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Opinión

¿Un Chile socialdemócrata?

Por: José Sanfuentes Palma | Publicado: 01.09.2020
¿Un Chile socialdemócrata? Joaquín Lavín | Agencia Uno
Nos encaminamos a una profunda transformación de Chile hacia una sociedad moderna y libertaria. Una revolución del bien común y de espíritu libertario que derrote a las tendencias gatopardistas y que implemente un programa socialdemócrata de verdad: construir un Estado de Bienestar real, que garantice un mínimo civilizatorio a todo el pueblo, una economía de mercado democratizada y una nueva convivencia con equidad de género, verde, plurinacional y descentralizada.

Hace unos días se abrió el periodo de propaganda para el plebiscito constitucional del 25 de octubre. La balanza se ha inclinado definitivamente y la correlación de fuerzas políticas y sociales, además de las encuestas, le dan un amplio margen al “Apruebo” que, está claro, ya triunfó. Por su lado, la violencia en la Araucanía sigue campante; ya no sólo de la franja mapuche en armas sino ahora se suman a la escena camioneros que ocupan carreteras cantando a “los valientes soldados”. Pero no cabe duda que lo principal de estos días ha sido el debate sobre la socialdemocracia, como inspiración para los cambios que Chile reclama.

¿Qué nuevo ha sucedido en el país que las ideas socialdemócratas han capturado la atención de la mayoría nacional? ¿En qué consisten esas ideas?

El sólo hecho de estar debatiéndolo es una victoria de los socialdemócratas, de la diversidad de progresistas variopintos que abundan en al país, pero, sobre todo, una victoria de las fuerzas sociales y políticas emergentes, que hoy se expresan principalmente en el Frente Amplio.

Octubre lo cambió todo. Por primera vez desde fines de los años 80 el pueblo se tomó la escena política, demandando cambios estructurales en la sociedad chilena. Antes, los estudiantes y la juventud, las mujeres y los viejos, habían aportado lo suyo, pero esta vez fue transversal y profundo. Ya nadie defiende el pasado, ya nadie duda de que hay que hacer transformaciones, el debate –en la superficie y en las calles– se trata acerca de la magnitud de tales cambios ya inevitables.

Quizás valga la pena recordar aquello que “de los arrepentidos es el reino de los cielos”. Si así fuese, bienvenidos aquellos que cambian para permitir que cambie Chile. Conspicuos miembros de la élite dominante de los últimos 30 años, política y empresarial, reclaman hoy para sí las ideas socialdemócratas. Neoliberales derechistas de tomo y lomo, concertacionistas cooptados que administraron el “modelo” con cambios cosméticos, incluso aquella izquierda que toma distancia de las penosas experiencias de “socialismo real” ya fenecidas o actuales; todos buscan ahora refugio en la nueva pócima: “socialdemocracia”. No es casual. Hasta hace poco la vida de la élite transcurría más o menos cómoda, en aguas calmas, sin afanes de renovación, y preparándose normalmente para la cadena de eventos electorales que se avecinan. Pero octubre pasado cambió el futuro.

Qué duda cabe que para lograr metas difíciles se requiere tensar al máximo las voluntades, como lo demuestra la derrota infringida a las AFP, poderoso señor que se vio obligado a soltar el 10%. Victoria sólo posible gracias a la sumatoria de muchos, incluso adversarios enconados. Joaquín Lavín no es santo de mi devoción, es responsable –cuando era editor de El Mercurio– por varios meses de encarcelamiento injusto que sufrí con ocasión de la visita de Juan Pablo II. Pero es valorable su osadía de partir aguas con sus correligionarios de toda la vida y asomarse –aunque sea parcialmente y con cierto oportunismo– a la ventana del futuro que viene. Como también creo positiva la autocrítica de los concertacionistas que abandonaron estos años el ideario que decían profesar, así como la de los radicalizados que reconocen el fracaso de la experiencia chavista. Una importante novedad de sus planteamientos es que concuerdan en el Apruebo a una nueva Constitución, desechando la original firmada por Pinochet y la retocada y firmada por Ricardo Lagos. Lo que se plantea en su reemplazo es aún un misterio, pero declaman que será democrática y social.

Lo social: justamente este es el asunto cardinal del debate próximo, ante el cual todavía se escuchan propuestas débiles.

Ni unos ni otros se han pronunciado claramente por terminar con el sistema de las AFP y ésta es la madre de todas las batallas, ahí está la línea divisoria entre quienes son o no son socialdemócratas de verdad. No basta con decir mejorar las pensiones y sistema mixto con pensiones a los pobres, pagadas con cargo a impuestos generales. Eso es lo que hoy tenemos y no constituye un sistema previsional ni entregará nunca pensiones dignas. Los otros temas candentes de salud y educación son también clarificadores: o son públicos, gratuitos y de calidad – considerando adecuadamente la provisión mixta – o se mantiene con retoques lo que hoy existe.

Se trata ni más ni menos de retrotraer los derechos sociales de la avidez del mercado. Eso es un Estado de Bienestar de verdad y no mero remedo. Es lo que hoy levantan con nuevas fuerzas los socialdemócratas de los países avanzados, luego de que algunos de ellos se habían trasvestido con la fracasada “tercera vía”, al igual que en Chile. Además están, de un lado, la necesidad económica no sólo de justicia social, también para mejorar la productividad de cambiar las relaciones entre trabajo y capital, promoviendo entre otras cosas la negociación colectiva por rama y una nueva justicia tributaria y, por otro lado, la presencia activa del Estado en promover la modernización de la matriz productiva que supere la codicia de los rentistas que abusan de su poderío y nos conduzca al desarrollo.

Lo mejor está por venir: nos encaminamos a una profunda transformación de Chile hacia una sociedad moderna y libertaria. Una revolución del bien común y de espíritu libertario que derrote a las tendencias gatopardistas y que implemente un programa socialdemócrata de verdad: construir un Estado de Bienestar real, que garantice un mínimo civilizatorio a todo el pueblo, una economía de mercado democratizada y una nueva convivencia con equidad de género, verde, plurinacional y descentralizada.

Si al menos parte de la élite se une al pueblo, y da el paso de allanarse a la posibilidad de hacer en Chile los cambios imprescindibles que en Europa se concordó hace décadas en similares umbrales del actual PIB chileno, entonces el parto habrá de ser natural y con menos dolor que el que hoy se percibe en las calles.

José Sanfuentes Palma