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Bombas lacrimógenas e incendios

Por: Mónica Krauter y Ricardo Riquelme | Publicado: 18.08.2020
Bombas lacrimógenas e incendios | Agencia Uno
Las bombas lacrimógenas son armas químicas aunque, de manera extraña, no son consideradas letales. Además, técnicamente es posible aseverar que los cartuchos de lacrimógenas activados son portadores de temperatura suficiente para, bajo ciertas condiciones, desencadenar un incendio.

Sin lugar a dudas que la pregunta se ha instalado en la opinión pública: ¿es posible que las bombas lacrimógenas provoquen incendios? Particularmente, con la aparición de una serie de registros audiovisuales, captados en su mayoría por los propios ciudadanos, durante el transcurso de las manifestaciones sociales que se han producido en el último tiempo en Latinoamérica (como, por ejemplo, lo ocurrido con el Centro Arte Alameda en Santiago, en noviembre pasado).

Basta considerar la frecuencia de casos en que el origen de los siniestros se adjudica al uso inapropiado de las bombas lacrimógenas por parte de los cuerpos policiales, para contar con un claro indicador que nos induce a profundizar en el tema.

Las lacrimógenas son un disuasivo químico incapacitante, agente utilizado por la policía con el propósito de disolver protestas y/o disturbios que se realizan en espacios de uso público. Aunque en estricto rigor corresponde a un arma química, curiosamente se le considera como un arma “no letal”.

El agente lacrimógeno más difundido mundialmente en la actualidad es el orto-clorobencilideno malononitrilo, conocido como CS, y que corresponde a las iniciales de los químicos norteamericanos Corson y Stoughton, quienes en 1928 sintetizaron el compuesto. En 1956 los británicos lo comienzan a fabricar para controlar disturbios civiles y en los años 60 fue adoptado por el ejército de los Estados Unidos y policías de otros países para su uso común en la dispersión y control de manifestaciones públicas. La Organización Mundial de la Salud (OMS), Amnistía Internacional y otras organizaciones humanitarias y defensoras de los derechos humanos cuestionan el uso de las bombas lacrimógenas debido a su alto riesgo de causar daños permanentes (daño pulmonar, así como afectar significativamente el hígado y el corazón) e incluso la muerte, clasificando a este tipo de arma química como de mucho peligro para el humano, aun cuando la Convención sobre Armas Químicas las permite en su categoría de «agentes antidisturbios».

Los gases lacrimógenos están compuestos en su mayoría por micropartículas sólidas a temperatura ambiente, las cuales se liberan a la atmósfera en forma de humo o neblina. Por tratarse de productos químicos concentrados, generan respuestas reflejas sensoriales como lagrimeo, estornudos, vómitos y dolor, al momento en que el tejido entra en contacto con el agente químico. Debido a que la respuesta predominante es la secreción de lágrimas, se le conoce comúnmente como lacrimógeno. Por los peligros de sus efectos en la salud de las personas, sólo pueden ser utilizadas por personal entrenado.

Existe una gran diversidad de cartuchos para las bombas lacrimógenas, los hay de múltiples formas y tamaños. En cuanto al material de fabricación, se utilizan tanto cartuchos metálicos (aluminio), así como de plástico. Según el modo en que se proyectan hacia su objetivo se pueden distinguir entre lacrimógenas tipo granadas de mano y balines disparados con escopeta. Las granadas de mano son de forma cilíndrica, esférica u otra combinación geométrica y, en cuanto a su tamaño, llegan a alcanzar una capacidad de hasta 500 gramos. El efectivo policial lanza las granadas con sus manos, utilizando su propia fuerza para impulsarlas, aunque en rigor no deben lanzarlas, sino hacerlas rodar, para evitar que alguien resulte lastimado. Los balines disparados con escopeta son todos de forma cilíndrica, en calibres de 37 y 38 mm. y se presentan en distintos formatos, ya sea en cartuchos monofásicos, bifásicos o trifásicos, es decir, compuestos por una, dos o tres unidades en su interior, las cuales se separan luego de realizar el disparo, para alcanzar una mayor cobertura.

El contenido de los cartuchos no es precisamente un gas, como se suele suponer, ya que se trata de un microparticulado compuesto por un polvillo blanquecino y ácido. Dicho componente reacciona inmediatamente al entrar en contacto con el oxígeno del aire, instante en que se produce una reacción exotérmica, caracterizada por la emisión de una copiosa neblina blanca y por desprender mucha energía en forma de calor. Las lacrimógenas están provistas de un sistema de activación, que permite al personal de seguridad contar con un tiempo de retardo de 15 segundos al momento de lanzarlas, ya que posteriormente el tiempo de emisión de la neblina suele ser de 25 a 40 segundos.

El “triángulo del fuego” es un modelo que representa los elementos necesarios para que se produzca la combustión y está compuesto por: 1) combustible; 2) comburente (oxígeno); y 3) calor (temperatura de ignición). Se trata de tres elementos interdependientes que, cuando se combinan en la proporción adecuada, se origina el fuego. Bajo condiciones ideales, la reacción química se produce entre un combustible y un comburente cuando la temperatura alcanza el nivel de ignición requerido. Aunque el fuego aparezca, sin combustible de por medio la combustión se detiene; sin oxígeno, el fuego no puede comenzar ni propagarse y, cuando el calor es insuficiente, la combustión no se produce.

Todo cartucho de lacrimógena, tanto las granadas de mano como los proyectiles disparados con escopeta, una vez lanzado entra en contacto con el oxígeno y se produce la reacción química, ante lo cual los balines inmediatamente comienzan a calentarse. Los proyectiles pueden alcanzar temperaturas sobre los 500 °C y, si consideramos que los elementos combustibles más comunes (como la madera, el papel, etc.), cuentan con una temperatura de auto-ignición entre los 200 y 400°C. Así se explica que, en determinados casos y contando con las condiciones propicias, los cartuchos de lacrimógenas pueden producir un fuego incipiente. La transferencia de calor es la responsable del comienzo, así como de la extinción de la mayoría de los incendios. Una forma de transferir calor es por conducción, ello implica que el calor de un cuerpo se traspasa a otro cuerpo por contacto directo; y existen materiales que se auto-inflaman cuando el aumento de temperatura llega a un punto. La reacción química que se produce al activar los proyectiles no genera incendios, son los propios balines que el calentarse en extremo alcanzan una temperatura suficiente para iniciar la combustión de algún material combustible por entrar en contacto físico con la lacrimógena.

Cuando se arroja una lacrimógena a nivel de calle en áreas urbanas, el riesgo de iniciar un incendio es bajo, aunque hay cartuchos que terminan adheridos al pavimento e incluso algunos se desfiguran por alcanzar su punto de fusión. Sin embargo, cuando –de forma inexplicable– los proyectiles se disparan sobre la techumbre de los edificios, directamente hacia el interior de unidades de viviendas e incluso cuando se proyectan hacia áreas verdes, el riesgo de producir la reacción en cadena que dará inicio a un siniestro se incrementa exponencialmente. En consecuencia, es posible aseverar que los cartuchos de lacrimógenas activados son portadores de temperatura suficiente, para bajo ciertas condiciones, cerrar la ecuación que se requiere y desencadenar un incendio.

Mónica Krauter y Ricardo Riquelme