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Telesclav@s

Por: Camila Musante | Publicado: 27.06.2020
Telesclav@s | Foto: Agencia Uno
Lo que pareció una buena noticia para muchas y muchos, trabajar desde la comodidad de la casa, sin exponerse al virus y con otros beneficios asociados al estar en el hogar (ahorro de transporte y alimentación, más tiempo para pasar con la familia y no tener que salir temprano en un día frío), luego de tres meses de cuarentena comienza a mostrar su verdadera cara.

De vuelta al feudalismo nos ha traído la relación existente entre trabajador y empleador, en el marco del «Teletrabajo».

Lo que pareció ser una buena noticia para muchas y muchos, trabajar desde la comodidad de la casa, sin exponerse al virus y con otros beneficios asociados al estar en el hogar (ahorro de transporte y alimentación, más tiempo para pasar con la familia y no tener que salir temprano en un día frío), luego de tres meses de cuarentena comienza a mostrar su verdadera cara.

Llamadas a cualquier hora. Nunca es demasiado tarde o demasiado temprano para solicitar una labor, apurar una entrega, presionar o simplemente descargar la frustración de la pandemia con las y los que estamos un poco más abajo en la cadena capitalista. Dicen que en tiempos de crisis o situaciones límites, las personas muestran su verdadera esencia. No tengo dudas de que esta crisis ha sacado lo peor de algunos y lo mejor de otras y otros.

Para los teletrabajadores o telesclav@s (como oí llamarnos ingeniosamente a un tipo que hacía la fila conmigo para entrar a Correos de Chile), en el mundo virtual no hay descansos.

La conexión es 24/7. La razón: ¿cómo podríamos argumentar que estamos ocupados, si estamos en casa? ¿Qué más tenemos que hacer que producir a todo ritmo antes que la empresa quiebre? ¿Cuándo el pasar tiempo con la familia, o tener un momento de recreación para no perder la cordura, ha sido aceptado como excusa al incumplimiento de un deber? ¿Quién podría pensar en comer? ¿En lavarse los dientes? ¿En ducharse? ¿En dormir? ¿En follar?

Las necesidades y deseos se vuelven ridículos ante el capital que está por desplomarse desde un rascacielos imaginario. La caída será dura, pero no más que nuestro segundo despertar.

Que algo quede en claro y que salga del silencio violento: el compromiso de las y los telesclav@s con sus empleadores es un pacto de sangre en que se entrega la vida.
Y es así porque los señores feudales son incapaces de aceptar que un o una telesclav@, se encuentre enferm@ o quisiera dedicar un minuto fuera del ciberespacio y conectar con el que lo rodea. L@s telesclav@s, por su parte, estamos dispuest@s a seguir dando codazos aunque nos falte el aliento, incapaces de negarles el pan a nuestras familias.

Esta es la nueva cárcel que hemos construido; desde cada casa, cada feudo, cada pantalla, cada presión, llamada, correo, humillación o whatsapp.

Al final, morimos en todos lados.

Algunas y algunos en hospitales, otres en las calles, por hambre o luchando por salir de ella, y hay quienes morimos un poquito por dentro al abrazar la esclavitud como un salvavidas, al olvidar la dignidad y pedir perdón porque peligra nuestra vida.

¿Dónde están los tiempos en que poníamos el pecho para recibir las balas? ¿Dónde quedó la insurgencia de los trabajadores burgueses? ¿Tan rápido sucumbimos al miedo? ¿Tan rápido nos rendimos al capital? ¿Tan rápido despertamos de la lucha por el Chile que recién soñábamos en La Dignidad? Tan rápido nos llegó la oscuridad, cuando el brillo de la pantalla, se volvió la luz del día.

Camila Musante