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Opinión

Decir la palabra socialismo u otra parecida (de la provincia escrita)

Por: Marcelo Mellado | Publicado: 23.11.2018
Decir la palabra socialismo u otra parecida (de la provincia escrita) boric | Foto: Agencia Uno
Yo siempre he sido de izquierda por la posibilidad de relato que nos proveía esa lateralidad discursiva (por una subjetividad profunda), a partir de sus mirada sobre eso que llamamos realidad. Desde ahí miro la política doméstica, que nunca entiendo del todo, no sólo por la histeria que la caracteriza, sino porque me cuesta entender la lógica causal argumental de los profesionales de la ejercen (por no decir que me aburren). Un ejemplo claro es Boric dando explicaciones de algo que no necesita ser justificado. Cualquier político de su generación querría hablar con un combatiente, independientemente de si estamos o no de acuerdo con sus métodos políticos.

El trauma

Cuando hay un acontecimiento traumático, como el asesinato de un comunero mapuche, irremediablemente nos llenamos, a nivel de saturación, de analistas de lo analizable y comentaristas de lo comentable, etc. Además, en las redes sociales, y en los medios tradicionales, leemos a escritores que se refieren a la muerte de Camilo Catrillanca, lo que es bastante lógico, no podía ser de otra manera, porque la noticia nos golpea a todos, pero también se percibe ese placer de encontrar objeto textual y, por lo tanto, de hablar de lo hablable (o de escribir de lo escribible). La criminalidad institucional está fuera de duda.

Muchos nos sentimos obligados, por ira y otras razones, a elaborar nuestros mensajes de protesta. Lo que me complica, eso sí, es el funcionamiento del sentido común de izquierda (o progresista) al respecto. La reacción contra un Estado represivo, las manifestaciones y la necesidad de administrar a los mártires de la lucha, es una estrategia movilizadora clásica que quizás haya que revisar en su diseño.

En los años sesenta y setenta, hasta en los ochenta, inclusive, los artistas estaban más o menos (auto)pauteados y, por lo tanto, operaban en una línea más o menos uniforme. Independientemente de esto, sabemos que la legitimidad artístico cultural depende tanto de los negocios o compromisos políticos, y también de los oportunismos tácticos.

Quisiera imaginar, entonces, que un escritor de hoy día, por las condiciones tecnológicas en que nos movemos, debiera ser capaz de anticiparse a ciertos acontecimientos y no acceder al facilismo referencial que reinterpreta un hecho noticioso a partir de los lugares comunes del progresismo endémico, que el bolsonarismo retórico (o el nuevo facismo) despacha con un par de brutalidades y mucha soberbia, en donde la clave es la eliminación del otro. Eso pasa con la política banal, por eso cierto giro mapuchístico de la doxa izquierdistona le puede hacer el juego al fascismo; lo que podría funcionar como una desviación voluntarista del movimiento popular (dicho según el leninismo clásico). Al menos es un tema de discusión. Además, a los santiaguinos les gusta pautear a la provincia y leer los acontecimientos según sus intereses centralistas. Aunque políticamente puede ser un buen momento para acumular fuerzas y mejorar nuestras performances de alianzas posibles, para los momentos que se vienen.

La derecha, se percibe, entra en una zona pantanosa, a pesar de que una buena porción de chilenos apoyen la violencia homicida en la zona del conflicto, producto de la bolsonarización de la política, ya aludida; el fascismo es una posibilidad de cierto deseo popular chauvinista, dirigido por la oligarquía. Porque no olvidemos que cobra peso la tesis antichilena de una parte importante del pueblo mapuche. En lo personal no tengo problemas en adherir a esa tesis, aunque étnicamente no soy mapuche; por un tema personal me caen mal los chilenos (o al menos los del Chile dominante). Pero el tema político es qué hacemos como izquierda, porque no podemos simplemente aprovechar la situación para darle duro al enemigo común, hay que tener un foco estratégico.

El Relato

Reflexiono (o lo intento) desde la perspectiva de los Pueblos Abandonados (PPAA), que es una visión política cultural, provinciana y descentralizada, que observa los acontecimientos distanciándose de la doxa de izquierda o progresista, acostumbrada a leer burdamente los acontecimientos o desde una perspectiva blanda o meramente reactiva. Se propone, en el fondo, un nuevo modelo de escritor, que es capaz de producir políticas públicas e insertarse en los territorios y hacer levantamientos etnográficos. Pero en los intersticios del acontecer político suele colarse la artisticidad famélica de los creadores de pacotilla o la institución cultural que se siente obligada a repetir el canon resistencial.

Como practicante (o militante) de la producción utópica (o distópica o ucrónica, o simplemente crónica), o de ficciones de mundos posibles, intento participar en prácticas político culturales e incidir, humildemente, en la cosa pública y, también, en las mitologías que las comunidades hacen de sí misma para su diseño administrativo y patrimonial del territorio. Y parte de ese trabajo es hacer los informes (textos) de las imágenes del poder y las patologías que la sustentan. Esto es parte de la lucha contra el modelo oligarco capitalista.  De ahí mi trabajo en San Antonio, en Valpo y ahora en un liceo de Quilpué, volviendo a la práctica pedagógica. Hablo (y escribo) desde el testimonio personal, porque la perspectiva de los Pueblos Abandonados así me lo exige.

Además, como narrador obsesionado por los efectos que produce la imaginación en la vida cotidiana, he tratado de representar la política en su realización en pequeño formato. Yo siempre he sido de izquierda por la posibilidad de relato que nos proveía esa lateralidad discursiva (por una subjetividad profunda), a partir de sus mirada sobre eso que llamamos realidad. Desde ahí miro la política doméstica, que nunca entiendo del todo, no sólo por la histeria que la caracteriza, sino porque me cuesta entender la lógica causal argumental de los profesionales de la ejercen (por no decir que me aburren). Un ejemplo claro es Boric dando explicaciones de algo que no necesita ser justificado. Cualquier político de su generación querría hablar con un combatiente, independientemente de si estamos o no de acuerdo con sus métodos políticos.

Observar lo público desde la cultura es una necesidad de la política, porque se la entiende de otra manera. El efecto Trump-Bolsonaro, por ejemplo, es una reacción que sólo puede leerse culturalmente.  Es cuando el nivel B de la política pasa al nivel A, como cuando las conversaciones de asado llegan a los medios y al parlamento, es decir, los delirios facistas de exterminio del otro, que es obsesión del sentido común de derecha. El arte y la cultura, entonces, no puede ser un ingrediente decorativo del poder político, como era antes; Zurita, lo ha demostrado como operador político cultural.

El viaje y el yoga

Por último, luego de un viaje a Lima a un encuentro de escritores, muy necesario para la construcción de imágenes de América Latina hoy; a la vuelta me esperaba una junta de amigos de la época del colegio y harta pega acumulada. La junta de compañeros de curso no era cualquier encuentro, entre ellos venía de Brasil un compañero de curso que no veía hacía más de 40 años (mucho), mi amigo Plinio Sampaio, que venía invitado por la Fundación Miguel Henríquez. Fue como si no nos hubiéramos dejado de ver nunca.

La izquierda chilena necesita volver a hablar de socialismo o a algo parecido a eso. Eso  fue lo que me dijo mi amigo brasilero. Él, como gran intelectual latinoamericano, planteaba la necesidad de tener un foco preciso que contravenga el proyecto de reversión colonial del capitalismo que propone la revolución oligarco capitalista. Frente a esa barbarie hay que tener un proyecto estratégico y políticas claras que expliciten un proyecto emancipador. Por eso hay que pensar en términos más globales, más allá de un antineoliberalismo blando y localista.

La izquierda ha diagnosticado su fracaso estratégico, a pesar de algunos triunfos tácticos, como el de imponer una agenda progresista a gran parte de la gestión política, con el tema de las minorías, de los migrantes y de protección del medio ambiente, pero por otro lado, está el abandono del mundo popular. Y una de las consecuencias de esta crisis es la irrupción del facismo. En términos clásicos el facismo es una estrategia de la burguesía para resolver sus propios conflictos.

Una de las buenas consecuencias del viaje fue volver a yoga, hacía rato que no iba por una tendinitis y también, porque mi profesora, la tía Leti, andaba de viaje por India. Y debo reconocer que dependo de sus clases, soy un transferenciado, como dicen los sicoanalistas cuando se refieren a las relaciones discipulares. Esa práctica me es muy necesaria a nivel interno, porque me sitúa como cuerpo micro en un mundo ilusorio que sólo puedo entender orgánicamente. Porque, definitivamente, el espíritu de toda revolución es el cuerpo de uno y de los otros en disposición de combate, con todas las variantes que eso implica

Marcelo Mellado