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Elecciones en Chile 2017: Reflexiones profundas

Publicado: 20.12.2017

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Lo que preocupa de Chile no es sólo que ganó Piñera, sino el hecho de que muchísimo menos de la mitad de las y los chilenos habilitados para votar lo haya hecho. No hay cambios ni transformaciones sostenibles sin la participación activa de los pueblos, la elección es una de las formas participativas, obviamente no la única.

La principal derrota es cuando nos ganan la esperanza, cuando logran instalar que todo es lo mismo y por tanto no vale la pena luchar por nada. Hay que hacer mucha autocrítica pero con la participación de la gente. Habrá que preguntarse por qué tan pocos se la juegan por proyectos colectivos. Y no vale echar culpas ni andar señalando a los que “supuestamente” no entienden, hay que ser rigurosos y sinceros. Basta de jugar a responsabilizar al “facho pobre” y a ser la vanguardia del pueblo desde la comodidad de los puestos políticos o del privilegio pequeño burgués de muchos otros.

Hay que reflexionar seriamente.

El total de habilitados para votar fue de: 13.531 553; el total de votos (sumados los “válidos”, blancos y nulos) fue de: 7. 032 585. O sea, 6. 498 968 de personas no votaron. Eso es un 48 % del padrón electoral.

Aquella situación, que aqueja a Chile desde hace muchos años, es un disparate. El “juego democrático-electoral” en esos términos es falaz. Hablamos de casi la mitad de los  chilenos que “prefirieron” quedarse en casa a ir a votar, siendo ellos realmente los que decidieron el destino. ¿Por qué pasa eso? Hay varias respuestas desde varios ángulos.

Lo primero que deberíamos considerar es la hegemonía ideológica existente en este sistema político y económico (el neoliberalismo): la “posmodernidad” nihilista. El “me miro el ombligo” y no me importa más nada es la base del pensamiento que conduce a esa “inacción” que es la abstención (y que en definitiva se vuelve una acción muy efectiva en favor del “proyecto” de la derecha).

La descomposición del discurso ideológico y las alternativas de una sociedad distinta han mantenido y profundizado la despolitización generada en dictadura. La Tercera Vía presente dentro de la izquierda ha degenerado en no llamar a quienes debía convocar, y aquellos que eran la masa guerrera del pasado se convierten en una entidad liquida que no posee ni siquiera noción de sí misma ni de sus contradicciones.

También está el principio ideológico vinculado al sistema electoral mismo, o sea los pre-supuestos que están detrás de la creación de un mecanismo eleccionario que deja al “libre albedrío” el concurrir a votar o no; la noción de “libertad negativa” absoluta, no te metas conmigo y todo bien.

Visión minimalista de la libertad, pues los mismos principios liberales Kantianos nos deberían llevar a una idea más avanzada de la misma necesidad humana planteada por Locke. Y es aquí primordial el Imperativo Categórico y las leyes morales adyacentes que deberían asegurar la misma libertad para todos y los límites de respeto entre quienes ejercen su libertad y la vida del otro. Pero aquello es olvidado por este sistema liberal degenerado (sistema burgués)  donde solo se garantiza la libertad de los pocos y se mantienen cientos de lógicas de dominación y violencia que impiden la libertad de todos los actores. Y es bajo esa condición social de explotación que se da la enajenación, siendo ambas situaciones las que impiden la misma idea liberal de sociedad (su propio germen mató su utopía), hecho que se esconde con esos principios de la Libertad Negativa.

Se busca generar una forma filosófica para impedir la participación y evitar lo que la Comisión Trilateral de Norteamérica en 1975  –en el informe The Crisis of Democracy- denominó como “un exceso de democracia”, la presencia de actores alguna vez pasivos en búsqueda de la ampliación de la democracia económica y social.

El voto voluntario permite mantener la cultura individualista, consumista y clientelista, porque es la excusa -disfraz liberal- de la política burguesa para impedir la participación, que sumada a las condiciones sociales y culturales actuales genera abstenciones inmensas.

Otro tema es el porqué uno de los proyectos consigue levantar de su sillón a un número de esos “abstencionistas” (número muy pequeño pero determinante para volcar la balanza) y el otro proyecto no. Quizá sea un mérito de la derecha alcanzar eso, o quizás sean las falencias del proyecto de izquierda. Me inclino por lo segundo: un proyecto fragmentado, nada claro, que se confunde con el ejercicio de dos períodos de gobierno donde los “matices” en favor del “progresismo” son mínimos, es difícil que consiga romper con el nihilismo.

Entonces de estos tres puntos sacamos como conclusión las siguientes ideas:

Desde el trabajo político y popular, que otorga las herramientas al conjunto del pueblo para que viva mejor ahora y se prepare para el porvenir, se construye izquierda. Hay que arriesgarse a la educación popular y a una promoción popular, obviamente sin dejar de lado el trabajo electoral y la disputa de la institucionalidad burguesa, entendiendo que no es el mecanismo para transformar la superestructura ni la infraestructura de forma permanente. Hay que arriesgarse a potenciar la sindicalización y la formación política de las bases sociales para impedir el clientelismo o el centrismo, hay que armar al pueblo con la educación de que tanto hablaban los socialistas fabianistas y la organización auto gestionada de que tanto hablaba Pedro de León.

 

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