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Opinión

El saber de las mujeres mayores: un modelo femenino alternativo

Por: Nicole Mazzucchelli y Constanza Gómez-Rubio | Publicado: 07.08.2020
El saber de las mujeres mayores: un modelo femenino alternativo Mujeres mapuches |
El estudio de la vejez femenina, y sus diversos procesos, nos invita a reconocer la experiencia de las mujeres mayores y a nutrirnos de sus legados. Contribuye a valorar el saber colectivo, que se gesta en los espacios cotidianos donde transcurre la vida: ese saber que no puede ser propiedad de ninguna persona o atribuible a ningún grupo específico, que no se compra, ni se vende, pues su valor radica en que es un saber producido y compartido desde todas y para todas.

Múltiples son los hechos de extrema violencia, xenofobia y racismo registrados en Chile durante los últimos meses. Sin ir muy lejos, el sábado pasado fuimos testigos de cómo una turba de chilenos, se organizaba para atacar y agredir con armas, a los manifestantes mapuches, impulsando discursos de odio avalados por las autoridades y el poder institucional. Días antes el movimiento feminista había alzado la voz una vez más, frente a la errada resolución del juez, que estimó arresto domiciliario en el caso de Martín Pradenas, conociéndose los delitos que se le imputaban.

Situaciones de esta gravedad, naturalizadas por los medios de comunicación como “crónicas policiales o pasionales”, desestiman la vulneración de derechos sobre ciertos grupos, como las mujeres, los mapuches, las personas mayores, entre otros, validando a ciertos actores por sobre otros.

Validar a ciertos actores, ciertos discursos y ciertos conocimientos, acarrea entre sus efectos otorgar legitimidad a determinados saberes por sobre otros. Esto ha ocurrido históricamente con las mujeres; esa otra mitad de la población a la que se le ha negado la posibilidad de participar en lo público, y aportar desde sus propias experiencias y conocimientos, siendo estos ignorados por considerarse poco técnicos y pertinentes, en comparación con los saberes masculinos.

Esta situación no llama la atención al observar que en Chile persiste una constante negación de nuestra historia reciente, con amplios esfuerzos por sepultar el pasado (una memoria prohibida, como llaman algunos), también expresándose en esfuerzos permanentes por omitir y desacreditar aquellos conocimientos, que no representan a quienes ostentan el poder. Entre ellos están los saberes acumulados por las mujeres, que al ser ignorados van generando graves consecuencias en los procesos de memoria y en los significados socialmente compartidos, lo que, en definitiva, va impactando en la sociedad que estamos construyendo.

Los conocimientos e imaginarios que circulan masivamente, a los que la tecnología y la digitalización han ayudado a expandirse, responden en su mayoría a modelos androcéntricos, que por miles de años se han naturalizado y legitimado en nuestra cultura. Estos nos dictan cómo ver y manejarnos en el mundo, qué es relevante y que no, qué debemos recordar y rescatar y que podemos echar en el olvido. No obstante, también hay “otros saberes” que, aunque escasos y ligeramente difundidos por los canales oficiales e institucionales, no son inexistentes. Tal es el caso de los saberes que albergan las mujeres y las mujeres mayores.

Estos saberes acumulados que han ido tejiendo las mujeres en sus experiencias vitales, y que les han permitido sobrevivir a las diferentes desigualdades que atraviesan en sus biografías, suelen encontrarse en las historias orales y se han transmitido a través de las generaciones, principalmente por las mujeres mayores. Sin embargo, y pese a su importancia, no reciben la valoración que merecen, siendo incluso anulados por modelos androcéntricos y edadistas que monopolizan diversos ámbitos de la vida y el conocimiento, quedando relegados o invisibilizados.

Como plantea Dolores Juliano, el modelo de organización social ideal, construido desde los saberes androcéntricos, tiene su máxima representación en el disciplinamiento y control de los sujetos, la obediencia a las normas y el respeto por la autoridad (como ya ha ilustrado Michel Foucault, entre otros), estableciendo ciertas “verdades” como incuestionables. Por el contrario, la propuesta desde los saberes femeninos no pretende disputar este poder, sino más bien abogar por la negociación y la cabida a los diferentes puntos de vista, reconociendo en las injusticias y desigualdades sociales la incapacidad de administración desde un modelo masculino tradicional, interpelándonos entonces por avanzar a un modelo dialogante, abierto e inclusivo.

Este modelo alternativo, que se ha catalogado como “natural” (por asociarse a la capacidad reproductiva de las mujeres), se ha subestimado y se ha ubicado en la esfera privada- cotidiana, sin reconocer que nos ofrece la posibilidad de construir otras formas de relacionarnos, donde la diferencia, la participación y el apoyo mutuo tienen cabida, no como una debilidad (desde la lógica capacitista de las sociedades neoliberales), sino como una fortaleza.

En su esencia, se encuentra la valoración y rescate de los saberes colectivos, ancestrales, que circulan entre las mujeres de todas las edades, y de todos los territorios, y que nos permiten reconocernos admirando a aquellas que vinieron antes de nosotras. Desde esta perspectiva, la gerontología feminista –el estudio de la vejez femenina y sus diversos procesos, desde perspectivas feministas– nos invita a reconocer la experiencia de las mujeres mayores, y a nutrirnos de sus legados. Nos contribuye a valorar el saber colectivo, que se gesta en los espacios cotidianos donde transcurre la vida, es decir, ese saber que no puede ser propiedad de ninguna persona o atribuible a ningún grupo específico, que no se compra, ni se vende, pues su valor radica precisamente en que es un saber producido y compartido desde todas y para todas.

El saber de las mujeres mayores es un tesoro que debemos respetar para ser capaces de aprender y nutrirnos de él. Es la clave para la construcción de un modelo alternativo, que incluya múltiples voces y acoja las diferentes experiencias. Un modelo femenino alternativo en que las mujeres más jóvenes podamos mirarnos con ojos propios y no ajenos, en que podamos relacionarnos desde la cooperación y no desde la competitividad, porque los vínculos que establecemos son siempre sociales y, por lo tanto, proclives a ser construidos y reconstruidos.

Como plantea Anna Freixas, la vejez femenina no cuenta con modelos claros que nos sirvan a las mujeres más jóvenes a reconocer nuestro propio paso del tiempo y el aprendizaje de experiencias en otras mujeres, “pero que, cual tapiz, podemos ir tejiendo desde nosotras mismas y, a través del cual, poder andar, pisar y marchar más cómodas y confiadas”.

Nicole Mazzucchelli y Constanza Gómez-Rubio