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Opinión

Épica de la civilidad

Por: Rodolfo Fortunatti | Publicado: 03.04.2020
Épica de la civilidad | Foto: Agencia Uno
¿Dónde están los héroes de la épica que protagoniza el país en esta lucha de lo humano contra lo no humano, al decir de Touraine? Los genuinos actores de esta lucha no han de buscarse en el gobierno ni en los rostros de la televisión. No por nada la última encuesta Ipsos le otorga nota 3,6 al desempeño del Ejecutivo en el manejo de la crisis, siendo más negativa dicha tasación entre los jóvenes y las mujeres. Los verdaderos héroes y heroínas están en la civilidad otrora duramente criminalizada, humillada y castigada por la represión militar y policial.

El 7 de febrero el ministro de Salud Jaime Mañalich, máxima autoridad política frente a la pandemia Covid-19, anunciaba una alerta sanitaria para todo el territorio nacional. Por entonces los infectados en el mundo —hoy alrededor de un millón— cifraban apenas 28 mil personas, de las cuales solo 216 eran de fuera de China y ninguna de Chile. El ministro pedía a la gente que no se asustara y que tomara resguardos para el próximo invierno cuando se agudizarán las enfermedades respiratorias.

Pulsando el botón de pánico

Quince días después la autoridad reiteró a la población que mantuviera la calma porque el país tenía un muy alto nivel de preparación para un posible brote de coronavirus. Más aun, remachó con un alcance sociopolítico: «Nosotros no vamos a llegar a un escenario de restricción de las libertades de las personas». No imaginaba toque de queda ni cuarentena. Todo parecía muy relajado, principalmente los controles. En el aeropuerto internacional se habilitaba un espacio sanitario destinado a examinar a los sospechosos de portar el virus, y a los pasajeros se les pedía una declaración jurada acerca de lugares de origen y estadía, y presencia de síntomas, que unos cuatro mil terminaron falseando. «En el aeropuerto me iba a tomar un café y no pasaba nada», declaraba la deportista Francisca Crovetto.

Había demasiada confianza en las propias ventajas comparativas del país, al punto que el ministro arriesgó reconvenir la ironía de Kramer en el Festival de Viña reiterándole que «tenemos uno de los mejores sistemas de salud del planeta Tierra». Incluso, tras confirmarse el primer caso de coronavirus en la comuna de San Javier, solitario en el gabinete de ministros, expresó que no correspondía la cesación de clases, no correspondía prohibir eventos masivos, ni correspondía suspender actividad alguna donde se reuniera gente, pues el sistema de salud nacional estaba preparado para enfrentar 430 mil contagiados, si bien no un millón.

Pero luego dio un giro imprevisto en el rígido discurso oficial al plantear la posibilidad de suspender el plebiscito fijado para el 26 de abril. Faltaban aún ocho semanas para el referéndum y, sin embargo, el gobierno lograba instalar en la opinión la preocupación por una crítica e inédita abstención del 93 por ciento de la población. Se vaticinaba que la participación electoral rondaría el millón de electores, siendo adultos mayores, enfermos crónicos como diabéticos y renales, los principales marginados del proceso.

Fue en este instante cuando Jaime Mañalich dejó de ser el ministro para convertirse en el factótum de la salud en Chile, y su discurso pasó de ser el de un jefe de cartera para trocarse en el relato ideológico de la estabilidad, la gobernabilidad, el orden y la normalidad alteradas por cuatro prolongados meses de estallido social y movilizaciones. Al lado del inesperado benefactor habrán de perder figuración y ascendiente los ministros del Interior y de Hacienda, desde luego, el de Educación, y hasta el Presidente que optará por replegarse a la segunda línea.

Procedentes de esta nueva investidura todo el país pudo recibir con perplejidad las proyecciones elaboradas por la modelística gubernamental que, para todos los efectos, constituye la estadística oficial del Estado de Chile que sostiene y orienta la política pública. Las fuentes sanitarias predecían más de 43 mil infectados en el país para el 1° de abril que, al concluir el mes, se dispararían a… ¡100 mil contagiados! De los más de 40 mil contagiados, aproximadamente 30 mil pasarían la enfermedad como si se tratara de una gripe suave, 6.400 tendrían que ser hospitalizados y 3.200 deberían ser sometidos a cuidados intensivos. Fueron las cifras que justificaron la inversión fiscal de Espacio Riesco.

El grito, del noruego Edvard Munch, no habría podido ofrecer un paisaje más pavoroso.

La realidad es que hasta ahora se registran 3.404 contagios confirmados y 18 defunciones. Esto representa 40 mil infectados menos que los pronosticados y 120 personas que, contrariando las conjeturas de los epidemiólogos, no perdieron la vida. Es un hecho que, no obstante el síndrome de estado de catástrofe, la línea de tendencia del coronavirus se está aplanando y apartando de la trayectoria real, no teórica, trazada por España e Italia, así como del pesimista vaticinio del Ministerio de Salud. «No hay que trabajar tanto con modelos matemáticos, sino que prepararse al máximo y tratar de prevenir la propagación», ha sentenciado Fernando Leanes, representante de la Organización Panamericana de la Salud.

Negacionistas y apocalípticos

¿Dónde están los héroes de la épica que protagoniza el país en esta lucha de lo humano contra lo no humano, al decir de Touraine?

Los genuinos actores de esta lucha no han de buscarse en el gobierno ni en los rostros de la televisión. No por nada la última encuesta Ipsos le otorga nota 3,6 al desempeño del Ejecutivo en el manejo de la crisis, siendo más negativa dicha tasación entre los jóvenes y las mujeres. Los verdaderos héroes y heroínas están en la civilidad otrora duramente criminalizada, humillada y castigada por la represión militar y policial. Aquella civilidad víctima del desdén que resuena latente en la voz de la autoridad regional cuando, ignorando la concentración por hacinamiento de los habitantes de Santiago, les censura su escasa distancia social.

Las más firmes barreras sanitarias contra el virus las está oponiendo una población disciplinada que se informa, transmite experiencias y aplica protocolos bajo una emergente economía del cuidado cuyo rol estelar es desempeñado por mujeres. Los héroes y heroínas están entre las cajeras, reponedores y guardias de supermercados. En los funcionarios de la administración que atienden público. En los transportistas. En los médicos, enfermeros, terapeutas, nutricionistas, trabajadores sociales, administrativos, que trabajan prescindiendo de mascarillas quirúrgicas, mascarillas n 95, visores, insumos, guantes y pecheras, como se demuestra en la encuesta del Colegio Médico.

Es la civilidad apremiada a transitar un estrecho y frágil sendero, desafiando el abismo que abren bajo sus pies los dos fundamentalismos alimentados por la pandemia: el negacionista, según el cual el Covid-19 no es más que una gripe común sin mayores consecuencias para la humanidad; y el apocalíptico, por el cual se anuncia una crisis sanitaria tenida por devastadora e inevitable. Contra ambas no hay argumentos, no hay críticas, no hay matices de valor. Todo es en blanco y negro. Todo es indiferenciado. Todo, en fin, se reduce a imponer creencias apelando a principios de autoridad. A pesar suyo, en el fondo prevalece la certeza de que el virus es peligroso, y de que, más allá de las teorías, es mejor prevenir y mantenerse alertas frente a la manipulación mediática.

Es la micro civilidad constituida por directores, docentes, asistentes de la educación, padres y apoderados, la que insta a los alcaldes a suspender las clases y adelantar vacaciones de invierno. Es esta civilidad local la que demanda cerrar malls, restaurantes, bares y cines, establecer cordones sanitarios y decretar cuarentena obligatoria en la región Metropolitana para proteger a los más pobres y vulnerables, detener el contagio y evitar que la epidemia se propague al resto del territorio.

No surge, sino que se revela así, una antropología cultural hasta ahora desconocida. Un conjunto de prácticas de servicio, familiares y comunitarias, que permiten organizar la vida cotidiana y acometer con eficiencia el confinamiento. Ninguno de los ejemplos que se subrayen como comportamientos inciviles puede oscurecer el hecho contundente de que en las siete comunas sometidas a cuarentena —que no son precisamente donde se localizan las actividades productivas renuentes a paralizar— se han seguido las instrucciones formuladas con dificultad por la autoridad. «Una población motivada y bien informada suele ser mucho más poderosa y efectiva que una población ignorante y vigilada —sostiene Yuval Noah Harari en El mundo después del coronavirus—. Considere, por ejemplo, lavarse las manos con jabón. Este ha sido uno de los mayores avances en la higiene humana. Esta simple acción salva millones de vidas cada año». Uso de mascarillas, lavado de manos, organización de las ferias libres, horarios de salida de las casas, turnos para el abastecimiento, dan cuenta de regularidades sociales que en la actual coyuntura han limitado el avance de la pandemia.

A falta de vacuna, la mejor inyección sigue siendo una intervención social que ha venido ocurriendo de facto y, en ocasiones, con un enorme costo medible en términos de incertidumbre y sufrimiento para sus promotores. De haber sido escuchada a tiempo aquella ciudadanía, probablemente los resultados obtenidos hasta ahora habrían sido más auspiciosos.

Rodolfo Fortunatti