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Opinión

Arena política y feminismo: El ahora

Por: Mónica Ramón Ríos | Publicado: 18.01.2018
Arena política y feminismo: El ahora feminista | Foto: Agencia Uno
Este es un feminismo radical, pero no en el sentido que se la ha querido dar en las plumas de tonos payasísticos de Rafael Gumucio, el más conservador de los liberales, o las periodistas y escritoras liberales francesas o hispanas, como Elvira Navarro. En sus críticas, apuntan a que se está quitando agencia a las mujeres y haciendo caer a hombres que son más torpes que culpables.

La discusión en torno al feminismo y a las denuncias que han involucrado a varios hombres públicos es uno de los acontecimientos más importantes de nuestra actualidad. En ella, revelamos nuestras necesidades, nuestras ansiedades y nuestros miedos en las vísperas de un cambio estructural a la forma en que se distribuye el poder en el trabajo y en la arena pública. Algunas buenas plumas, de hombres y mujeres, apuntan su temor al caos; otras, precipitamos el cambio. Abro esta columna con entusiasmo por la discusión pública, amplia y mundial sobre cómo queremos que se vea el futuro.

Estamos frente a un momento de potencialidad: lo que se batalla es actualizar una lucha histórica, contra las ansiedades colectivas que surgen de un mundo que, en un aparente de repente, cambia sus leyes. Frente a las plumas conservadoras y bienpensantes, pregunto: ¿tan efectivo ha sido occidente que tememos la revolución, tan efectivo el fracaso? Frente a la posibilidad de un cambio, sí, revolucionario, que modifica la manera en que las transas económicas y sociales están intrínsecamente asociadas a la sexualidad masculina ––omnipresente, sobrediscurseada y formadora de realidades––, también surge una discusión abierta sobre la manera en que se deben llevar a cabo tales cambios, sobre sus límites. Pero más que un momento para volver a escuchar voces de actrices y periodistas, escritorxs y teóricxs, este es el momento en que una multitud de personas antes sin voz ni pluma hablan para que sus palabras tengan consecuencias. No lo perdamos de vista: frente a un hombre que, acusado de violación en múltiples ocasiones y que tiene en su poder el contingente de armas más grande del mundo, hace leyes desde el imperio estadounidense a través de las plataformas sociales, estas mujeres en el mismo territorio han abierto un canal de comunicación que sirve para crear una convergencia de demandas históricas y raramente escuchadas.

Los comentarios de aquellas plumas que temen ––plumas, por lo demás, educadas en la transformación del mundo por la palabra–– tienden a sacar el foco de los aspectos más importantes de este movimiento, que son: cambiar la interacción naturalizada de una sexualidad heterosexual que interviene en quién tiene la posibilidad de trabajar, de ser un sujeto político y, finalmente, de ser persona. Y el objetivo más inmediato: sacar a Trump de la presidencia. De hecho, este movimiento feminista es posiblemente el único que está creando un contexto real que permitirá llevar a ese hombre, amenaza dentro y fuera del país que dirige, a la cárcel. Y esto sólo se consigue apoyando estratégicamente la voz de las víctimas, voces que constituyen un poder en sí. Entender las declaraciones de mujeres que sufrieron abusos como una cultura de la victimización es hablar desde el privilegio de quien fácilmente accede a la denuncia. Lo que está en juego, como en las discusiones sobre la inmigración y sobre los refugiados, son los límites de la humanidad y de lo político.

Este movimiento feminista actual popularizado desde Estados Unidos involucra, más que a las actrices que estratégicamente le han dado cancha en el habla de los periodistas, a las inmigrantes y las negras, a las latinas y las que usan velo. Entonces, ¿por qué no hablar seriamente de este cambio y de las posibles consecuencias? ¿Por qué no vocalizar su forma y sus límites tomándose en serio un movimiento que, históricamente, fue formado por las feministas del sur? Efectivamente, este es un feminismo radical, pero no en el sentido que se se la ha querido dar en las plumas de tonos payasísticos de Rafael Gumucio, el más conservador de los liberales, o las periodistas y escritoras liberales francesas o hispanas, como Elvira Navarro. En sus críticas, apuntan a que se está quitando agencia a las mujeres y haciendo caer a hombres que son más torpes que culpables. Un argumento similar fue usado, convenientemente, por Condoleeza Rice, una de las conservadoras más recalcitrantes de Estados Unidos, hace unos pocos días, haciendo uso de un comentario usado anteriormente por Hillary Clinton para condenar a los jóvenes que apoyaban a su contrincante en las primarias, y luego por Donald Trump. La radicalidad del feminismo no es, como se cree, la eliminación del erotismo o el odio hacia el hombre. La radicalidad del feminismo se concentra en que la composición de nuestros cuerpos no afecte nuestras posibilidades de acceso a la sobrevivencia material y económica. Y esa lucha tiene su propia historia, que no es, como la han pintado las actrices, la que transita en los vestidos caros y las pieles claras: transita en la pluma de bell hooks, Audre Lorde y Gloria Anzaldúa, todas las cuales reconocen sus contextos de abuso para hallar el germen de una comunidad. Tarana Burke, la creadora del hashtag MeToo, bebe de esa fuente. Y finalmente, Deneuve ha reconocido que ofendió a las víctimas apoyando una queja hacia un blanco igualmente privilegiado, las actrices estadounidenses, sin tomar en cuenta quiénes son las que verdaderamente importan en este feminismo palpitante.

El 9 de enero, un grupo de feministas francesas, muchas de las cuales son de familias migrantes, han rectificado algunos abusos conceptuales con las que aquellas compatriotas mediáticas suyas quisieron socavar el momento actual. Su título “Les féministes peuvent-elles parler?” hace eco de uno de los textos más importantes para la tercera ola feminista, “Can the Subaltern Speak?”, de Gayatri Spivak, donde, analizando las formas en que el poder se instala en el lenguaje, la teórica analiza gestos de resistencia radicales y rebeldes en una sociedad incapacitada para comprender palabras de denuncia. Como muchos otros textos describieron antes de esta popularización estratégica del movimiento, “Les féministes peuvent-elles parler?” intenta rectificar contextos de comprensión, en particular cómo al defender los espacios sexualizados de poder se está vulnerando la posibilidad de que las mujeres hablen desde y sobre un instalado sistema de sumisión.

Asimismo, leído desde el sur, el movimiento MeToo está relacionado más a las protestas en contra de los femicidios de México y de Argentina. En su momento, esos movimientos no fueron apoyados por los medios locales, debido en gran parte la afiliación de la prensa con las élites de derecha y plutocráticas. Es lo mismo en toda Latinoamérica, como podemos ver en el caso del poeta chileno Francisco Ide. Acusado éste de violación, fue defendido por sus colegas y editoras, una de las cuales, haciendo eco de la declaración del padre del violador de Stanford University Brock Turner (“no condenemos a un promisorio joven por veinte minutos de error”), declaró que Francisco Ide “no es un abusador a tiempo completo”, descartando de plano la posibilidad de encontrar justicia para Manola Pérez. Como en el norte, este movimiento feminista del sur se fragua en medios alternativos, como en la pluma de Javiera Tapia.

Entre tanta palabra manipulada, entre tanta historia borrada, debemos entender que este es el momento de una discusión no sólo de prácticas, sino también de conceptos; un momento para la creación de un lenguaje para capacitar a un porcentaje de la población mundial para que entienda que la violación de menores, la violación en masa, la violación de mujeres dormidas o embriagadas, el acoso laboral o la pérdida de un trabajo y un sueldo por la excitación del miembro masculino, son prácticas condenables. Y que hay una red de apoyo para que asuntos que se esconden en lo privado sean también públicos, lucha histórica del feminismo. También creo necesario establecer que a pesar de que esta plataforma también puede ser usada para hacer pública la denuncia a un hombre, famoso o no, que es torpe en el flirteo o en el sexo ––por ejemplo, el caso en torno al actor Aziz Ansari con sus consecuentes críticas–– no son las más urgentes para este movimiento, aunque sí nos permiten abrir la discusión sobre el alcance del “consentimiento”. No olvidemos que, a pesar de que estas denuncias sean cuestionable debido a la minucia en que se desenvuelve la actitud del hombre, son centrales en el campo legal para definir lo que es violación o no, particularmente en casos de hombres que violan a sus parejas. Asimismo, el consentimiento sirve para definir interacciones que no caben en el campo de lo legal. A primera vista, invitar a salir a alguien del trabajo es parte de un ambiente normal donde se desenvuelve lo erótico. ¿Pero cómo hacer frente a las frustaciones que nacen de un “no” o a las consecuencias y expectativas laborales y afectivas que nacen de un “sí”? Esto es parte de lo que está en discusión.

Varias de las intelectuales y escritoras de hoy nos formamos en un mundo donde los profesores universitarios metían sorpresivamente sus lenguas en las orejas a sus ayudantes o se ponían batas medio sucias mientras jóvenes ordenaban papeles relacionadas a la investigación en las oficinas de sus casas donde, además, pululaba el hijo del profesor. Esto también ha estado en discusión a partir de las denuncias de estudiantes a sus profesores tanto en Chile como en Estados Unidos, una conversación donde caben las precauciones de una escritora como Margaret Atwood como las consecuentes críticas de múltiples mujeres con menos atención mediática. Pero también yo me formé en una sociedad para nada heterosexual ni cisgénero, sino en la fluidez de deseos y expectativas, en una cierta condena de ese poder que se concentra en la posición obtenida por la posesión o no de ciertas características corporales. Esa comunidad, feminista y de sexualidades disidentes, hace mucho tiempo también ha teorizado sobre lo afectivo y el consentimiento, donde la calentura de un hombre no cuenta más que la mía o de la de cualquier otro.

Lo que está en juego en esta discusión es la posibilidad de quienes sufren abusos de poder expresarlos y encontrar justicia, la posibilidad de redefinir qué entra en la arena de lo político y qué no. Lo que está en juego es que, de una vez por todas, un sistema lingüístico que abandone las expectativas de definir a un “nosotras” donde todas seamos iguales o andemos persiguiendo que la subjetividad masculina nos diga cuánto valemos en el mercado laboral, económico y del sexo. Estamos frente a un movimiento de potencialidad; su actualización va a cambiar muchas injusticias de este mundo.

Mónica Ramón Ríos