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Solos

Por: Catalina Mena | Publicado: 07.06.2020
Solos soledad | / Pxhere
Mucho antes de que cayera bajo el ladrillo del confinamiento obligatorio, la Soledad ya se arrastraba como otro virus de alto contagio.

En un extremo de este hilo que ya se corta, el hacinamiento; en el otro, la soledad: paradoja sintomática de la desigualdad.

Por una parte, la población mundial se concentra cada vez más, empujada por crisis económicas y olas migratorias. Por otra, aumentan las personas que viven completamente solas, sobre todo en países desarrollados. Lujo (¿lujo?) que pueden darse los suecos, campeones de la soledad, donde la mitad de los hogares son unipersonales. Para ser un individuo realizado, según los valores liberales, hay que dar señales de independencia, rascarse con las propias uñas. Depender de otro es algo que no se confiesa porque resulta vergonzante.

La Soledad (ahora con mayúscula), prolifera como la maleza por allá y por acá.  No es sólo la opción de vida que se escoge, sino, sobre todo, una posición existencial. Algunos culpan a la tecnología que nos devuelve una ilusión de conectividad, sin los inconvenientes del roce que tiene la convivencia. Sea como sea, hoy tenemos menos contacto físico que el que tenían nuestros padres. Y hay que considerar también –a propósito de la ilusión tecnológica– que gran parte de los viejos no están subidos a la vida on line, por lo tanto su soledad no tiene sucedáneo.

Lo cierto es que mucho antes de que cayera bajo el ladrillo del confinamiento obligatorio, la Soledad ya se arrastraba como otro virus de alto contagio. Tanto así que hace dos años en Gran Bretaña se lo tomaron como asunto de Estado: crearon el Ministerio de la Soledad, para encararlo como un problema de salud pública que afecta al 14% de la población. De hecho, la mitad de los ingleses de más de 75 años viven solos. Estudios en mano sobre esta nueva patología les dijeron que las personas que son diagnosticadas de cáncer y se aíslan tienen cinco veces más probabilidades de morir que aquellos que mantienen vínculos sociales. También que las personas solitarias tienen menos tolerancia al estrés y, por ello, secretan más cortisol, una hormona que si se eleva mucho tiene varias consecuencias para la salud física. El argumento aclaraba lo que yo misma quiero aclarar: estar solo no significa vivir físicamente solo, sino sentirse desconectado.

Cuando el asunto se convierte en patología hay que ponerle nombre (tal como la melancolía, al patologizarse, fue bautizada como depresión). Y se lo pusieron en Japón: Hikikomori, que significa “aislamiento social agudo”. Síndrome que padecen más de 500 mil nipones, en su mayoría adolescentes que viven en casa de sus padres. Son más varones que mujeres y han elegido sustraerse de la vida social, optando por el confinamiento. Se encierran en su dormitorio, duermen de día y se pasan la noche en los videojuegos. Esta escena no es exclusividad japonesa: se ha registrado en otros países desarrollados.

En Chile, los solitarios aumentan de la mano de la soltería y los divorcios: hoy más de un millón, es decir, cerca del 20% de los hogares chilenos son habitados por alguien solo, lo que es bastante en un país donde, en su vereda de enfrente, muchos pobres viven en hacinamiento.

Con o sin pandemia, seguro que la gran mayoría de las personas que viven solas, lejos de considerarlo un padecimiento, lo experimentan como libertad y autonomía, como un privilegio. También es cierto que saber vivir solo es un aprendizaje: convivir con uno mismo es una tarea que tarde o temprano tenemos que aprender, porque ya sabemos que salimos solitos en la foto carnet.

Pero cuando aislarse es una orden de la autoridad sanitaria, aparece justamente lo contrario: la enfermedad mental. Es interesante observar cómo la razón sanitaria produce a veces un efecto secundario mayor al problema que ataca. Cuando se suspenden las visitas –en el caso del abandono a los viejos– la cuestión se agrava. Y es que de una u otra manera para vivir necesitamos, como mamíferos que somos, del contacto con el otro.

Una chica que estuvo grave con Covid me contó que le dolía todo el cuerpo, que la cabeza le estallaba, que volaba en fiebre, que no podía respirar y fue conectada a ventilación mecánica. Pero terminó diciéndome: “Lo peor de todo fue la soledad”. Y es que estuvo más de un mes en aislamiento, separada de su pequeña hija. Sabía que si moría iba a ser sola, como mueren todas las víctimas en esta epidemia. Y que su funeral, si lo había, sería también solitario.

Catalina Mena