anonadado». ¿Cómo no quisieron aprender de qué forma se erigían estos edificios? ¿Cómo no hay registros de estas construcciones? Tuvimos una conquista brutal, violenta e intelectualmente pobre. Pero también el criollaje que «luchó» por la independencia comparte la responsabilidad con los invasores al legitimar lo peor del orden colonial. El indio y la mujer quedaron fuera de las constituciones y los proyectos nacionales, y la iglesia misionera hizo lo que quiso. Entonces, para Diego de Zama, representando a todos los colonos que se desplazaron de un continente a otro motivados sólo por codicia, le era imposible asimilarse al escenario local sin la curiosidad.

—En el presente, y atendiendo a lo que sucede en Argentina y lo que ocurrió hace unos meses acá en Chile respecto del aborto, es la dominación religiosa la que más se resiste a que las mujeres logren este derecho fundamental.

—Incluso antes, te diría yo. Antes del movimiento feminista, la Iglesia Católica ya tenía conciencia, por ejemplo, de los abusos sexuales que ocurrían en su interior. ¿Por qué no quisieron ocuparse de ese problema? ¿Por qué no se interesaron, en primer lugar, en desestigmatizar el deseo de sus sacerdotes por otros hombres? De decir «Ok, le gustan los hombres. Búsquese uno de su edad». Mi idea es que hacerse cargo de estos conflictos implica admitir la fragilidad de la institución completa. La iglesia tiene una ambición de poder desmesurada, y una hipocresía a prueba de balas.

—¿Cuál es la fractura de la Iglesia que, en este momento, visibiliza el movimiento feminista?

—En primer lugar, es la Iglesia la que siempre puso a la mujer en un lugar despreciable. Piensa en las verdades de la fe, en el hecho de que el hijo de Dios debe nacer en el cuerpo de una mujer virgen. Desde ese momento inicial se condena el deseo de la mujer. La noción de la inmaculada concepción es una falta de respeto a la figura de María. Que le caiga de un día a otro un ángel que le dice «Vas a tener un hijo», sin darle tiempo para pensarlo ni mucho menos para elegir si parir o no da cuenta de la consideración que esta institución tiene sobre nosotras. Para que la Iglesia mantenga el poder que ejerce sobre la sociedad, es necesario que la mujer no tenga capacidad de decisión sobre sí misma.

—Volviendo a tu rol de cineasta, en tanto es un ímpetu creativo que emana de una mujer, pero que evita convertirse en un panfleto. ¿Por dónde va el sentido político de tus obras?

—Yo hago cine, desde mi lugar latinoamericano y con todas las limitaciones y prejuicios que están aparejados a lo que soy, para escapar de estas barreras y ver la realidad que está más allá. Filmo con la intención de que mis espectadores sospechen de sus propias realidades, porque éstas son construcciones que se pueden cambiar a voluntad. Una persona de otro color no es tonta. Una persona pobre no es vaga. Quiero romper, a través del cine, con estas concepciones.

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