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Opinión

El capital perdido de los socialistas

Por: Fernando Balcells | Publicado: 27.05.2017
El capital perdido de los socialistas ps | Foto: Agencia Uno
En Europa los socialistas giran a la izquierda (PSOE, Laboristas) y a la derecha (Macron) sin saber mucho cual es el eje sobre el que giran. Mejor, sin saber cuál es el capital sobre el que giran. Los socialistas han dejado atrás hace rato al pueblo y a la ciudadanía. Dejaron además de entender al Estado desde que entraron en él.

La historia de las platas del PS es literalmente la historia de su sexualidad, de su ejercicio solitario, de su deseo invertido y de su pérdida de alteridad. Determinar el punto en el que el partido Socialista se separó de las demandas sociales y se transformó en un órgano del Estado es un asunto decisivo para desarrollar una política popular.

Y no es difícil hacerlo, es el momento del cruce entre las trayectorias de los movimientos sociales y el Estado. Punto en que los militantes del PS empezaron a administrar desde el Estado la manera en que se acogen, se seleccionan o se rechazan las demandas populares. Es el momento en que se le da una forma al Estado que permite simular su carácter hospitalario y olvidar su sentido nacional y económico a la vez que su gordura patológica. Es el momento en que las demandas ciudadanas pasan a competir con la razón de Estado y progresivamente se transforman en ‘cosas de menor importancia’.

Se trate del socialismo revolucionario o de la socialdemocracia, el ideal socialista siempre ha estado atravesado por el conflicto entre el Estado y la ciudadanía. La opción socialista es justamente una apuesta por la complementación entre la demanda de emancipación popular y los Estados conservadores en que ellas surgen. Se apuesta a transformar las instituciones, pero a conservar la forma Estado, necesaria para asegurar el tránsito a la sociedad liberada. Diferente a la opción anarquista que se caracteriza por desechar un Estado que se iguala a la opresión.

¿Para qué insistir en el PS?

A pesar de su caída, el ángel socialista está destinado a acompañarnos por mucho tiempo con sus paradojas, su inclinación ciudadana, su debilidad por el Estado y su ser extraño a la economía. Sus vacilaciones y sus afirmaciones estarán presentes durante todo el horizonte de tiempo que somos capaces de imaginar.

Diferencias capitales del socialismo

Un PS que invierte como cualquier agencia del mercado es un PS innecesario. Su falta de opinión sobre el dilema entre platas y política lo saca de su lugar en la historia. Ese es el problema que funda el socialismo y que le proporciona su sentido. La crítica a la apropiación excluyente y al mal reparto de los excedentes de la economía y a sus consecuencias de miseria e indignidad, son las fuentes históricas y actuales de la necesidad del socialismo. El socialismo reúne en una sola política, declarada, coherente y comprometida, a todas las variables económicas y sociales que intervienen solidariamente en la situación de un pueblo.  

En Europa los socialistas giran a la izquierda (PSOE, Labor) y a la derecha (Macron) sin saber mucho cual es el eje sobre el que giran. Mejor, sin saber cuál es el capital sobre el que giran. Los socialistas han dejado atrás hace rato al pueblo y a la ciudadanía. Dejaron además de entender al Estado desde que entraron en él.

La diferencia socialista es su origen popular y su confianza en el Estado. El Estado recaudador es la herramienta para equilibrar la cancha. Mientras, para el discurso liberal, los equilibrios vendrán naturalmente de la minimización de la participación estatal en la vida económica. Esa diferencia tiene sentido como respuesta a urgencias distintas en la igualación de las oportunidades. Esta es la distinción que los socialistas han abandonado, dejando en la intemperie a los ciudadanos menos favorecidos.

Cuando el PS se somete al automatismo de la mayor rentabilidad y se desentiende de toda otra consideración, lo que está haciendo, es enterrar su origen y su sentido político. Su propuesta es ceder la política a los técnicos. En ese punto, la disolución del socialismo se encuentra con lo peor del liberalismo para producir este episodio de sinceramiento ideológico.

La visión asistencialista de la política, en la que concurren liberales y socialistas, viene de la común mirada desde la altura a los ‘pobrecitos’, los débiles, los desamparados, los que por sí mismos no lograrían nada, los que no tienen fortalezas que potenciar. Esa mirada, que no deja de complacer a la población victimizada, es la que mantiene a las organizaciones sociales en una dependencia permanente. El socialismo que viene deberá romper radicalmente con esa mirada.

De modo que la distancia entre la autoridad Estatal y la ciudadanía no puede ser eliminada sin eliminar a uno de los participantes en el baile. Sin embargo, es justamente en esa distancia, en su forma y su tamaño que se juega todo el sentido de la relación entre la política y la sociedad. Esta distancia es un conjunto de líneas de formas distintas y de largos diferentes. Puede haber curvas largas, rectas muy breves, lazos, triángulos y formas infinitas. La participación de cada sujeto o grupo en el reparto de influencias culturales y de lazos políticos hace toda la diferencia.

El socialismo que permanece, es el resto de las convulsiones de los siglos anteriores que recogieron partes del reclamo sobre los excesos del abuso y que intentan equilibrarlo. El socialismo nos ha dejado organizaciones sociales sobrevivientes, una cultura de la justicia social y de la inclusión sumada a una utopía difuminada y en busca de una forma. Ni la comunidad campesina idílica ni la sociedad post industrial comunista son capaces de proveer ese horizonte de deseo que es esencial al socialismo. Ese deseo de una sociedad mejor, más justa, en la que interviene la humanidad y su inteligencia, es opuesto al deseo conservador y al deseo neutro, inercial, de la transacción liberal.

El progresismo, junta las dos vertientes que quiso reunir Marx; el encuentro entre la justicia social y el avance histórico de la tecnología y de las fuerzas productivas. En el pensamiento de Marx, las fuerzas sociales debían sumarse al movimiento de la historia que, afortunadamente, coincidía con el deseo de justicia de los campesinos desplazados y hacinados en ciudades insalubres.  La coincidencia aquí es tan sospechosa como la mano de Dios que alega el liberalismo.

El socialismo que queda, está desprovisto de proyecto y tiene sus lazos cortados con el movimiento social. Es un socialismo que se propone como ciudadano pero que funciona como burocracia. El socialismo en el Gobierno puede tener iniciativas redistributivas y desarrollar controles sobre los abusos, pero no puede ver el bosque. Se siente incomprendido por los movimientos sociales y desarrolla solidaridades institucionales, sentido de las jerarquías y sensación de poder que lo lleva naturalmente, de vuelta a la idea de una vanguardia popular que se ejerce desde el encuentro entre el partido y el Estado.

Para el socialismo que asume el vanguardismo del Estado, la revolución o la simple mejora en las condiciones de vida de la población se hace desde el Gobierno. Como se decía en tiempos de la Concertación, el principal partido del conglomerado es el Gobierno. Bajo el imperativo de la gobernanza, las organizaciones sociales delegaron sus demandas en los partidos políticos y los partidos resignaron la política a los ejercicios del Gobierno. Los partidos, bisagras entre los grupos sociales y el Estado perdieron ese carácter y se transformaron en apéndices del Gobierno. Cuando el Gobierno dejó de ejercer la conducción política, los partidos quedaron a la intemperie.

Lo que viene es la recomposición desde los andrajos de un sistema de representación vaciado de credibilidad y de sentido. Los socialistas de partido, los del PPD, del Partido Radical y los del Frente Amplio, deberán reconstituir la separación y la cercanía entre el Estado y la ciudadanía e intentar una nueva síntesis cultural que reúna a socialistas y a libertarios con técnicos innovadores.

En la sociedad actual, la política tiene un muy pequeño margen de innovación, pero todavía tiene una buena capacidad para hacer una diferencia. La disminución de la soberanía en el paso de la monarquía a la república, es un movimiento tendencial histórico. La política tiene cada vez menos margen. Sea porque el soberano no puede hacer su capricho sin mirar al público a la cara; sea porque las relaciones internacionales se han ido reglamentando a costa de las soberanías nacionales o porque la economía y la democracia imponen cercos que limitan la proclamación de ‘estados de emergencia’ e inhiben las aventuras inflacionarias tanto como las guerras de pacificación que algunos quisieran emprender.

Si tenemos en cuenta la oposición entre ciudadanía e instituciones de poder, sean de mercado o fácticas, el socialismo como énfasis en una institucionalidad equilibradora y repartidora de justicia, no pasará de largo tan simplemente. Adquirirá formas distintas, radicales, atenuadas, reiteradas o innovadoras de ejercer su inclinación. Intentará mantener su calidad de puente entre dos mundos, pero, como decía Kim Il Sung, deberá estar alerta al hecho de que ‘nadie puede sentarse en dos sillas a la vez’.

Fernando Balcells