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La inmigración haitiana y el desafío de la interculturalidad

Publicado: 23.03.2018

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No es necesario (ni pertinente) dar su nombre, pero con 10 años y viniendo desde Haití, el pequeño quiere ser médico. Que deseo más bonito, pero que se ve tristemente opacado por el hostil contexto cultural actual de nuestro país. Ni me lo quiero imaginar caminando por las calles de Santiago y con la mala suerte de tener que toparse con un afiche xenófobo que diga “Haitian, not welcome” acompañado con la caricatura ofensiva de un afrodescendiente. Sí, así hay chilenos, con complejos de gringos o europeístas y que son capaces de realizar acciones sin importar el daño que le hagan a una persona o hasta a un mismo niño.

Y es que claro, en este país se ensalza al inmigrante europeo a costa del latinoamericano y en especial, del afrodescendiente. De hecho corre por ahí otro afiche (pero este online) que destaca a “nuestros abuelos inmigrantes”, europeos que, según ellos, a diferencia del inmigrante actual vinieron a Chile a trabajar y no a pedir beneficios del Estado. Los mismos europeos a los que les dieron tierras y hasta herramientas y diferentes subsidios en algunos casos, y a los que también les dieron un montón de libertades y hasta la posibilidad de instalar colonias en el sur. ¿Se imaginan si existiera una real colonia haitiana? Ni pensar la reacción violenta y hostil que tendrían los nacionalistas.

Y solo hay que dar un caso a modo de ejemplo de lo expuesto en el párrafo anterior: Al primer Luchsinger en la Araucanía, Adán Luchsinger Martí, el fisco chileno le entregó una “sencilla hijuela de 60 hectáreas”. Que le den eso a los padres de nuestro pequeño protagonista haitiano y al nacionalista le explota la cabeza.

Pero volviendo al pequeño de no más de una década de edad. Su vida transcurre en un país donde se le criminaliza (cuando por ejemplo, solo el 1,1% de los inmigrantes ha sido denunciado y/o detenido, según la Mesa Interinstitucional de Acceso a la Justicia de Migrantes y Extranjeros) y se le deshumaniza. Hoy en día el rostro de la “inmigración ilegal” es el haitiano, y todo esto en base a rumores y acusaciones de suma ignorancia jurídica, ya que hoy el inmigrante puede ingresar legalmente como turista (y no se le exige visa al haitiano) para después cambiar su condición a residente sujeto a contrato de trabajo. Y por último se les trata de “ilegales”, concepto que deshumaniza y solo existe en las cabezas guiadas por el prejuicio y el odio, ya que por derecho internacional, migrar es un Derecho Humano y no existen personas ilegales (sí en situación irregular o de indocumentación, que es muy distinto).

Él, hijo de un hombre haitiano que trabaja en la construcción y de una mujer haitiana que además de ser dueña de casa, tiene un pequeño almacén al lado de su hogar, es junto con su familia tratado de “carga” o de hasta, “lacra social”. Como toda persona en Chile (sea pobre, rico, chileno o extranjero) ellos pagan IVA (donde podríamos hablar de un aporte inmigrante de más USD $900 millones), sin olvidar que en impuestos a la renta ya han aportado USD $490 millones este 2017. Mientras que el gasto público en inmigrantes es de USD $207 millones (según DIPRES). Es decir, hablamos que en cuanto a tributación y gasto fiscal, los inmigrantes aportan más de lo que reciben.

Los padres del pequeño haitiano no solo son tratados de “carga fiscal”, sino que también de ser los culpables de que los empleos empeoren. Y en una falsa empatía de ciertos nacionalistas, se habla de su explotación (que existe) y de un “tráfico de personas”. Pero los culpables de dicha explotación como siempre no son los trabajadores, no es el inmigrante, sino que es el explotador (el empresariado) y las leyes que lo favorecen. La actual legislación hace dependiente al inmigrante del empleador, ya que sin el empleo su situación regular en el país peligra, por lo que no puede regodearse y buscar un empleo mejor, ni tampoco formar sindicatos y negociar por un mejor sueldo.

Se habla de “invasión”, cuando el promedio de inmigrantes en un país en la OCDE es de 12% y en Chile es de 5%. Si el problema es la concentración de ciertos grupos inmigrantes en algunos lugares (algo que no se quejaron de las colonias europeas), el tema no es hablar de invasión (porque no lo es), sino que buscar promover una inmigración desconcentrada y regionalizada, de tal manera que esta sea más beneficiosa. Nuestro pequeño protagonista haitiano sabe que en ciertos espacios virtuales (y no tan virtuales) se les trata de invasores, cuando junto con su familia estudian y trabajan, haciendo cada vez más amistades chilenas (y extranjeras). Si a un trabajador extranjero que va un búsqueda de un mejor pasar para su familia se le trata de “invasor” y no lo entiende, imagínense como debe ser que a un niño en su colegio se le trate de la misma manera (por culpa de padres chilenos que inculcan odio en sus hijos).

Y recordemos que este trato de “invasores”, es selectivo, guiado por la aporofobia y el racismo, ya que durante el 2016 y el 2017, han ingresado 153 mil haitianos, pero en el mismo periodo también han inmigrado más de 250.000 venezolanos (según la PDI). Es un tema de color de piel y/o de dinero, lo que nos habla más de los anti-valores que guían el rechazo a esta inmigración.

Cuando hablamos de los “invasores haitianos”, hablamos de un 30% de ellos que son profesionales titulados (según la Asociación de Profesionales Haitianos, y no muy lejos del 40% chileno), siendo la mayoría jóvenes (de no más de 40 años), que buscan empezar una nueva vida solos o junto a su familia.

En su país, lamentablemente, el día a día se debate entre la sobrevivencia y la extrema pobreza, mientras que acá en Chile (donde muchos llegan por iniciativa humanitaria debido a la situación de pobreza en Haití) aún ante la explotación del oportunista empresario chileno y el maltrato de ciertos nacionales llamados a sí mismos “patriotas” (como si amar a la patria -concepto complejo- fuera rechazar u odiar al extranjero), aún a pesar de dichos flagelos, su estándar de vida está por sobre el que vivían en su país. El niño haitiano que hoy sueña con ser médico en Chile, en su país viviría (o sobreviviría) carente de esperanzas y posiblemente siendo explotado laboralmente.

El niño probablemente viva ajeno a nuestro sistema de salud público, y no por gusto o porque pueda pagar una atención en una clínica, sino que por miedo (al rechazo por ejemplo), porque si va a un Cesfam u hospital, es bastante probable de que se les acuse nuevamente de  “carga” y hasta -como hemos visto- de focos de contagio. “Leprosos” es una de las tantas ofensas que le puede llegar a él y a su familia. Cuando según cifras del Ministerio de Salud, los casos de lepra en Chile no han sufrido una variación significativa y solo se ha sabido de un caso de una persona haitiana con lepra (enfermedad que no es muy contagiosa). Muchos más casos hay de chilenos y chilenas que han viajado y venido de otros países

Y es que claro, el riesgo de traer “enfermedades foráneas” o patologías que en Chile ya se han erradicado, va a existir siempre, y no es exclusivo de la inmigración, sino que también del turismo (tanto de chilenos que salen al exterior y vuelven, como de extranjeros que vienen acá), y para eso no hay que marginar ni discriminar, sino que lo contrario, tener un postura inclusiva y preocuparse porque estas personas (inmigrantes y turistas) sean enroladas y atendidas por nuestro sistema de salud público. Sin olvidar también, de que debe haber una educación preventiva en salud, para educar al inmigrante en lo que que tal vez por las condiciones precarias de su país, no conoce. Las vacunación preventiva también es sumamente importante y debe ser un deber. Tal como sucede con el prohibicionismo, condenar al ostracismo salubritario al inmigrante puede provocar que este de verdad se enferme y se vuelva un posible foco de contagio.

Es importante siempre recordar que cuando hablamos migración, hablamos de Derecho Humanos. Migrar es un derecho y la misma Declaración Universal de los Derechos Humanos en su artículo 13 es prueba de ello. También quien sabrá de DDHH, tendrá claro que los derechos son universales, igualitarios e inherentes a toda persona por definición. Es decir, todos y todas, sin importar cómo y de donde seamos, tenemos los mismos derechos, y entre ellos, el de la vida digna y el a no ser discriminados.

El nacionalismo con su espíritu patriotero (no patriota), xenófobo, aporofóbico y hasta racista, despertó. Lo que apura aún más el actuar de manera correcta y ética con la inmigración. Tenemos una Ley de Inmigración que viene de la dictadura, que ve al inmigrante de manera utilitarista y hasta como un potencial desestabilizador. Y como se vio anteriormente, los recursos que recibimos de la inmigración no se están invirtiendo en servicios públicos (generando más colas y sobredemanda de lo que ya había).

Ante ello, la respuesta debe ser el interculturalismo. Ver la inmigración como una oportunidad, que necesita de inclusión y de servicios básicos fortalecidos para desarrollarse de la mejor manera. En Chile siempre hemos sido más de una cultura (no solo contando la criolla y las indígenas, sino que también las colonias europeas por ejemplo), y su enriquecimiento es innegable. Es hora de valorarlas como parte de la diversidad, y ver a quienes son parte de ellas y la reproducen como personas iguales en derechos.

El interculturalismo es un desafío, claro. Es un trabajo grande erradicar los prejuicios y la ignorancia frente a la inmigración, para empezar un ejercicio de empatía y solidaridad hacia el inmigrante. El chileno común solo ve los efectos, los servicios públicos aún más colapsados y menos empleos. No entiende las causas y solo ve al sujeto foráneo como el denominador común culpable.

Hay que actualizar nuestra legislación y avanzar hacia una acorde con una cultura de derechos (que permita -entre otras cosas- regularizar de manera más expedita a quienes están sin documentos o en situación irregular). Hay que fortalecer los servicios básicos. Darle más recursos a la red de liceos y escuelas públicas, multiplicar los Cesfam, los SAPU y los hospitales e incrementar (como también mejorar) los subsidios habitacionales y de arriendo, entre otras cosas. Y esto acompañado con un trabajo socioeducativo y cultural, que fomente la inclusión de todas las personas, sin importar el cómo sean o el de dónde vengan.

Mientras, niños como nuestro pequeño protagonista haitiano tendrán que seguir esperando un pleno trato de iguales hacia ellos. Pero acá ese niño puede soñar y la esperanza está, y el trabajo que nos hemos propuesto muchos es defenderlo y ayudar a que ese sueño se cumpla.

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