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Opinión

Razones para decir no al TPP-11

Por: Rodrigo Muñoz Baeza | Publicado: 29.06.2019
Razones para decir no al TPP-11 Protesta en contra del TTP | /AGENCIAUNO
Este convenio involucra a 11 países del Asia-Pacífico y su objetivo es establecer nuevas reglas en una serie de temas que van más allá de lo comercial, tales como servicios, plataformas electrónicas, estándares laborales, protección del medioambiente y brecha de género, las que deberán ser adaptadas en la legislación chilena.

Mientras China y Estados Unidos estaban enredados en los primeros indicios de su guerra comercial, a inicios de 2018 se presentó un inédito acuerdo regional de integración sin estas dos superpotencias: el Tratado Integral y Progresivo de Asociación Transpacífico (CPTPP), heredero del TPP original -luego de la salida de Trump- y punto cúlmine de una serie de conversaciones en las que estuvo involucrado Chile desde el P-4.

En las próximas semanas, la definición sobre la participación de Chile en este acuerdo se resolverá en el Senado, luego de la aprobación de los diputados. Este es un tema altamente controvertido: los defensores afirman que es un acuerdo esencial para nuestros intereses económicos y geopolíticos; y los opositores temen que beneficie más bien a intereses corporativos y a los ricos, a expensas de los demás sectores de la sociedad.

Este convenio involucra a 11 países del Asia-Pacífico y su objetivo es establecer nuevas reglas en una serie de temas que van más allá de lo comercial, tales como servicios, plataformas electrónicas, estándares laborales, protección del medioambiente y brecha de género, las que deberán ser adaptadas en la legislación chilena.

Como es un asunto importante, fijar posiciones en base a mitos no es responsable. No obstante, que lo que propone el Tratado no es algo terrible, como afirman algunos desde la izquierda, tampoco parece algo necesariamente bueno para Chile. Hay que preguntarse por qué las administraciones de Bachelet y Piñera le han dedicado parte de sus capitales políticos a negociar, firmar y buscar ratificar este convenio.

Primero, cabe la duda de por qué últimamente las políticas comerciales han comenzado a definir cuan cosmopolita, progresista y actual es una tendencia política. Esto conduce a una dinámica extraña, que caracterizó Krugman, donde economistas y políticos quieren seguir gritando “¡viva el libre comercio!”, por lo que se buscan motivos por las cuales las ganancias para un país podrían ser mayores. Claro, hay que aprovechar las ventajas comparativas, por lo que se sugiere que se abran los mercados nacionales, pero, una vez que el comercio ya está lo bastante abierto, las ganancias de seguir abriéndolo son cada vez más pequeñas.

Un uso incorrecto de ese sentimiento lleva a un esfuerzo persistente para hacer del proteccionismo una causa de las crisis económicas y la liberalización del comercio una ruta para su recuperación. Esto es contradictorio con la necesidad de un espacio de maniobra estatal que permita redefinir políticas frente a nuevas distorsiones y fallas de mercado, en una economía global crecientemente distorsionada.

En segundo lugar, ¿en qué lugar se considera lo más fundamental, los intereses de las y los trabajadores chilenos? Este no es un llamado a nacionalismos ramplones, pero es evidente lo que ha afectado a algunos sectores productivos la hiperglobalización. En países como Estados Unidos, por ejemplo, ha llegado a mermar la votación por partidos como el Demócrata en la zona de su cinturón industrial.

Cuando hay una mayor actividad con economías de bajos salarios, o con mayor innovación, cambiando los patrones de comercio, implican ciertas alteraciones sobre el consenso de lo positivo de las aperturas. La globalización ha llevado a un mayor aumento de la desigualdad entre los países, al permitir más oportunidades de negocios para quienes son más ricos y exponer a trabajadores a mayor competencia.

Acuerdos de este tipo son apropiados para apalancar áreas que afectan directamente la vida de la clase media. De manera más general, deben propender a garantizar que, en un mundo donde hay una alta movilidad de capitales, no se convierta en uno en el que los gobiernos pierdan la capacidad de proteger a sus ciudadanos. Si la integración global implica una desintegración de lo local, eso no es sino un fracaso del Estado.

En tercer lugar, sobre el corazón del Tratado, el comercio, aun no se nos dice cuáles serán las áreas afectadas. Se trata del nacimiento de la mayor zona de libre comercio a nivel mundial, con un mercado potencial de más de 500 millones de personas. Pero para Chile, ¿en qué le suma todo esto?

Si bien puede ser un hito en el comercio internacional, nosotros ya tenemos acuerdos bilaterales suscritos con las otras 10 naciones participantes, además de China, Estados Unidos y Unión Europea -nuestros principales destinos de exportación-. Un buen acuerdo comercial es aquel que adecuadamente elimina las barreras extranjeras y promueven la exportación, en mucho mayor medida que reduce las barreras nacionales y beneficia a los importadores.

Se nos ha dicho que uno de los puntos positivos del Tratado es la posibilidad de acceder a Japón, Canadá y Vietnam, beneficiando a sectores agrícolas, forestales y pesqueros, con más de 3 mil subproductos que podrán mejorar sus condiciones; además de mayores inversiones extranjeras y, por ende, más empleos. Sin embargo, no se nos ha mencionado cuales sectores se verán afectados con estos nuevos intercambios, en especial las regiones: ¿Cuáles bienes y servicios de Japón, Canadá, Vietnam, Malasia, Perú, Nueva Zelanda, Australia, entrarán al mercado chileno?, ¿Qué sectores de nuestra economía pueden verse afectadas?, ¿Cuántos puestos de trabajo se podrían destruir directa o indirectamente?

Mientras no se tenga claro los costos del CPTPP, los beneficios se tratarían de ventajas meramente marginales, que dependerán de los inventivos que da el Estado a empresarios. A la vez, esta profundización de la apertura económica implica una mayor exposición a las crisis y recesiones -como lo sufrimos hoy- por la globalización de nuestras relaciones. Por nuestro carácter de país exportador de materias primas, decisiones como estas sólo refuerzan una noción que nos condena al subdesarrollo, en la dualidad entre el centro industrial y hegemónico y la periferia agrícola y subordinada.

No obstante lo anterior, hay que hacerse cargo que decir no al TPP-11 es desaprovechar oportunidades y dejárselas a otros países que han ratificado el Acuerdo, y nos harán un país menos competitivo en el mediano plazo. Sin embargo, el debilitamiento de los Estados, dando lugar a la desarticulación social, la supremacía de poderes empresariales y la perdida de la centralidad de la política, son más perjudiciales.

La preeminencia de la base ideológica del neoliberalismo, convertido en el único pensamiento correcto, sustrae del debate ciudadano áreas eminentemente políticas, revestidas de ropaje tecnocrático. Además, reducir las barreras fronterizas entre mercados puede estar bien, pero comenzar a interferir en las políticas de desarrollo nacionales con el fin de uniformar las condiciones competitivas en los diversos países para ajustarlos a un modelo, no es correcto.

Rodrigo Muñoz Baeza