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El modelo educativo al desnudo, en tiempos de cuarentena

Publicado: 19.04.2020

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A poco andar de la llegada del virus a Chile, una de las primeras medidas que la autoridad trató de resistir, pero resultó inevitable, fue la suspensión de las clases. No hubo caso: pronto, se cerraron las escuelas y jardines infantiles. Tomada la decisión, el Ministerio de Educación instaló la modalidad de “clases online” o a través del uso de distintas plataformas para dar continuidad a los procesos educativos.

Así las cosas, con no poca ansiedad y frenesí, los profesores, con mayor o menor manejo de la tecnología, procuran simular una clase presencial. Suben guías de trabajo, ejercicios, contenidos y tareas para los niños y niñas. Fijan rutinas, horas de trabajo y de descanso, e instrucciones para que la familia supla parte de sus funciones en la implementación del currículum. Con el mismo objetivo, para los “otros” -aquellos que no tienen acceso a internet- se elaboran guías y material educativo en papel para ser enviados a sus casas. En sentido figurado, se podría decir que en una suerte de “minga” chilota las escuelas y jardines infantiles fueron trasladados a las casas.

Arturo Bravo, siquiatra chileno y profesor de la Universidad Andrés Bello, ha manifestado por estos días que lo que se llevaron a la casa los niños es una extensa versión online de la escuela. Agrega: “Deberíamos atender a sus deseos más críticos y no seguir agobiándolos tanto como a sus profesores en esta actividad de emular en casa la rutina escolar transformándola en otra pesadilla”. De acuerdo a Mark Fisher, en la sociedad contemporánea la cultura derivada de nuestro modelo económico demanda que siempre parezcamos ocupados y haciendo algo, haya o no algo que hacer. Lo que presenciamos en este momento es eso: la obsesión por hacer parecer que niñas y niños están aprendiendo.

En medio de la pandemia, el sistema educativo entra a la casa de niños y niñas sin avisar ni pedir permiso a los dueños de casa, interfiere en las horas de comida, la organización de los espacios, genera disputa por el uso del o los computadores, o angustia por la ausencia de ellos. Define cambiar los roles y tareas de sus distintos miembros. Se inmiscuye en lo íntimo, en lo más privado.

En medio del miedo y la incertidumbre de las familias, el sistema educativo desconoce, y por ende omite, el rol que juegan los ambientes emocionales y de bienestar en los procesos de aprendizaje, temática profusamente abordada en el ámbito de la educación. Jean Piaget ya en 1964 (en su libro Seis estudios de Sicología) planteaba que las emociones, la dimensión afectiva infantil, es el motor del aprendizaje, debido a la influencia que ésta tiene sobre su motivación por aprender y descubrir.  ¿A quién le cabe duda que hoy los niños y niñas están invadidos por sentimientos de miedo, pena y rabia por lo que sucede?

Entonces surge la pregunta: ¿cuáles fueron las viviendas, los territorios y las familias que estuvieron en el imaginario de las autoridades y técnicos al escoger esta estrategia de “continuidad” del proceso educativo? Lo que está claro es que no fueron ni las familias, ni los territorios ni las viviendas de los “otros” (de aquellos con dificultad de acceso inmediato a internet).

Los “otros” saldrán a la luz cuando se publiquen los resultados de la prueba SIMCE: gran parte de ellos serán los que bajarán el promedio de rendimiento, los que cuyas escuelas serán identificadas con luz roja en el semáforo, los que pondrán en riesgo el lugar de Chile en los rankings de la OCDE. Los excluidos en tiempos de normalidad y emergencia, por su condición social, por el lugar de Chile en que viven, por el nivel socioeconómico de sus padres.

Chile es reconocido en América Latina por el buen diseño de sus currículos, rigurosos en su elaboración, capaces de representar con claridad la trayectoria educativa que se debe seguir en los distintos niveles educativos, estructuras con categorías y objetivos de aprendizaje coherentes. Sin embargo, una vez más queda demostrado que el sistema educativo está prisionero en su propio entramado técnico, recorre su propio camino y no logra llegar a puerto donde están los niños y niñas, sus familias, sus contextos y circunstancias.

En medio de la pandemia ha estado presente esta obsesión por dar continuidad al proceso educativo, cumplir la cobertura curricular (cantidad de objetivos a abordar en un período determinado) tal cual lo establece la norma, cumplir las metas comprometidas, alcanzar los resultados esperados. Seguir el calendario oficial cueste lo que cueste, queden los que queden en el camino, como si el estado de catástrofe no implicara adecuar el sistema educativo a la realidad y no la realidad al sistema educativo.

¡Qué bien les haría a los niños y niñas y a sus familias, a las comunidades, al propio sistema educativo y al país, tener a educadores y educadoras contribuyendo a lo esencial, a lo pertinente, sensible y relevante! Reconociendo sin miedo el valor del ocio y la propia iniciativa en el uso del tiempo libre. Comunicándose con sus alumnos desde sus emociones: ¿qué están sintiendo?, ¿qué es lo que rescatan, de la situación que están viviendo?, ¿cuán bien o mal se sienten en sus casas?, ¿qué es lo que más echan de menos de la escuela? Identificando y acompañando a aquellos niños que puedan estar en situación de mayor vulnerabilidad, contactando redes de apoyo especializado para aquellos que lo necesiten, desarrollando procesos de autocapacitación para diseñar estrategias que les permitan recibir a sus alumnos cuando se reanuden las clases; poder contenerlos, acogerlos en sus vivencias y emociones, creando proyectos innovadores para retomar el aprendizaje en las distintas áreas del currículum.

Pareciera que lo relevante es ilusionar y demostrar que tenemos un sistema educativo que todo lo puede, que en medio de la pandemia utilizamos tecnología de punta, que somos eficientes y cumplimos los indicadores y las metas establecidas en medio de la catástrofe. Una vez más, sentirnos los mateos del curso, no importa que de ningún modo lo seamos.

En tiempos de pandemia el modelo educativo ha quedado al desnudo: ha mostrado su cara excluyente, desigual e impertinente, que privilegia el éxito por sobre las necesidades de los niños y sus familias.

En estos momentos de crisis, las comunidades educativas debieran reflexionar acerca de la importancia de rescatar del currículum aquellos objetivos de aprendizaje relacionados con la convivencia, el valor de compartir, el desarrollo de la empatía y de la responsabilidad. Pensar el autocuidado, el aprecio por lo cotidiano y las relaciones interpersonales, la solidaridad y el ejercicio de la ciudadanía en la práctica pedagógica regular al regreso de los niños y niñas a las aulas. Una maravillosa posibilidad de fortalecerlos y hacerlos más resilientes para enfrentar nuevas crisis y el impacto de esta pandemia en sus vidas.

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