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Tantas raíces tiene el árbol de la rabia (¿y qué hacemos?)

Publicado: 27.04.2017

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Pero yo que estoy limitada por mi espejo
además de por mi cama
veo causas en el color
además de en el sexo
y me siento aquí preguntándome

cuál de mis yo sobrevivirá
a todas estas liberaciones.

                                                          Audre Lorde[i]

Partir esta reflexión con un trozo del poema de Audre Lorde (feminista, negra, lesbiana y militante) tiene – para mí- sentido en su vigencia y en los debates que se reabren hoy en torno a la brutalidad de la opresión patriarcal. La “hermana marginada” y la “fugitiva” aparecen – especialmente en las redes sociales- interpelando el machismo en sus expresiones más directas en, y sobre todo, los colectivos políticos. En ese sentido se acusa, desde el desgarro, a la organización.

La pregunta que me hago, y que nos hacemos muchos, es si esta indignación que aún particular es transversal, podrá encontrarse y tejerse con otras. Me refiero a la indignación más allá de la denuncia y que puede ser traducida en estrategia y acción política frente a la homofobia, el racismo, pero también el capitalismo como el terreno más fértil para la perpetuación de todas estas formas de dominación y deshumanización.

Y es que en estos días la discusión pareciera establecerse en los límites de las redes sociales de los y las jóvenes militantes o ex militantes. En términos de contenidos, el testimonio, el comentario, la individualización de los agresores y sobre todo el imperativo a las pares para abandonar la militancia bajo el argumento del feminismo y combatir al machismo. El problema es que allí se cierra toda oportunidad de conversación y debate, mientras la organización, el instrumento de liberación deviene la “casa del amo “y sus miembros, todo sexo confundido, cómplices; quienes acusan, reducidas al plano moral, en la apelación estetizante al tribunal público devienen sólo víctimas. Un escenario y una línea de fuga que termina eludiendo, apartando y desvinculando nuestras reivindicaciones del conjunto de las luchas sociales y revolucionarias. Audre escribió que las “herramientas del amo no destruyen la casa del amo”. En otros términos, la denuncia, por sí misma y por sí sola, sólo permite la sanción individual y en la estrategia – limitada al comentario- de las redes sociales, se termina ejerciendo un poder sobre otro. Es decir, un pronto límite para la transformación. Se reproducen así, en el mismo agente colectivo que busca transformar, las prácticas que se busca desterrar.

Reducida a los límites del universo virtual, concebida sólo como baluarte de unas y no de todxs, la lucha feminista, pierde sentido de existir. Si los y las militantes de las organizaciones políticas –hayan sido interpeladas o no- asumen el camino de la reflexión y la autocrítica, por dura que sea, habrán ganado un trecho que las generaciones precedentes no pudimos avanzar. Si la organización revolucionaria no asume la reflexión, la autocrítica y la acción educadora, pierde – a la larga- sentido. Es preciso hoy educarse para la emancipación, asumiendo que el sexismo, el racismo, la homofobia, el clasismo son parte de nuestra herencia individual y colectiva y se hacen presentes en nuestros discursos y en nuestras relaciones cotidianas. Necesitamos las luchas por un mejor ser, por relaciones políticas y también sexuales que sean ante todo humanas y respetuosas, es decir transformadoras.

Necesitamos que las luchas críticas y revolucionarias se enraícen en los territorios individuales y colectivos en donde se produce la explotación, la dominación, la discriminación, pero también necesitamos que esas luchas se encuentren, dialoguen entre sí, se retroalimenten y se desarrollen en el marco de una acción global y políticamente certera que se encarne en sujetos individuales y colectivos que serán resultado de ese aprendizaje de lucha social y personal. Para emanciparnos y no sólo sobrevivir a cada liberación por sí sola-

[i] Audre Lorde  fue una escritora afroamericana, feminista, lesbiana y militante por los derechos civiles. Su obra trató en gran medida los derechos civiles, el feminismo y la exploración de la identidad femenina negra. Fue, junto con Angela Davis y Bell Hooks, una de las voces fundamentales del feminismo afroamericano, precursora, desde los márgenes de la academia, desde la legitimidad que le da su propia historia, de la llamada crítica decolonial. Su obra más conocida es La hermana, la extranjera, un libro de ensayo que contiene varios de sus textos más influyentes de las luchas contra el racismo, el machismo y la opresión heteronormativa como son «No hay jerarquías en la opresión» y «Las herramientas del amo no destruirán la casa del amo».

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