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Opinión

Cámara Lenta: A un año del Voy&Vuelvo

Por: David Bustos | Publicado: 25.01.2019
Cámara Lenta: A un año del Voy&Vuelvo parra |
En el litoral las cosas son así. Y uno como es afuerino no tiene mucho que decir, porque te corren por ese lado, que uno no nació en el litoral y tiene que quedarse callado y mirar pa’ otro lado. No importa que la poesía no tenga ningún tipo de incidencia en la educación de los colegios de la zona, no importa que los cabros y la gente no hayan leído a Neruda, Parra o Huidobro en serio. Porque lo que interesa es el negocio. Poner el cartel “El Litoral de los poetas”; ¿no ven que vende?, ¿no ve que con eso los restaurantes se llenan? ¿Y los libros? ¿Y los poetas? ¿Y la poesía?

Un amigo medio en broma medio en serio, me decía hace unos años. Nosotros vamos a ser poetas jóvenes hasta que don Nica muera. Claro, y no era leso pensarlo, si Nicanor era el poeta joven más viejo. Igual es una gracia ser poeta joven hasta los 103 años. ¿Joven por qué?, se preguntarán ustedes. Joven por la actitud, porque cuando uno lo iba a ver siempre quedaba con la impresión que don Nica tenía neuronas para tirar a la chuña. ¿Quién en este triste país podría hablar de literatura y citar en ruso, de memoria, a los 100 años de edad, y con humor? No creo que haya ninguno. Porque en realidad hay pocos que llegan a los 100, y menos los que superan esa edad, y cuando la superan, son viejitos no muy lúcidos que digamos.  

Aún recuerdo el día en que murió, un canal de TV se instaló fuera de su casa de Las Cruces para preguntarle a la gente al pasar, sobre don Nica. Y ahí uno escuchaba de todo, que Parra se había ganado el Nobel, hasta uno dijo que había escrito Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Es que la gente, los vecinos, no están ni ahí con el poeta ni con la poesía. Vivo hace cinco años en Algarrobo y sé lo que digo. Por eso no es raro que el mismo antipoeta le dijera al único vecino de Las Cruces (Luis Merino) que podía dialogar con él, que no habían interlocutores válidos: “Don Luis, lo que pasa que aquí no hay interlocutores válidos”.

En el litoral las cosas son así. Y uno como es afuerino no tiene mucho que decir, porque te corren por ese lado, que uno no nació en el litoral y tiene que quedarse callado y mirar pa’ otro lado. No importa que la poesía no tenga ningún tipo de incidencia en la educación de los colegios de la zona, no importa que los cabros y la gente no hayan leído a Neruda, Parra o Huidobro en serio. Porque lo que interesa es el negocio. Poner el cartel “El Litoral de los poetas”; ¿no ven que vende?, ¿no ve que con eso los restaurantes se llenan? ¿Y los libros? ¿Y los poetas? ¿Y la poesía?

Hace un año que se nos fue don Nica, y parece que fue medio polémico este aniversario. Pero polémico para los santiaguinos cultos, no para la gente común y corriente. Aquí con un par de actos se pasa piola la fecha. Si la casa está en Las Cruces y tarde o temprano, eso va a tirar pa’ arriba. Todos quieren que a Las Cruces le vaya bien dicen, todos quieren que el Litoral de los poetas sea algo más que un slogan.

Vivir sabiendo que el antipoeta está muerto, que no va a abrirte la puerta, o que nadie le va a poder sacar una foto de improviso, es extraño. Uno se acostumbró a esa sensación, que aunque viviera en Las Cruces, alejado de todo, se podía golpear la puerta, capaz que te abriera y dijera un par de cosas brillantes.

Cuando se provocó la polémica, leí la entrevista realizada al poeta Zurita, y la verdad que no me gustó cuando dijo cómo a Nicanor se le “vinieron abajo los pantalones” al trasladarse a la silla de rueda cuando él lo fue a ver. No es correcto desclasificar ese tipo de cosas sobretodo cuando se tiene 103 años, y  referirse al tema de los pantalones como una especie de explosión antipoética.

Eso me hizo acordar de una vieja anécdota que le escuché a un poeta extranjero, que en los años ochenta se juntó con Parra en New York, se quejaba que el antipoeta le hizo pagar la cuenta de la cena, y después a la salida le preguntó que si encontraba que él le ganaba a Vallejo por una nariz, lo que este poeta rápidamente (no con menos ingenuo) respondió: pero Nicanor si tu eres ñato.

Las cosas son más o menos así: a mediados del siglo pasado, cuando la poesía parecía una sola, cuando todos estaban preguntándose de como hacer estallar la mejor metáfora, alguien se puso a escribir con el lenguaje hablado, el de la calle (uso del endecasílabo), con la astucia del chillanejo, del compadre que uno ve en La Vega por ejemplo, ese que levanta sacos de papas o que tiene el puesto en la feria. Una astucia chilena y provocadora, que hasta ese minuto no estaba por ninguna parte en la poesía. La antipoesía fue una respuesta al academicismo, y a los tontos graves. Y ese suceso, que se produce con Poemas y antipoemas (1954), duró hasta este siglo. Influyó y significó algo relevante para poetas como Enrique Lihn o Rodrigo Lira, por mencionar a un par. Podría decir sin temor a equivocarme, que más de la mitad de la poesía chilena fue a ver a Parra, sea a su casa de Conchalí, la Reina, Las Cruces o Isla Negra. Todo poeta que se preciara poeta, iba y hacía el ritual de tocar esa puerta y hablar con él. Si no pregúntele a Bolaño, que también hizo lo mismo muchos años después.

Ahora que el caballero con los años se puso autorreferente, ególatra, etc, es producto también del soliloquio costero y de la vida. Quién sabe. Porque don Nica, siempre tuvo la sensación de que no lo leían, que se lo pasaban por el aro. Igual tuvo la decencia de echarse al pollo, de meterse en su casa y no molestar a nadie. No andaba haciendo el papel del poeta o antipoeta a cada rato. Los que lo hayan invitado a leer alguna vez saben que pedía una cifra exorbitante como remuneración para no tener que salir de su casa.

De todas formas, cada cierto tiempo reflota la idea del poeta único, como si la poesía fuera una carrera de caballos. El mismo Nicanor en las conversaciones con René de Costa habla de caudillismo hispanoamericano como síntoma.

Despeinado, con su chaqueta de mezclilla, con su Volkswagen oxidado, con la puerta de su casa rayada con spray, con el pelo desordenado como si hace poco hubiera estado descifrando con insufrible paciencia una ecuación de física cuántica, en la soledad de su habitación. El Parra de Usa con Allen Ginsberg & Company. El Parra de la Casa Blanca y el té con Pat Nixon. El Parra de Oxford y su doctorado, que finalmente fueron Los poemas y antipoemas, cuando un día, quitándole tiempo a los estudios de física, leyó por primera vez un poema de John Donne que decía “Muerte no seas orgullosa”. El Parra hablando con Enrique Lihn en endecasílabos. El Parra de los Quebrantahuesos y del Instituto de Estudios Humanísticos. El Parra de Las Cruces con su silla de playa y su gorro de lana.

Cuando el caballero dice que los poetas bajaron del Olimpo, me dice un amigo, no lo dice de choro, lo dice porque cree que la poesía debe comunicar, que debe usar las herramientas del habla cotidiana, y el poeta es un tipo que transita como cualquiera por la metrópoli, sin esa idea mítica de la torre de marfil o la musa inspiradora. Una batalla antilírica, antilloriqueo, que le pone más onda y humor a las letras. Y que lucha también, por que la poesía no se transforme en un lenguaje solo de los entendidos. Que trabaja desde el desenfoque conceptual y la síntesis. Una poesía descentralizada, provinciana y ladina. “Se trata de desafinarle las clavijas de la guitarra al lector, descolocarlo, despertarlo”, decía Parra.

Que el antipoeta haya elegido vivir sus últimos años en Las Cruces no es mero dato de la causa, hay una predisposición de salir del mundillo literario, un autoexilio costero. De habitar un territorio sin interlocutores válidos, donde es mirado como cualquier vecino, sin mayores atributos que ser habitante de un pueblo costero, que en invierno es un pueblo fantasma.

Violeta Parra y Nicanor serán siempre figuras tutelares dentro de la cultura chilena. Ha pasado un año desde el Voy & Vuelvo. Un 23 de enero se le ocurrió morir a don Nica, el mismo día en que murió el gran Pedro Lemebel, otro maestro del universo, que ha dejado de acompañarnos. ¡Un salú por ellos! Para espantar toda mala onda.

David Bustos