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Opinión

Cuando Chile se hace llamar Numancia

Por: Arnaldo Delgado | Publicado: 30.08.2016
Cuando Chile se hace llamar Numancia numancia-7 |
En Chile no son tres mil los numantinos que se enfrentan a un ejército de ochenta mil romanos, sino que pueden llegar a ser varios cientos de miles los que estén en férrea resistencia al pequeño puñado de oligarcas.

En algún momento el poeta y dramaturgo alemán Bertolt Brecht apuntó sobre las distintas maneras de matar, y no sólo describiendo la forma inmediata, sino también la mediata cuando hay estructuras de poder que trascienden a la voluntad y se depositan sobre las personas imposibilitando el ejercicio de sus soberanías y dejando sus vidas en el descuido. Por medio de un numeroso ejército en el siglo II d.C. el Imperio Romano aplicó un cerco para forzar a través del hambre y el debilitamiento social la caída del celtíbero pueblo de Numancia. Sin embargo, el embate reforzó la convicción colectiva hasta su último margen de posibilidad: El suicidio masivo como expresión de dignidad. La inmolación de Numancia fue la última deliberación soberana en comunidad como alternativa al lento morir mediato impuesto por el asedio.

Descrita en la obra de Miguel de Cervantes, la historia de Numancia llegó en versión de los hermanos Visnu y Gopal Ibarra, representada por un elenco de actores, bailarines y de un multitudinario coro ciudadano cuando se cumplen 400 años de la muerte del poeta español. Su montaje no es casual y va más allá de un afán conmemorativo. Hay referencias que nos hacen poner en crisis el aquí y ahora.

Pese a los 1800 años de distancia, Chile puede reconocerse allí y podemos presenciar esa manera de matar, apuntada por Brecht y representada en la obra cervantina, en el descuido estatal a través del deterioro del sistema público de salud con listas de espera irrisorias; en el nefasto sistema previsional con jubilaciones miserables que ha tenido a más de un millón de personas gritando No+AFP; en la contaminación industrial que afecta la salud de comunidades enteras postergadas por el centralismo. Allí es cuando Numancia se llama Freirina, Ventanas, Caimanes o Chiloé, y los numantinos son cada chileno sin acceso público a una pensión digna, a un medio ambiente limpio o a una educación y salud pública de calidad. Cuando los numantinos gritan libertad, resuena la chilena necesidad de distribuir soberanía en el ordenamiento de nuestras propias vidas, cuyas posibilidades de expresión han sido reducidas a los designios del mercado. El cerco no sólo ha sido de participación en la definición soberana sobre nuestros destinos, sino que ha sido cultural en tanto el único espacio de encuentro identitario está particularizado para el individuo consumidor. A diferencia del Imperio Romano en Numancia, el neoliberalismo ha sido efectivo en el debilitamiento del tejido social en Chile.

El aporte del trabajo de los hermanos Ibarra y el coro ciudadano subyace en la resistencia al cerco cultural al abrir la posibilidad de que la gente se pueda referenciar por sí y para sí misma usando como metáfora la trágica historia de Numancia. Es la posibilidad de ampliar el ámbito creativo democratizando su quehacer, desafiando la lógica donde históricamente se ha concebido a la cultura como práctica profesional cuyo disfrute acontece en una exterioridad por fuera de un tiempo cotidiano (como actividad de fin de semana) y como otredad por fuera del espacio habitual (cultura restringida a espacios privados particulares). En Chile no son tres mil los numantinos que se enfrentan a un ejército de ochenta mil romanos, sino que pueden llegar a ser varios cientos de miles los que estén en férrea resistencia al pequeño puñado de oligarcas. La resistencia al asedio está desarticulada y tiene que transformarse en pueblo, y para ello será necesario concebir y recuperar la cultura como expresión de nuestras vidas, y no como actividad que acontece por fuera de nosotros.

El arte político, como el de los hermanos Ibarra Roa, debe dinamizar el paso de masa a pueblo constituido, y ello implica recuperar espacios en común, y el ámbito estético es fundamental para encontrarnos en el lugar de una emotividad compartida. En la situación de nuestro debilitamiento social, el arte debe generar los lazos de reencuentro en pos de la organización -racional y sensible-, y así ampliar nuestras condiciones de posibilidad de ejercer soberanía tanto sobre nuestras expresiones de vida como en los cambios estructurales que radicalicen nuestra participación en esta macilenta democracia asediada, sin gente. Así se colaboraría en el rompimiento del cerco dictatorial heredado que bien han seguido administrando los últimos gobiernos por más de 25 años. La resistencia de Numancia no amainó su solidez social, sino que la reforzó como soberanía en común, esa que perdimos como mínima expresión de dignidad compartida. Allí es cuando el “¡Numantinos libertad!” se debe transformar en un “¡Chilenos dignidad!”.

 

 

Arnaldo Delgado