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Opinión

A 40 años del golpe de Estado en Argentina: Gonzalo Carranza y el dictador Videla

Por: Francisca Quiroga | Publicado: 24.03.2016
A 40 años del golpe de Estado en Argentina: Gonzalo Carranza y el dictador Videla videla |
Hoy se cumplen 40 años del golpe de Estado que remplazó un régimen corrupto y autoritario, -el de Isabel Perón y López Rega-, por una dictadura corrupta y criminal en Argentina. El saldo fue, y es, terrible: treinta mil víctimas torturadas, asesinadas, desaparecidas. Algunos chilenos exiliados en Argentina tuvieron el raro privilegio de ser objeto de tres persecuciones consecutivas: la de Pinochet, la de Isabel Perón y López Rega, y finalmente la de Videla.

A Gonzalo Carranza le dieron la libertad para matarlo. Fue a pocas cuadras de la cárcel de La Plata, el 3 de febrero 1978, cuando tenía 27 años. Lo conocí en la cárcel de Villa Devoto, dónde estuve preso durante un año, gracias a la “Operación Cóndor”. Mi encuentro con él fue en una celda de castigo que compartimos durante dos semanas. Eran los tiempos de Videla en Argentina y de Pinochet en Chile. Los dictadores se pusieron de acuerdo para aplastar a los grupos opositores, mediante una coordinación represiva que asesinaba, torturaba, robaba y raptaba niños. En esos tiempos la vida era una lotería. Mi esposa –también detenida en Villa Devoto– y yo nos salvamos. A Gonzalo lo asesinaron.

Cuando los chilenos ingresamos a la cárcel de Villa Devoto, los presos argentinos nos dijeron que teníamos que respetar la tradición, la que se resumía en dos conceptos: los presos políticos no corren y tampoco se abren los cantos (nalgas). “La requisa” revisaba detalladamente las celdas de tanto en tanto, exigiendo al preso descubrir su ano para buscar posibles “embutes” (escondites) y luego lo obligaban a salir de la celda y correr hasta el fondo del pabellón.

El preso político debía rechazar a voz en cuello la indagación sobre su intimidad diciendo, “los presos políticos no se abren los cantos” y los guardias, en una suerte de acuerdo tácito, lo aceptaban; inmediatamente después exigían correr, pero el preso político debía gritar: “los presos políticos no corren”. Y “la requisa” dejaba pasar esa particular forma de resistir dentro de la cárcel. Eran los tiempos de Isabel Perón y de Lopez Rega.

“López Rega promovió un sistema de represión criminal clandestina que pronto se abrió paso resueltamente. Muerto Perón en julio de 1974, fue sucedido en la presidencia por su cónyuge, Isabel Martínez de Perón, bajo cuyo gobierno López Rega medró casi sin límites y su metodología se fue expandiendo sin obstáculos. El eclipse de éste en 1975 no significó la extinción del sistema sino, en realidad, su consolidación, su despersonalización y de algún modo su institucionalización. En marzo de 1976 también Isabel Perón debió abandonar el gobierno y las fuerzas armadas llevaron a sus últimas consecuencias la técnica de la represión criminal clandestina.” (Salvador María Lozada)

El 24 de Marzo de 1976 se instaló la dictadura de Videla. El gobierno de Isabel y López Rega se caía a pedazos por la corrupción, el desorden económico, el accionar represivo paralelo de la triple A, en medio de la protesta que crecía en el movimiento sindical y el accionar de las organizaciones guerrilleras. A diferencia de lo que sucedió con el golpe en Chile, el derrocamiento de Isabel Perón recibió cierto reconocimiento a nivel mundial en la ilusa creencia que se disciplinaría la represión y que volvería el orden a Argentina. No fue así. El Gobierno de Videla se convirtió en el más criminal en toda la historia argentina, con niveles de corrupción superiores al gobierno derrocado. Tuvo además la pretensión de refundar la economía argentina.

“Estado Terrorista y modelo económico neoliberal fueron las dos caras de una misma moneda: el ejército se encargó de destruir físicamente las bases de apoyo y la resistencia de los sectores progresistas, sindicatos y organizaciones de izquierda, y Martínez de Hoz se ocupó de acabar con sus fuentes de alimentación: el Estado Benefactor y la industria.” (Juan Ignacio Pontis)

Cuando, en noviembre de 1975, bajo el Gobierno de Isabel, ingresé a Villa Devoto habíamos sólo dos presos por celda, los que no corrían ni se abrían los cantos cuando “la requisa” lo exigía. Todo se pudrió a partir del 24 de Marzo. Con el golpe militar de Videla ingresaron a la cárcel dirigentes sindicales, pobladores, estudiantes e intelectuales. Pasamos a ser siete presos por celda. Ya no eran los militantes convencidos, los combatientes de la guerrilla peronista o guevarista y algunos extranjeros de los países vecinos los que convivíamos en Villa Devoto. La cárcel se masificó y se convirtió en un infierno. No sólo en Villa Devoto, sino en todo el país. Se impuso el terror y la venganza, desde el Estado. El general Ibérico Saint Jean, resumió los propósitos que perseguía el Gobierno militar: «Primero vamos a matar a todos los subversivos, después a sus colaboradores; después a los indiferentes y por último a los tímidos.”

Supe del asesinato de Gonzalo estando en Inglaterra, lugar de mi refugio político. No me he olvidado de él. Cuando llegó “la requisa” a mi celda, después del golpe de Videla, pude darme cuenta que la represión, que ya era dura con Isabel, se había convertido en algo distinto. Completamente distinto. Esta vez nos golpearon brutalmente, rompieron los escasos enseres que se nos permitía poseer y liquidaron en pocas horas esa tradición carcelaria de los presos políticos: ¡qué no se abren los cantos! ¡ qué no corren!

En efecto, los que no nos abrimos los cantos y los que no corrimos frente a la exigencia de los represores fuimos enviados a “los chanchos”, vale decir a las celdas de castigo de Villa Devoto, en el subterráneo. Allí conocí a Gonzalo Carranza. Los gendarmes me llevaron a su misma celda de castigo, lugar de un metro cuadrado, dónde no cabíamos los dos sentados.

No recuerdo la causa por la que Gonzalo se encontraba detenido. Tampoco recuerdo su militancia. Gonzalo estaba en otro piso, en el pabellón de los duros, pero en el subterráneo se acumularon todos los castigados: “los subversivos, sus colaboradores, los indiferentes y los tímidos.” Allí nos conocimos y hablamos de nuestras vidas. Gonzalo era expresivo, conversador y alegre. A los guardias les gustaba conversar con él cuando iba al baño o a través de la puerta. Le dije que con ese encanto le sería fácil convencer al juez de su inocencia. Su tranquilidad era sorprendente cuando me dijo: el juez Russo de La Plata, el que lleva mi causa, me la tiene jurada. Soy hombre muerto.

“Hasta ese día Piñero desconocía el paradero de su esposo. La última noticia había sido que el 26 de enero lo habían trasladado los militares, pero no sabía a dónde. Entonces fue a ver al juez Russo: «No siga con las gestiones porque en lugar de uno van a ser dos», le respondió el fallecido magistrado, en alusión a que la mujer podía también desaparecer.”(Testimonio de María Teresa Piñero, esposa de Angel Piñero, asesinado en la Unidad carcelaria 9 de la Plata, meses antes que Gonzalo Carranza).

Yo sentía cierta culpabilidad al saber el destino que le esperaba a Gonzalo. Los chilenos detenidos en noviembre de 1975, en el marco de la “Operación Cóndor, teníamos cierto “capital social”. Cayeron detenidos junto a nosotros una pareja de ingleses lo que nos dio protección de la Corona y, además, la protesta internacional a favor de los chilenos era inconmensurable. Solidarizar con Chile y los chilenos significaba colocarse junto a la dignidad de Salvador Allende y al patriotismo del General Prats y rechazar la vulgaridad de Pinochet. No sucedía lo mismo con Videla, quien había derrocado a un gobierno vergonzante. Eso se pensaba hace 30 años atrás, cuando se creía que los crímenes de Videla eran distintos a los de Pinochet.

“Después de verlo en tantas fotos, un día vi una en que lo llevaban preso. Iba entre dos policías, iba viejo, con el pelo blanco y escaso, más flaco que nunca, hasta parecía tambalear o era como si lo arrastraran. No se lo veía con ganas de aceptar ese destino, pero menos aún con fuerzas como para rechazarlo. Era el Monstruo. No el que Borges y Bioy imaginaron y condenaron (instrumentando el metafórico asesinato de un intelectual judío) en un endeble cuento montevideano, no el que los irritaba y agredía convocando a los cabecitas en un día festivo, no el que organizaba en la plaza histórica su fiesta interminable. Era el verdadero Monstruo, el que hizo la fiesta más sangrienta de la historia de este país, el que no la hizo en la plaza histórica sino en los sótanos del horror o en el río inmóvil. Era Videla.”(José Pablo Feinmann).

La cárcel de Villa Devoto cambió a partir del golpe militar. Los gritos de los que se aferraban a los camastros para impedir que los gendarmes los condujeran hacia la tortura o la muerte se escuchaban a diario. Pero, en la Unidad de La Plata fue peor. Allí trasladaron desde Devoto a Gonzalo, a Dardo Cabo, a Gorosito, a Rappaport y a tantos otros compañeros de infortunio que conocí personalmente o por sus historias políticas. A tantos que mataron y con quienes nos comunicábamos por “palomitas” (mensajes enviados por las ventanas de las celdas, mediante un hilo comunicante) o a quienes se les escuchaba a lo lejos las canciones de Victor Jara, Violeta Parra o Mercedes Sosa.

Jueces, curas, militares y policías represores contaron con el apoyo incondicional del jefe de la Unidad Penal N°9 de La Plata durante la dictadura, el prefecto Abel David Dupuy, para torturar, asesinar a los presos y amenazar a sus familiares. La Asociación por los Derechos Humanos de La Plata responsabilizó a Dupuy de las violaciones a los derechos humanos que sufrieron los detenidos en aquel penal de esta ciudad, desde fines de 1976 a 1980, período en que el prefecto estuvo a cargo de la jefatura del penal. En la solicitud, de cuarenta páginas, el organismo individualizó nueve homicidios, cinco casos de desaparición forzada y diecinueve tormentos. (ADHP).

Gonzalo Carranza sabía que su destino era inevitable. Lo habían condenado al patíbulo por adelantado. No importaba si era inocente o no. A los represores tampoco les interesaba el sufrimiento de su esposa, de sus padres, de los que lo conocimos y quisimos. En mi caso tan fugazmente. Yo pude salir a Inglaterra, con Alicia, mi esposa. Mis hijos, Rodrigo y Andrés, se encontraron con nosotros en viaje directo desde Chile, dónde tuvieron que permanecer durante un año por las amenazas de muerte que habían recibido en Buenos Aires.

Gonzalo está entre las treinta mil personas que desaparecieron en Argentina. Seres humanos con historias, ilusiones y deseos, con amigos, padres, madres e hijos que los aman, los recuerdan y claman por la verdad y justicia que merecen. Yo te sigo recordando Gonzalo y también te recuerda Benedetti. Si, ese. El mismo escritor uruguayo que tanto te gustaba y del que me hablabas cuando tú estabas de pie y yo sentado y luego yo de pie y tu sentado en “el Chancho” de Villa Devoto. Y allí estuvimos porque “los presos políticos no corren” y “los presos políticos no se abren los cantos”.

“A pesar de las muertes que los militares les depararon, los 30.000 desaparecidos permanecen poblando el compromiso y la esperanza. 30.000 desaparecidos que siguen aferrados en la gente que protesta, que se enfrenta, que desafía a un sistema aberrante de injusticia y perversión. 30.000 desaparecidos que reaparecen en cada fisura social, en cada marea que los trae, en las Madres que los reclaman; en los Hijos que los nombran y los pelean. 30.000 desaparecidos que son parte indisoluble de todas y todos los que han seguido luchando, sobrellevando sus ausencias. 30.000 desaparecidos que tomaron cuerpo y voz en otras latitudes en donde los reconocen como propios.” (Benedetti)

Francisca Quiroga