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Escrituras latinoamericanas del 2017: Lo bueno, lo malo y el resto (primera parte)

Por: Daniel Noemi | Publicado: 04.05.2018
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Desde una revista española, Ínsula, nos invitaron a escribir, a Ana Luengo y a mí, sobre la literatura editada en –y desde y sobre y hacia– América Latina en el año 2017. Así hicimos, pero por los límites del papel tuvimos que dejar muchas líneas y algunas ideas (malas y buenas) de lado. Ahora hemos intentado incorporarlas y ver qué pasa. Los agradecimientos correspondientes a Germán Labrador y a la revista Ínsula por decirnos que no había problema en disparar estas líneas en desconcertada tierra.

Vamos a dejar de lado hablar de las imposibilidades, la sandez de generalizar, de repetir una y otra vez que no hay nada tan nuevo y que ya es posible, etc. El 2017, inventemos, es un año clave porque marca la oficialización de un quiebre en la forma del sentido de lo político y de su relación con la letra (entendida ampliamente; ¿acaso Twitter no es literatura?). Es en ese contexto (lamentable, terrible, irrisorio, patético, peligroso) que empezamos a comprender la producción literaria de una tierra que ya no es tierra ni tampoco es lo que era, porque América Latina sigue siendo un espacio inventado, retomando la reflexión que hiciera el historiador mexicano Edmundo O’Gorman (1958), o mejor re-inventado en cada coyuntura política y desde diferentes puntos geopolíticos. Un amplio espacio que, desde el norte, pretende ser amurallado por un presidente narcisista que gobierna a golpe de tweets impulsivos, y un espacio que, desde España, sigue siendo una suerte de vivero literario exotizante y, por ende, comercial. Por lo tanto, escribir sobre la producción literaria en América Latina desde las dos costas de los Estados Unidos nos sitúa irremediablemente en unos ejes de reflexión concretos: ¿qué representación de las letras latinoamericanas queda fuera de una proyección internacional y por qué? ¿Cómo ha afectado y afecta la intensificación individualista, ante la que nos precaviera Lipovetsky en los años ochenta en La era del vacío, el frágil equilibrio entre el neoliberalismo acérrimo y la búsqueda de lo común como solución política a un orden político y económico que también es literario, que produce literatura, que es, al fin y al cabo, literatura?

El yo, incompleto, fragmentado, doliente, se re-constituye como un sujeto en y para la historia: hay una necesidad de entenderse desde ella a la que volveremos más abajo. Así, se aparenta una parálisis política que se nutriría de lo personal. Pero no hay tal cosa. Lectoras y lectores de este 2018: la revolución en estas novelas está a la vuelta de la esquina. El problema puede ser que a nadie le interese dar la vuelta. Una de las preguntas más viejas adquiere en estos momentos más validez que nunca: ¿para qué sirve la literatura?

Para acercarnos a un objeto de estudio tan vasto e inalcanzable como la literatura latinoamericana producida en 2017 en tan breve espacio en que (no) estás, proponemos reflexionar a partir de diez puntos (que pueden ser más o menos) que esperamos sirvan tanto de hilo conductor como también de amplificadores para pensar la literatura latinoamericana producida durante un año de quiebre político internacional y, por otra parte, de resistencias.

Apunte #1: Un premio nobel en la palestra

En 2017 la Editorial Alfaguara publicó Conversación en Princeton con Rubén Gallo del escritor Mario Vargas Llosa. En este libro se recogen los seminarios que durante un semestre el escritor peruano y/o español impartió en la universidad estadounidense en 2015, invitado precisamente por el profesor mexicano Rubén Gallo. Es obvia la referencia explícita a la novela que publicara el premio Nobel en 1969, Conversación en La Catedral, aunque, demás está decir, el libro actual tiene un formato y un objetivo totalmente diferentes. Conversación en Princeton parece a simple vista un libro de teoría de la novela, pero es mucho más (y menos): es un posicionamiento intelectual e ideológico -como si fuera posible separar lo uno de lo otro-, es el resultado de un diálogo con una generación de estudiantes de élite –no olvidemos que es Princeton– mucho más jóvenes, es un intento de llegar a un grupo de lectores mucho más amplio –no olvidemos tampoco que la editorial de Alfaguara es la responsable de su lanzamiento–, es una puesta en escena de la nueva vida de un autor que ha pasado del marxismo durante su juventud, a ser candidato liberal y hasta democratacristiano a la presidencia del Perú, defensor acérrimo del neoliberalismo y protagonista de las revistas del corazón, crítico voraz del feminismo, al que equipara con los regímenes totalitarios del siglo XX y con el fundamentalismo religioso, y hasta crítico de la libertad de prensa, según su alienada opinión de que ésta es la culpable de los asesinatos a periodistas en México.

Conversación en Princeton es un libro autorreferencial en sí, pues recoge las discusiones con estudiantes y con Gallo sobre cinco de su sus novelas. Sin embargo, el libro se abre con la introducción de Rubén Gallo que reconstruye la anécdota de cómo Mario Vargas Llosa recibió la noticia de haber ganado el premio Nobel cuando estaba, precisamente, también en Princeton. La lectura de esta introducción desenfadada, amena, cómica y ligera abre un nuevo campo de divulgación literaria que acerca una de las universidades más prestigiosas del mundo a cualquier tipo de lector o lectora interesado en Mario Vargas Llosa como icono ahora ya popular. Porque el libro no fue solamente publicado por Alfaguara, sino que fue lanzado  en diversas presentaciones a las que igualmente se puede acceder por internet. El 27 de septiembre de 2017, se presentó en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid, en el que Mario Vargas Llosa apareció acompañado por Isabel Preysler, forzando un reconocimiento del autor como estrella del espectáculo. La presentación del libro en primer término una recopilación de anécdotas sobre Princeton, lugar ya convertido en literatura para el público de Madrid, y, en segundo, una reflexión sobre el terrorista como símbolo de nuestro tiempo. Así, lo que había comenzado como una agradable reunión de intelectuales en un saloncito social y digital, había acabado derivando en un discurso político sobre el fanatismo, como final de un orden progresista y supuestamente humanista que, según palabras del escritor, había erradicado el hambre. En la presentación, el escritor Rubén Gallo comenzaba diciendo que la universidad, sobre todo la Universidad elitista y privada de Princeton, ofrecía un refugio ante la velocidad desorbitante que ha tomado el mundo en la última década a causa de internet.

Pareciera que esa velocidad desorbitante del mundo a la que se refiere Gallo no tuviera nada que ver ni con Princeton, ni con Alfaguara, ni con el orden del mundo que Vargas Llosa lleva décadas defendiendo en los medios de comunicación. Lo que ambos parecen obviar es el hecho irrefutable de que la velocidad va de la mano del poder y del dinero. Así, Princeton, u otra institución que simbolice el centro del poder académico e intelectual precisamente, es la velocidad de nuestros tiempos. La producción académica (aunque nos duela) cae dentro de esas mismas garras; pero no hablaremos de ello aquí porque tenemos que escribir a toda velocidad. Lo que sí podemos pensar desde esas instancia son velocidades diversas que no son refugio sino ríos que recorren nuestros tiempos y también las vidas, pero de eso tampoco hablaremos (al menos por ahora).

En fin, volviendo al Nobel 2010, lo que a estas conversaciones les falta es replantearse la pregunta que abre Conversación en La Catedral, inicio que es uno de los mejores de los que se tenga memoria en la memoria de los inicios de novelas: ¿en qué momento se jodió Vargas Llosa?

Apunte #2: La velocidad

La velocidad es poder. La velocidad es dinero. La velocidad es, también, pensar el tiempo y el espacio en que vivimos: instantáneos, ubicuos, divinos: estar en todas partes en todo momento. Panópticos que recuerdan las dictaduras que vivimos y se replican, multiplicados, en la vigilancia casi absoluta de las redes virtuales y reales.

Decíamos recién que podemos pensar en distintas velocidades; en múltiples velocidades de la literatura. Podemos imaginar la producción literaria contemporánea a partir de ellas: Velocidades de la historia, de la memoria, de la violencia, de la frontera, de la política, de género, de sexualidad, de raza, y del mercado, por supuesto, entre otras que se yuxtaponen, sobreponen, imponen y, como diría Serrat, descojonan (notemos el uso del término: se complica en estos tiempos).  Eso nos permite pensar en cruces, tendencias, aperturas, sentidos y búsquedas. Nos permite improvisar el campo de la literatura del 2017: porque solo desde la improvisación (de lo que no tiene previo aviso) es posible dar cabal cuenta de la realidad presente. Publicidad no encubierta: en el 2016 uno de nos publicó En tiempo fugitivo. Ahí se propone una lectura de las velocidades de la narrativa latinoamericana de los últimos 30 años. Desde esas velocidades podemos continuar pensando.

Apunte #3: Dos nicaragüenses revolucionarios en la corte del Rey Felipe

En noviembre de 2017, la Casa Real entregó dos de sus más laureados premios a dos escritores nicaragüenses conocidos por su compromiso en la revolución sandinista y en su escritura. La Reina Sofía le entregó el Premio Iberoamericano de Poesía a la poeta Claribel Alegría, quien acaba de fallecer en el día que esto se termina de escribir, el 25 de enero de 2018.  Claribel Alegría tuvo una vida, sin embargo, repartida entre varios lugares y pertenencias. Su poesía, mayormente amorosa, guarda ese espacio para la esperanza hasta en momentos de destrucción – “entre valles y volcanes y despojos de guerra/avizoro la tierra prometida” (“Ars poética” en Variaciones en clave de mí, 1993). En la ceremonia en la Universidad de Salamanca donde se le entregó el premio Reina Sofia, que también lo es del Organismo por el Patrimonio Nacional, ¿español, se entiende?, se destacó su “poesía teñida de intimismo y de nostalgia, tanto como de profundo humanismo”. La madre del actual Rey le otorgó el diploma, haciendo ella misma una suerte de reverencia para besarla en sendas mejillas, a la española, ya que la poeta nicaragüense-salvadoreña estaba prostrada en una silla de ruedas cuando se acercó a la tarima de la magna aula.

Por otra parte, el Premio Cervantes fue otorgado por vez primera a un escritor nicaragüense, Sergio Ramírez. ¿Casualidad? Para más datos, la RAE ha elegido a un escritor que había sido revolucionario sandinista, hasta que en 2008 cayó en desgracia por sus críticas a la senda que había tomado el gobierno de Ortega Sergio Ramírez había publicado dos meses atrás su última novela policial Ya nadie llora por mí en Alfaguara, que es una secuela de El cielo llora por mí. Darío Villanueva, el presidente de la Real Academia Española, llegó a señalar que Ramírez era “un gran representante del territorio de La Mancha, que diría Carlos Fuentes, participa de manera muy destacada y en plenitud de todas las aventuras, vicisitudes y proyectos del panhispanismo”, usando una desubicada idea aún colonialista, tintada de metonimia, como si Centroamérica aún fuera parte de Castilla.

Ambos premios, tan laureados y bien dotados de las letras españolas, fueron otorgados a dos escritores nicaragüenses, ciento y un año después de la muerte de Rubén Darío. Cabe leer esta decisión en relación a las reflexiones de José del Valle sobre las celebraciones del bicentenario de las independencias de Latinoamérica y el proyecto panhispanista, cuando indica: “Se perseguía en definitiva afirmar la existencia de una comunidad sobre la base de una supuesta cultura común materializada en la lengua y posibilidad la creación de una infraestructura que la transformara en unidad de acción económica y política viable”. Entre otras instituciones, el aparato que respalda este proyecto se materializa en la RAE, en el Instituto Cervantes y también en las editoriales españolas que atraen a los escritores latinoamericanos de más renombre.

Daniel Noemi