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Opinión

Neltume

Por: Pablo Varas Pérez | Publicado: 21.07.2019
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Neltume constituye para muchos una manifestación de la más alta generosidad conocida, allí se conjugaron el trabajo maderero con la tarea de alfabetizar a campesinos que por ser pobres y porque al Estado nunca les interesó, las escuelas quedaban lejos y en aquellas extremas condiciones era imposible ir a sentir el ruido de los libros que enseñan como ordenar las palabras una tras otra para que muestren la vida algo más bella de lo que es.

Ríos de tinta derramaron los diarios de la derecha en los años setenta para insistir que en el complejo maderero de Panguipulli existía una escuela de guerrillas, y que un tal Pepe era el encargado de adiestrarlos para una cuando llegara los tiempos de la batalla final, o algo parecido.

Neltume constituye para muchos una manifestación de la más alta generosidad conocida, allí se conjugaron el trabajo maderero con la tarea de alfabetizar a campesinos que por ser pobres y porque al Estado nunca les interesó, las escuelas quedaban lejos y en aquellas extremas condiciones era imposible ir a sentir el ruido de los libros que enseñan como ordenar las palabras una tras otra para que muestren la vida algo más bella de lo que es.

Qué valor podría tener para los que no conocían aquellos parajes increíbles donde habitaban hombres y mujeres. Donde había que hacer la vida todos los días. Millones de chilenos nunca se enteraron que en esos lugares había que cortar árboles y trozarlos para que se construyan casas, puentes y bancos de escuela donde justamente eran los analfabetos los trabajadores.

Es que Chile es así, extremo, diferenciado, excluyente y desigual, para que preocuparse de la gente pobre y campesina, si con que respiren trece veces por minuto es suficiente.

Las cosas se fueron ordenando, los que no sabían aprendieron y entre todos se fueron construyendo proyectos de una vida más digna, más justa, algo así como acercar la escuela a los abedules para asustar al frio que está siempre cuerpo presente. Es que los campesinos en esos años, y venía desde mucho antes también compartían sitio con los animales, allí los había condenado el patrón para que les cuidaran las bestias.

De tarde en tarde subían al complejo maderero algunos candidatos a cualquier cosa para pedir el voto a cambio de nada. Hablaban que si ellos ganaban todo cambiaría y los tiempos seguían vistiendo la misma ropa de pobre, casi como razón para que los calendarios se volvieran amarillos.

Y no fue la llegada solamente de Liendo, junto con el subieron otros dispuestos para despertar a los dormidos y organizarlos, es que el mundo y las horas de aquellos tiempos los exigían. Nada más despreciable que pasar por el lado de una injusticia sin hacer nada. Entonces la organización fue colocando los asuntos en su lugar y en orden.

Se preguntarán hoy que pensaron aquellos obreros que aprendieron a leer y que entendieron que les arrebataban el futuro digno, algo tan simple como ser feliz en aquellos lugares.

Y como si del Moncada se tratara en el gimnasio de la escuela se pusieron de acuerdo, pero todo era muy poco, casi un pelotón de Etruscos.

Las horas eran serias y no entendían de explicaciones ni atrasos, ni faltas de ortografía, allí estaba la vida como si de la palma de una mano se tratara con los ojos inquisitivos y angustiados de una gitana. Allá en Valdivia en aquella hora que se había estudiado los asuntos no cuadraron con la hora ni el lugar y desde la población de Emergencia hasta los pasillos de la Universidad se decía lo que había que hacer y nadie decía que no, nadie abandonaba ni su lugar ni sus lentes.

No salieron las cuentas, el hombre sigue siendo un eterno alumno del tiempo y de lo poco ganado se pidió prestado al futuro…

En aquellas horas urgentes entonces Gregorio Liendo toma la determinación de pedir amparo en la montaña y la nieve estaba presente con aquel frio que duele y se lanza en dura caminata cuesta arriba, su compañera lo mira como da pasos firmes mientras en sus hombros lleva a Barría que no podía caminar, lo había castigado la poliomielitis cuando era cabro chico. El cansancio los abrazó y cuando despertaron los habían rodeados, amarrados los bajaron a Valdivia, la sentencia ya estaba redactada.

Fueron trece los valdivianos fusilados sin juicio. Se repetía la foto de la trece rosas del Madrid de la guerra civil en los muros de la Almudena.

Tantos que a diario transitan por la calles que llevan nombres de asesinos, de uniformados que creyeron que la pobreza y los pobres son blancos móviles. Nos condena la derecha política y los dueños de la tierra que ellos son los eternos vencedores y que nuestros muertos bien muertos están.

Somos un país donde la memoria urbana se sostiene en sus pilares mercuriales, donde los hijos de los asesinados deben pedir permiso para cruzar la calle sin mirar al militar que mató al abuelo se robó las gallinas. Donde cabeza gacha el lunes en la escuela de Quitratúe Marcos Marileo mira sin sentido como izan una bandera ajena.

Hay que recorrer las calles del sur y del norte que no tienen los nombres correctos y justos. No conocemos como se llamaba quien fue agitando a los mineros en la Escuela Santa María ni tampoco quien fue el primero en caer herido de muerte en la masacre de Ranquil o La Coruña.

Y bien está que Neltume sea nuestra memoria repartida entre tantos esperanzados, para que los hijos de los fusilados sin juicio sepan que su padre quedó a la altura de los Carrera o Rodríguez, y que los que en esos tiempos se ufanaban de sus miserables días sepan se les cayó la miserable pequeña verdad de esos tiempos de bruma y odio.

Nadie olvida sencillamente porque cada día recordamos a los hijos, y a los hijos de los hijos de la generosidad de nuestros amigos y compañeros que nos faltan pero que tiene su espacio en la historia.

Saldrán los perros con antorchas a quemar los rostros, los maderos y los recordatorios, pero siempre habrá manos para volver a levantarlas como se hace con los sueños y los proyectos con la voluntad y la esperanza.

Nos alegra saber que nuestra tozuda, consecuente y memoriosa de aquellos días quedará abierta a todas las hojas de los calendarios para indicar que la justa tarea aún está inconclusa.

Pablo Varas Pérez