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Opinión

No dan lo mismo dos años sin Historia

Por: Richard Sandoval | Publicado: 24.05.2019
No dan lo mismo dos años sin Historia estudiantes |
No, no da lo mismo dos años sin historia. No da lo mismo una historia parcelada, comprimida, apretada, recortada, que lo único que hará será reforzar la desigualdad del país; porque claro, quienes pertenecen a la elite cultural y educacional, con familias profesionales y alto capital cultural, quizás no lo resientan tanto; pero los jóvenes pobres que apenas sí van a clases para recibir alimentación, que jamás pisarán una universidad, quizás ahora pierdan la única oportunidad que les iba a dar la vida de escuchar a un profesor hablando de la polis, Mesopotamia o José Manuel Balmaceda.

¿Qué pretenden eliminando Historia como ramo obligatorio? ¿Historia es menos importante que Matemáticas? ¿Por qué ayer era fundamental, ramo ancla, clave, y ahora será -en tercer y cuarto medio- sólo un electivo, un ramo desechable, ignorable, que pasa por el lado y no pasa nada? Para el gobierno ¿Hoy es menos importante saber a cabalidad de dónde venimos, quién ha gobernado en este país, quién ha sido dictador, de dónde vienen nuestros derechos, la democracia? ¿En qué está pensando la ministra Cubillos cuando nos dice que no nos preocupemos, porque la materia se va a pasar igual entre primero básico y segundo medio? ¿Se puede comprimir la historia? ¿Es bueno que un profesor ahora decida qué parte de Roma pasa y cuál de los árabes no? el gobierno está naturalizando que las matemáticas no se pueden comprimir, porque las facciones y la geometría nos van a servir para triunfar en la vida; pero la Historia sí, porque no sirve para formar sujetos técnicos funcionales a una humanidad al servicio del mercado, una humanidad neoliberal exprimida por el brillo del dinero.

Hay un dicho que dice que no hay que tropezar dos veces con la misma piedra, pero es difícil no tropezar de nuevo con la piedra del mal si ni siquiera alcanzamos a conocer por qué tropezamos la primera vez. La Historia sirve para conocer esa caída. Pero sirve para muchas cosas más: la historia sirve para conocer las migraciones y nuestros ancestros indígenas, y así no ser racistas ni xenófobos. La historia sirve para conocer las luchas de los sindicatos, la revolución de la chaucha y el surgimiento de la clase obrera, para tener una noción de formas de enfrentamiento al abuso ante el que te puede pisotear porque es tu jefe o porque es un privilegiado, en cualquiera de sus formas. La historia sirve para descubrir vicios y virtudes de las ideologías políticas que dan sustentos a quienes hoy quieren gobernar, y así tener fundamentos básicos para elegir un bando. La historia sirve para poblar la mente, para huir del vacío, de la ignorancia, de la soledad, de la fragilidad en un mundo donde el conocimiento es poder. La historia es poder, y el gobierno al comprimir su suministro, está deliberadamente quitando el poder universal de estas armas del conocimiento para dejarlo reducido a quienes lo quieran elegir, como si todos los adolescentes estuvieran preparados para decidir que quieren o no acceder a la historia, como si todos vinieran con el mismo conocimiento desde las familias en esta patria con la cancha desnivelada. Como si todos vinieran a la misma altura en el camino de huir de la ignorancia.

«Un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro» no es una frase bonita, no es un cliché, el sello de un espacio patrimonial en el Estadio Nacional. Es la certeza misma: un país, una sociedad no puede avanzar con seguridad, con confianza, con genuina unidad democrática si no conoce su pasado, los crímenes que su propio Ejército cometió contra su pueblo; y lo que está haciendo el gobierno eliminando dos años de la asignatura de Historia en los estudiantes chilenos es dejarnos más desnudos ante la verdad, más expuestos a la oscuridad, a la ceguera ante el horror que luego permite que se vuelva a cometer el crimen, porque no existieron las suficientes clases para consternar, para experimentar la catarsis que te enseña que hay cosas que simplemente no pueden pasar y no se pueden repetir. «No importa, igual en los colegios no enseñan cómo de verdad fue la historia», dirán algunos, pero eso no es lo importante ante este anuncio del gobierno; lo importante es que se está quitando la posibilidad de inquerir, de preguntar, de cuestionar el mismo contenido que en dos años dejarán de entregar.

La historia, el saber más historia, forma ciudadanos más reflexivos, más capaces de discernir ante la brutalidad como una opción en la vida pública. La historia permite el saber problematizar tu presente por el sólo hecho de conocer tu pasado. El conocimiento de la historia es el verdadero antídoto para un pueblo ignorante que puede seguir ignorante. Nos dicen que la historia será reemplazada por la educación cívica, pero no es lo mismo, y ellos saben que no es lo mismo. No reemplaza la necesidad de nutrir nuestro vacío con conocimientos de las fracturas, personajes, movimientos humanos, revoluciones, procesos de liberación y opresión que han forjado el desarrollo de la humanidad y que son estrictamente Historia.

El ser humano, el ciudadano con valores democráticos, nobles, se constituye en base al conocimiento de lo que ya han hecho el resto de los humanos; y no conocerlos a cabalidad, no meternos en la vida de los que estuvieron antes, es aceptar un caminar desnudos, desprotegidos del conocimiento de la experiencia por las calles de la ciudad, vulnerables a un torbellino de errores, violencias, injusticias y discriminaciones. No, no da lo mismo dos años sin historia. No da lo mismo una historia parcelada, comprimida, apretada, recortada, que lo único que hará será reforzar la desigualdad del país; porque claro, quienes pertenecen a la elite cultural y educacional, con familias profesionales y alto capital cultural, quizás no lo resientan tanto; pero los jóvenes pobres que apenas sí van a clases para recibir alimentación, que jamás pisarán una universidad, quizás ahora pierdan la única oportunidad que les iba a dar la vida de escuchar a un profesor hablando de la polis, Mesopotamia o José Manuel Balmaceda.

Richard Sandoval