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Opinión

Escribir transitando

Por: Johan Mijail | Publicado: 23.06.2018
Escribir transitando johan | «Fotografía de Bianca G. El autor del texto bailando reguetón».
En estas bibliotecas escribo un manifiesto antirracista que intenta recoger una serie de escrituras activistas que registran mi devenir sujeto inmigrante racializado en el fin del mundo, mientras en Chile están pasando cosas inéditas, insólitas, históricas.

Casi todo lo que he escrito en los últimos años ha sido en las bibliotecas. Mi producción intelectual es el resultado de no tener una casa. Escribo para construirme una disidencia, lejos de la idea de lo nacional, de una familia, de un género fijo. Camino desde el Centro Cultural de España, hasta la biblioteca del Museo de Bellas Artes para escribir. En ese espacio que recorro, en esa distancia, me doy cuenta de lo que significa no haber nacido aquí: la mirada policial de los señores del quiosco, el “negro culeao” -como si ser negro y te culeen fuese algo malo- de los trabajadores de Movistar, aquella vez, cruzando la Avenida Salvador, el “masisi” de chilenos que aprenden en creole la homofobia. Camino para escribir que sueño con no tener que explicar lo que dice mi pelo, lo que dice mi piel. Sueño en estas dos bibliotecas escribiendo un nuevo manifiesto donde intento cuestionar la idea del autor: no hay autor, pero tampoco hay lector, me digo. Escribir es inventarse un lector. Nuestros lectores, nuestras lectoras no existen, todavía. Una escritura activista es una toma de posición política.

Escribir es hacer que nosotras existamos como colectividad, como una multitud comprometida con eso que todavía no somos. Si nosotras no existimos dentro de la imaginación sexual y racial dominante, nuestras hermanas del activismo, nuestras lectoras tampoco existen. Existe una pulsación radicalmente corporal y en esos destellos, en esos textos nos estamos generando una existencia. Nombrarse feminista es estar diciendo: necesitamos un vínculo radicalmente político. Pero un vínculo que niegue la realidad heterosocial, su arquitectura, su noción de vida y cuerpo. El feminismo no es identidad, es relación. No hay autor, pero tampoco hay lector, me vuelvo a decir.

En estas bibliotecas escribo un manifiesto antirracista que intenta recoger una serie de escrituras activistas que registran mi devenir sujeto inmigrante racializado en el fin del mundo, mientras en Chile están pasando cosas inéditas, insólitas, históricas. Un grupo de «niñas» y adolescentes del Liceo Carmela Carvajal se tomaron el Instituto Nacional, Liceo emblemático, también, pero «de hombres». Trato de escribir un nuevo manifiesto antirracista en mi cabeza, con esta metáfora y acción política tan radical e inspiradora. Trato de recordar cuando Cristeva Cabello junto con lxs chiquxs del Colectivo Lemebel en una toma anterior en el Carmela, presentaron una obra, potentísima, que produjo conversaciones implicadas con el feminismo y la desobediencia sexual: una «niña» dijo que ahí solamente no estudiaban mujeres, que habían hombres también, además, de las persecuciones que recibían las lesbianas o mujeres masculinas en el marco del castigo heterosocial en un espacio tan violento como la escuela, explicaba.

Mientras escribo y ocurre esto, deseo estar con ellas y hablarles de las memorias políticas de resistencia de las comunidades racializadas en el devenir histórico. Quiero estar con ellas y que juntas produzcamos los mismos amotinamientos de los negros y las negras-en su mayoría senegaleses- que fueron esclavizados y asesinados en Chile, en Tralkawenu (Talcahuano). Quiero escribir miles de millones de manifiestos que sirvan como archivos de reflexión de lo que los feminismos han hecho, hacen y harán para la transformación cultural, en la visibilización de la sexualidad y corporalidad disidente, de los cuerpos que bailan.

Johan Mijail