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Lo rural y las ciudades no metropolitanas: Una nueva modernidad

Publicado: 27.03.2017

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La construcción teórica y práctica acerca de lo urbano se ha desarrollado históricamente a partir de escuelas que observan lo metropolitano, y tienden a invisibilizar un conjunto de situaciones intermedias. En Chile, la mayoría de las urbes no son como Santiago: la metrópolis es una excepción, y abundan las ciudades intermedias que en la zona centro-sur adquieren un carácter agrario muy marcado.

En este contexto, podemos encontrar un conjunto enorme de expresiones ligadas a la ruralidad. Además de los tradicionales espacios de recreación y religiosos, existen prácticas productivas que resisten frente a la racionalidad modernizadora (por ejemplo el uso de carretas y caballos para el transporte de ripio o los huertos urbanos), y está a la vista como se generan nuevas dinámicas sociales como consecuencias del proyecto agroexportador (por ejemplo la llegada de sujetos rurales a los sectores perirubanos, que se siguen desempeñando laboralmente en el campo y habitan la ciudad de forma marginal).

Todo esto configura una nueva categoría que podemos llamar “rurbana”, que se manifiesta en la condición de vida de algunos actores cuyos modos y lógicas de acción basados en valores, saberes y sentires rurales comienzan a mimetizarse con la urbe. Este proceso de “ruralización” y “agrarización” de la ciudad intermedia – que decreta el fracaso de una lógica urbana metropolitana que nunca se logró constituir – es el resultado de una serie de condiciones como las migraciones campo-ciudad y el consiguiente cultivo de prácticas arraigadas en lo rural, de saberes identitarios y de modos distintos de resolver la existencia.

Solamente como botón de muestra, una encuesta de caracterización regional realizada por el Centro de Estudios Urbano-Territoriales en Maule, demuestra que el 45,4% de los habitantes de Talca se siente completamente rural o un poco urbano y un poco rural. Poco más de la mitad de la población se adscribe a la categoría urbana, cifra que disminuye considerablemente en ciudades como Curicó y Linares, alcanzando el 42,8%.

En este contexto, existe una enorme potencialidad para los territorios agrarios no metropolitanos, tal como se plantea en el texto “Identidad e Identidades del Maule”: lo rurbano puede asociarse hoy día al “acceso y al vínculo; a la libertad y a la comunidad; al anonimato y a la confianza; al pasado y al futuro, todo al mismo tiempo”[1]. Esto significa la posibilidad de liberarse de la tensión modernidad/tradición, redefiniendo lo moderno “como aquella forma de habitar el territorio que promueve la integración de valores y ventajas; lo atrasado sería lo que tiende a aislar estos valores, oponerlos o intenta anular unos en privilegio de otros”.

Eso sí, resulta central generar un esfuerzo para visibilizar y poner en valor estas formas y estas identidades. Aquí es la política pública la que está llamada a generar reflexiones nuevas, y a generar intervenciones pertinentes. Se trata, en el fondo, de generar una lectura más acorde a las dinámicas que se desarrollan en los territorios, de valorizar las capacidades endógenas y aprovechar esta construcción histórica, social y económica a la cual aún cuesta nombrar, para un proyecto de desarrollo local con identidad y proyección.

[1] UCM y ONG Surmaule, 2010, p. 103

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