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Opinión

Llegar tarde

Por: Leonardo Piña Cabrera | Publicado: 10.05.2020
Llegar tarde calle | Foto: Agencia Uno
El caso de una persona que estando en esta situación fue desalojada de la iglesia evangélica en que residía por resultar covid positiva, en la comuna de Pedro Aguirre Cerda el 9 de abril, es uno de estos lamentables ejemplos. El toque de queda del actual estado de excepción constitucional también, al restringir su movilidad durante la noche, que es cuando muchos de ellos se dedican al trabajo de recolección o reciben la compañía de las organizaciones que les visitan, en los llamados recorridos solidarios.

“Los marginales no tienen nombre”

(Carolina María de Jesús)

 

Llegamos tarde, dice no sin pesar, el jefe de Operación Social del territorio Aysén del Hogar de Cristo. Llegamos tarde, vuelve a argumentar, y en ello alude no solo a la institución de que es parte, sino al conjunto de actores que pudieron/debieron hacerlo antes de la tragedia que estaba por producirse. Llegamos tarde, resuena en la escucha, y la muerte de Juan Carlos Aguilar, antiguo residente de la hospedería de calle Simpson en la ciudad de Coyhaique, termina de concretarse como un hecho consumado y cuya responsabilidad nos interpela y cabe a todos.

Ocurrida en las afueras del albergue que solía ocupar, las palabras de uno de los referentes del lugar sitúan en el entramado local, y a través suyo de las políticas intersectoriales, la responsabilidad de su fallecimiento. En cuarentena preventiva la ciudad por más de dos semanas ante la amenaza de la pandemia, esa misma determinación lo dejó fuera del umbral de la protección una vez que, como se informa por la misma institución, decidiera romperlo para salir. Sin poder reingresar, lo siguiente es historia conocida y su nombre uno más, que en poco tiempo olvidaremos.

Llegamos tarde, reflexiono, aunque quizá no es tan así sino a la misma hora de siempre: la que cada año, muerte tras muerte, cobra la vida de esta población. Esa hora que a golpe de reloj, y de la mano de una preocupación que es solo estacional y a veces ni siquiera eso, hemos terminado por naturalizar como la correcta. La hora negra, como podría decir Vallejo: las 09:31 en este caso; cualquier otra, en todos los demás.

Ni un minuto antes, ni un minuto después, decir que fue tardía nuestra llegada, o que su muerte estuvo más allá de lo realizable, puede llamar a engaño, sin embargo, al diluir la responsabilidad de cada uno de los interpelados. De nadie, al emplazarse en todas y en ninguna parte, su compartida responsabilidad ya no lo parece tanto; lo mismo la efectividad de su llamado de atención al no estar exactamente dirigido, ni ser posible de desandar, y esto es lo terrible, en lo que todavía no ocurre.

¿Qué hora es esa, entonces, que conocida no puede ser mejor esperada por quienes han de darse cita al son de su campanilla? ¿Podría serlo si, como ya se sabe, tendrá el mismo resultado donde sea que fuese, y por la razón que sea?

“Tres personas en situación de calle han muerto en La Araucanía en las últimas 48 horas”, titula Cooperativa, en su página de regiones, el pasado 24 de abril. “Persona de 44 años y en situación de calle es el octavo fallecido por COVID-19 en Chile”, por su parte informa el portal de noticias 24 Horas, el 30 de marzo. “Hombre en situación de calle fue atacado en Parque Los Reyes: está grave”, a su vez escribe La Nación, durante la mañana del último martes.

El listado, que tristemente podría ser más largo, es solo una muestra de lo que cada año en la estación de invierno, o en cualquier momento en rigor, se prevé que sucederá. No mejor preparados, el arribo a nuestro país de la actual crisis sanitaria que atraviesa el mundo, no solo no varía las cosas en su habitual número y curva de reacciones, sino que las puede empeorar más al sobre exponer a estas personas: primero, al contagio mismo y, después, a la respuesta del resto de la población y a las medidas que sobre el particular toma o pudiese tomar el Estado.

El caso de una persona que estando en esta situación fue desalojada de la iglesia evangélica en que residía por resultar covid positiva, en la comuna de Pedro Aguirre Cerda el 9 de abril, es uno de estos lamentables ejemplos. El toque de queda del actual estado de excepción constitucional también, al restringir su movilidad durante la noche, que es cuando muchos de ellos se dedican al trabajo de recolección o reciben la compañía de las organizaciones que les visitan, en los llamados recorridos solidarios.

Sin esa posibilidad, o muy disminuidas en la práctica, la apertura de 130 refugios para esta población a partir del miércoles 15 de abril, veintidós días después de que se hiciera conocida una carta pública que así lo solicitaba al gobierno, parece a lo menos tardía, máxime si se tiene que para esa fecha ya se había producido el fallecimiento en la VII Región, referido más arriba, y otro en la Región de Ñuble, el 4 de abril siguiente.

Con 44 y 39 años de edad, respectivamente, que entre las medidas adoptadas la línea de priorización se fijara en los adultos mayores de 60 años tampoco resulta entendible si se ha dicho, y hasta repetido, que la calle adelanta el envejecimiento en unos veinte años como promedio. Preocupante, igualmente lo es que el protocolo con recomendaciones para la prevención y atención del COVID-19 en los centros del Programa Noche Digna se difundiera catorce días después de detectarse el primer caso en el país, tal como se lee en la señalada carta.

Tardías como medidas de urgencia, y tardías como atención, el dolor que expresa la declaración con que se inicia esta reflexión no puede sino compartirse. Llegamos tarde. Todos lo hicimos. Una constatación terrible, un verbo implacable en su conjugación: yo lo hice, tú lo hiciste, nosotros lo hicimos… Solo él o ella muere.

Leonardo Piña Cabrera