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Piñera ya no entendió nada

Publicado: 05.03.2020
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En una entrevista en Estado Nacional de TVN con Matías del Río, Sebastián piñera parecía no haber comprendido nada de lo sucedido en estos casi cinco meses desde el 18 de octubre. Casi a la defensiva y con una mirada reducida solamente al problema de “orden público”, el presidente de Chile nos dio a entender que, independientemente de que su gobierno ya no le hace sentido a nadie, él está en La Moneda ya no para cumplir un mandato que se cayó a pedazos, sino para mostrarnos sus obstinadas ganas de no lucir como perdedor.

Eso pareciera ser lo único que mantiene a Piñera en la casa de gobierno. No hay nada más que lo sostenga en el cargo que la idea de contarnos que escuchó, que entendió, pero a su forma; es decir, sin haber escuchado ni entendido nada realmente.  Porque detenerse a hacerlo lo encuentra una pérdida de tiempo cuando lo esencial es eludir las responsabilidades.

Eso ha tratado de hacer estos meses: se ha hecho el sordo y ha intentado darle un nuevo comienzo a su administración sin dar su brazo a torcer, sin querer ver que el problema ya no es solamente administrativo o de alguna que otra política más o menos, sino de su visión sobre cómo se resuelven los problemas. Con la excusa de que ganó con “amplia mayoría”, el mandatario y su coalición se ponen en un rincón del debate contingente a taparse los oídos y repetir un discurso de seguridad ciudadana que no resolverá lo que está pasando en las calles.

Tal vez le cuesta creer que no es querido. A lo mejor, en el fondo, se rehúsa a ver que su segundo triunfo presidencial no fue más que el resultado de una campaña de terror bien eficaz contra las reformas de Bachelet. Se niega a reconocer lo que todos reconocen, y que es que los gestores y especuladores fracasan en momentos como estos. Y la razón es porque su mirada de corto alcance jamás podrá encaminar un relato más allá de medidas de contingencia.

Lo que no sabe tampoco el presidente es que, aparte de no ser querido, no es simpático para mucha gente. Su figura de multimillonario con ganas de no perderse ni un espacio de la historia patria para aparecer, ya resulta desagradable y da como resultado declaraciones mal dichas, con ideas poco racionalizadas e innecesarias. Él ya es innecesario. Su permanencia en el poder ya no es más que consecuencia del cansancio tanto del oficialismo como de la oposición. Pudo haber hecho un gesto democrático y dar un paso al costado, pero para realizar esos actos hay que primero creer en la democracia y no en la versión que uno se inventa de esta.

Verlo en televisión es ya casi una tortura para quienes creemos en la política y en el buen ejercicio de ella. Cada vez que puede, desautoriza más aún la supuesta “dignidad del cargo” que debería encarnar, pues sus respuestas son erradamente fundamentadas, con frases irresponsables a las que se les intenta aminorar el contenido con la excusa de una supuesta “jocosidad” que ya no le hace gracia a nadie.

¿Qué pensará? ¿Sabrá que su gobierno murió hace bastante tiempo? ¿Tendrá claro que cualquier cosa que diga, aunque la medite seriamente, ya no podrá enmendar los daños profundos sufridos por la democracia gracias a su porfía? Sería bueno que se detuviera y tomara en cuenta todo esto. Pero él no se detiene, solo da vueltas en círculos tratando de hacer como si hiciera cosas, mientras la policía sigue actuando de la misma forma y su gabinete intenta tomar un rumbo con frases de buena crianza de un ministro de Hacienda que ha desviado la atención de las brutalidades de su jefe.

Quedan dos años para que este período que parece eterno termine. Creo fervientemente en que un mandatario, sea el que sea, termine el tiempo que le corresponde por haber sido elegido según las reglas representativas. Pero el problema es que, digámoslo, parece muy complicado imaginarse todo el tiempo que queda. Y eso es culpa de quienes no entendieron qué pasó el 18 de octubre.

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