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Opinión

El miedo

Por: Carlos Durán Migliardi | Publicado: 08.04.2020
El miedo Medios de comunicación durante la pandemia | Fotografía de Agencia Uno
¿Cómo evitar que los legítimos miedos sociales no se conviertan en un factor político que abone a la mantención del status quo y a la postergación indefinida del necesario proceso constituyente abierto en Chile a partir del 18 de octubre? Tal y como ocurría en tiempos dictatoriales, el miedo puede ser un gran aliado del conservadurismo y del inmovilismo. Concretamente, un gran aliado de quienes desean la mantención inalterada del andamiaje institucional sostenido en la Constitución de Jaime Guzmán. Y es que, en tiempos de urgencias inmediatas y de incertidumbre, las posibilidades de que tras el repliegue individualista se cuele la conservación del status quo y la clausura del proceso de cambio constitucional abierto el año recién pasado no son bajas.

“Hay gente que muere de miedo” fue el título que le dio Norbert Lechner a una reflexión sobre el impacto, sentido y relevancia que esta emoción primaria tiene para la configuración de los procesos políticos. Realizada en un contexto muy distinto al actual, la intención de Lechner era tematizar la forma en que el miedo, que alcanzaba un lugar protagónico en tiempos de terrorismo estatal y autoritarismo, debía ser considerado como un factor político y no como un residuo irrelevante. Y es que los miedos, decía Lechner, activan pero también pueden paralizar. Movilizan pero también pueden llamar a la inacción.

Los jerarcas, burócratas y funcionarios de los regímenes autoritarios que abundaron en América Latina desde mediados de los sesenta y hasta inicios de los noventa tuvieron muy claro el valor político del miedo, y la mayor de las veces lo pusieron a su favor a fin de inmovilizar, construir enemigos imaginarios y/o hacer ver la necesidad del poder arbitario y de la suspensión de las garantías democráticas. ¿Cómo no recordar, por ejemplo, los allanamientos masivos sobre las poblaciones de Santiago realizadas en tiempos dictatoriales con el pretexto de controlar la delincuencia, o las cotidianas alusiones a un enemigo interno misterioso y cruel que asolaba al país, amenazando la “paz social”?

Hoy, en tiempos de pandemia global, son nuevos miedos los que se activan. Ahora, es la amenaza a la integridad física, por un lado, y al incierto futuro que se abre a sociedades aún más precarizadas por la activación de esta amenaza global llamada COVID-19. ¿Cuánto resistiremos a esta excepcionalidad pandémica?; ¿qué será de nuestro futuro y nuestros planes de vida que, a medida que transcurren los días, se ven aceleradamente trastocados?

Hay quienes -los menos- se encuentran afectados por el miedo a perder su posición de privilegio en un contexto de dislocación y pérdidas al por mayor. Y hay quienes, la mayoría, teme perder lo poco y nada que tiene, incluyendo sus precarios y/o inciertos trabajos propios de un Chile en que la flexibilidad e incertidumbre son pilares constitutivos de una forma de organización social en la que hasta la salud es un bien transable. La caída en las proyecciones de crecimiento y empleo, el desplome de los fondos previsionales, el stress sobre el sistema de salud, los cambios en las prioridades del gasto público, la profunda alteración de las planificaciones del sistema escolar y de la educación superior constituyen, en este sentido, solo algunos ejemplos que abonan a un estado de multiplicación de los temores sociales y de la angustia frente a un futuro que se avizora como cuesta arriba.

En dicho marco, ¿Cómo evitar que los legítimos miedos sociales no se conviertan en un factor político que abone a la mantención del status quo y a la postergación indefinida del necesario proceso constituyente abierto en Chile a partir del 18 de octubre? Tal y como ocurría en tiempos dictatoriales, el miedo puede ser un gran aliado del conservadurismo y del inmovilismo. Concretamente, un gran aliado de quienes desean la mantención inalterada del andamiaje institucional sostenido en la Constitución de Jaime Guzmán. Y es que, en tiempos de urgencias inmediatas y de incertidumbre, las posibilidades de que tras el repliegue individualista se cuele la conservación del status quo y la clausura del proceso de cambio constitucional abierto el año recién pasado no son bajas.

Desde el lado de la voluntad transformadora, la respuesta a esta amenaza debe ser unívoca: los miedos y temores legítimos de las mayorías sociales no deben ser negados ni escondidos bajo la alfombra, sino que tematizados precisamente como uno de los motivos que reafirma la necesidad de un Estado distinto, de unas reglas del juego fundadas en un pacto -un verdadero pacto- que sitúe a todos los y las habitantes de este territorio en iguales condiciones para enfrentar los desafíos de un mundo cada vez más inestable y amenazante.

Frente al temor paralizante, se requiere la profundización de la conversación democrática iniciada el 18-O. Frente al uso político del miedo, se requiere reconocer la necesidad imperiosa de construir un Estado capaz de enfrentar democráticamente sus efectos paralizantes y de reconfigurar las reglas del juego de una sociedad en la que, como ocurre en el Chile actual, cada cual “se rasca con sus propias uñas”.

Carlos Durán Migliardi