Avisos Legales
Opinión

El colegio de doña Marcela (o “Una fábula sobre el mérito como criterio de selección escolar” *)

Por: Rodrigo Mayorga | Publicado: 18.01.2019
Doña Marcela estableció que, a partir de ese momento, todos los estudiantes serían revueltos al pasar de 8º básico a 1º Medio. Y que el criterio para organizar los nuevos cursos serían las notas que hubieran obtenido. «Hay que premiar el mérito» les dijo.

*Cualquier parecido con el futuro, no es pura coincidencia.

El Colegio República de Chile era como tantos otros que se habían creado allá por el siglo XIX. Tenía salas con bancos ordenados en filas, patios amplios donde los estudiantes pasaban sus recreos y una campana que todas las mañanas marcaba el inicio de la jornada escolar. El colegio tenía cursos desde 1º Básico a 4º Medio (aunque se estaba discutiendo incluir el Kínder también) y no seleccionaba a sus estudiantes: la totalidad de quienes postulaban a éste eran aceptados. Su proyecto educativo planteaba que la educación era para todos, sin distinción.

Un nuevo año escolar comenzó y los estudiantes del Colegio República de Chile descubrieron que había sido nombrada una nueva directora: Doña Marcela. Sonriente, ella les dio la bienvenida el primer día de clases y les dijo que implementaría algunos cambios para que las cosas en el colegio “se hicieran mejor”. Doña Marcela estableció que, a partir de ese momento, todos los estudiantes serían revueltos al pasar de 8º básico a 1º Medio. Y que el criterio para organizar los nuevos cursos serían las notas que hubieran obtenido. «Hay que premiar el mérito» les dijo.

Los estudiantes con mejores notas quedaron en el 1º A: varios muy estudiosos, otros que no trabajaban tanto pero que aún así les iba bien, algunos que tenían padres muy comprometidos con sus estudios y hasta un par de copiones que habían logrado evadir el celoso ojo guardián de Doña Marcela. Los con peores notas, en cambio, quedaron en el 1º Z: algunos flojos que no gustaban de trabajar, varios a los que les costaba entender las materias a pesar de que estudiaban horas, algunos que venían de otros países y aún no entendían bien el español y otros tantos que no tenían tiempo para hacer sus tareas pues debían hacerse cargo de sus hermanos pequeños y las labores del hogar.

Luego de la conformación de los nuevos cursos, Doña Marcela visitó al 1º A y les dijo: «Ustedes están aquí por sus méritos». Y les dijo también que no era justo que, si se habían esforzado tanto por sus notas, no pudieran elegir.

Fue así como al 1º A se les permitió elegir a sus profesores. Escogieron a los que consideraban mejores, a los con más estudios y capacitaciones, a los con condiciones laborales más favorables, a los con más tiempo y energía disponibles. «El mérito hay que premiarlo» repitió doña Marcela.

Eligieron también su sala: la más grande e iluminada, en el sector del colegio donde hacía menos frío y donde el verano era menos agobiador. La que quedaba más cerca del baño, del casino y también de las canchas. «El mérito hay que premiarlo» repitió doña Marcela.

Después del 1º A le tocó elegir al 1º B. Y al 1º C. Y al D, y al E, y al F, y así hasta que solo quedaba el 1º Z. Pero cuando sus estudiantes fueron a la Sala de Profesores, solo hallaron ahí a los más cansados, los más agobiados laboralmente o los que a pesar de tener alguna enfermedad no podían permitirse aún dejar de trabajar.

Y cuando recorrieron el colegio buscando una sala, descubrieron que no quedaba ninguna desocupada. El único espacio disponible era una pequeña bodega al fondo de la escuela, con la puerta atorada y las ventanas rotas, que se llovía durante el invierno y asfixiaba durante el verano.

Semanas después, el profesor del 1º Z mandó a sus estudiantes a buscar materiales para la clase de Artes. Pero cuando llegaron a donde se encontraban, descubrieron que ya no quedaban. «Fue por orden de llegada, niños», les dijo el encargado. Habían mandado al 1º A primero y a ellos al final. Uno de los estudiantes, muy molesto, empezó a quejarse, pero Doña Marcela estaba allí. «Es lo justo. El mérito hay que premiarlo» les dijo, esta vez sin sonrisa alguna, y los estudiantes del 1º Z volvieron a su sala con las manos vacías.

Al terminar el año escolar, unos señores de terno y corbata vinieron a aplicar unas pruebas a los niños del Colegio República de Chile. Querían saber cuánto habían aprendido en el año. Cuando se publicaron los resultados, los más altos puntajes los obtuvo el 1º A y los más bajos el 1º Z. Doña Marcela, sonriente, se sacó fotos con los estudiantes del 1ºA y ordenó comprarles nuevos libros y bancos y sillas más cómodas. Sus profesores recibieron bonos y elogios frente a todo el colegio. «El mérito hay que premiarlo» volvió a repetir doña Marcela una vez más.

En medio de las celebraciones, nadie se dio cuenta que los estudiantes del 1º Z estaban ausentes. De hecho, no habían sido vistos en semanas. La puerta de la bodega había terminado de trancarse por completo y ahí estaban todos, encerrados, sin que nadie oyera sus gritos pidiendo ayuda.

«Yo creo que no van a venir» dijo finalmente uno de ellos, cansado de gritar.

«Culpa nuestra no más es» le respondió uno de sus compañeros: «Por no tener el suficiente mérito».

Y ahí se quedaron, sin poder salir de esa bodega. Cayó la noche y los estudiantes hicieron una fogata para entrar en calor, con el único combustible que allí pudieron encontrar: el Proyecto Educativo del Colegio República de Chile. Ese que tenía un cóndor y un huemul en la tapa azul y que en su artículo 19 dice que «La educación tiene por objeto el pleno desarrollo de la persona en las distintas etapas de su vida».

Rodrigo Mayorga