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Opinión

¿Es el desarrollo tecnocientífico sinónimo de desarrollo social?

Por: Felipe Venegas | Publicado: 15.09.2020
¿Es el desarrollo tecnocientífico sinónimo de desarrollo social? Hitler en la planta BMW |
En la pretensión de la dominación de la naturaleza y la técnica, cientos, miles o millones de vidas quedan diluidas en el progreso económico. Asesinatos, torturas y esclavitud (formal e informal) quedan registradas en textos de historia acríticos como estadísticas que dan para pensar y, por su parte, en textos de economía ahistóricos como externalidades negativas que tal vez debieron/deben ser reguladas.

Hace unas semanas sonaban los el que no salta es mapuche en Curacautín. Dejando de lado prejuicios y estereotipos raciales, lo cierto es que el racismo anti-indígena trasciende lo personal, es institucional. Estados-Nación han ignorado, discriminado, perseguido, segregado, mutilado, torturado y/o asesinado en nombre de La Raza (abierta o solapadamente). Ya sea a través de genocidios planeados o terrorismo de Estado, el racismo es momento sociohistórico-dependiente y cultura-dependiente, pero no existe ni ajeno al paradigma económico ni a la organización societal que se edifica en (e incide sobre) la producción de bienes y servicios.

De este modo, al encontrarse la matriz económica entrelazada con experiencias como el racismo, centrarnos en cómo artefactos, técnicas y tecnologías entran en relación con fenómenos de este tipo permite cuestionar si el desarrollo/progreso científico y/o tecnológico conduce(n) necesariamente al desarrollo/progreso social. Sin embargo, aquello no es problemático para quienes especulan que la resistencia indígena en el Wallmapu provoca un estancamiento al desarrollo del país. Un obstáculo tercermundista al progreso. La industria hidroeléctrica, el transporte terrestre a través de carreteras, el negocio forestal y la agricultura, “no se pueden detener porque a un par de indios no les guste”, pensarán.

Por esta y otras razones, para tener claridad a veces vale la pena dar guiños al pasado. Sin viajar muy lejos en el tiempo, en la historia del desarrollo tecnológico del siglo XIX la explotación de recursos naturales reporta catástrofes sociales.

La industria del caucho natural es una. (Incluso Henry Ford intentó construir una ciudad en medio del Amazonas para la producción de tal material). Durante la producción monopolizada del material en el Congo Belga, la mutilación de una mano era justificación de cada bala disparada contra trabajadores-esclavos (empleados en la recolección de caucho natural) que presentaran signos de rebelión. La población africana que sobrevivía era evidencia de las vejaciones de la industria de la goma. La prospección y cultivos de otro árbol –la cinchona (que contiene quinina)– en Eurasia es otro ejemplo. Aquella, solventó tratamientos contra la malaria en soldados durante el Nuevo Imperialismo en África y en la Primera Guerra Mundial. La llamada Segunda Revolución Industrial europea se desarrolla en estrecha relación al Reparto de África.

Un tercer ejemplo fue la inmigración forzada de ciudadanía china al Perú. Las condiciones laborales eran paupérrimas, se comenzaba a abolir la esclavitud en otros países latinoamericanos y un millonario negocio necesitaba mano de obra para la explotación del guano que iba a nutrir suelos europeos. En cuatro décadas se acabó con cientos de años de acumulación de excrementos de aves marinas en Islas Guaneras; a la par, trabajo esclavo fue utilizado en el minado del material. En nuestro país, otro lamentablemente-emblemático caso fue el del genocidio selknam, de fines de siglo XIX. Concretamente, parte de la oligarquía terrateniente de la Patagonia (con intereses en la industria estanciera-ovejera), con el beneplácito de los Estados chileno y argentino, persiguió a onas en Tierra del Fuego; contratando a cazadores de indios se llevó a cabo el exterminio.

De esta forma, en la pretensión de la dominación de la naturaleza y la técnica, cientos, miles o millones de vidas quedan diluidas en el progreso económico. Asesinatos, torturas y esclavitud (formal e informal) quedan registradas en textos de historia acríticos como estadísticas que dan para pensar y, por su parte, en textos de economía ahistóricos como externalidades negativas que tal vez debieron/deben ser reguladas.

Las ciencias (bio)médicas, la farmacología, la (bio)química, la microbiología y otras disciplinas, junto al desarrollo de la industria farmacéutica, desplazarían el uso de quinina contra la malaria. El caucho sintético reemplazaría al caucho natural; a su vez, la síntesis alemana de nitratos contribuiría al abandono del guano y el salitre natural, para la producción de explosivos y fertilizantes. La lana de ovejas (la seda y el algodón) compite(n) actualmente con la masificación de fibras textiles en base a polímeros derivados del petróleo. ¿Qué es lo relevante entonces? Que es pertinente recordar que no ha existido desarrollo tecnocientífico independiente de subyugación; y, que, por lo tanto, el rechazo a ambos hay que observarlo en perspectiva.

El siglo XX también entregó tatuajes tecnocientíficos catastróficos. La Alemania nazi, con sus industrialistas, es una muestra. Se maquinaron sindicatos para que fuerzas políticas de izquierda desaparecieran; la intención era aplastar la organización obrera. Se llenaron campos de concentración y trabajo con enemigos políticos. Y ahí, además, estaba la inferiorización racial (judíos, eslavos, gitanos), y también la sexual. La homosexualidad fue sentencia de muerte en campos de exterminio. Sin embargo, en paralelo a la deshumanización la industria alemana operaría sin problemas. Compañías usufructuaron del trabajo de depuración nazi. BMW, la prestigiosa automotora, utilizó a prisioneros del primer campo de concentración alemán (en Dachau) establecido en 1933. Cuando los campos de Polonia fueron abiertos después de la guerra, Siemens construyó instalaciones cercanas nutriéndose de su mano de obra. No es de extrañar que fuera la misma fuerza de trabajo no-asalariada la que fabricara el Zyklon B que se utilizaba en las cámaras de gases.

Pero el racismo, como política de Estado encarnado en artefactos tecnológicos, no es de autoría hitleriana. También se intentó “mejorar la raza” en EE.UU.; políticas de esterilización de personas no-blancas han quedado plasmadas en la legislación norteamericana. El Zyklon B fue utilizado para desinfectar ciudadanía mexicana en la aduana de El Paso (Texas), antes de terminar en las cámaras de exterminio nazi. Robert Moses, planificador urbano, supuestamente creó puentes deliberadamente bajos para que buses no pudieran pasar a Long Island; de esta forma, se limitaba el acceso a población afrodescendiente, ya que su medio de transporte era buses urbanos.

De eventos más recientes también hay registro. El fin del apartheid sudafricano (1992) aún está fresco. En esta línea, la dictadura cívico-militar chilena experimentó con la fabricación y uso de gas sarín (Proyecto Andrea). Masacres civiles perpetradas por ejércitos del Norte Global en Oriente Medio cuestionan el carácter humanitario de las intervenciones con nueva tecnología militar. Prácticas de Stop-and-Frisk hacia personas racializadas por policías estadounidenses se nutren de modernos softwares de patrullaje.

Otro caso puntual es la fiebre por el oro invisible (yacimientos imperceptibles). Luego del abandono del patrón-oro en 1971, explotaría una (re)mercantilización del metal. En países latinoamericanos este tipo de minería no solamente acaba con flora y fauna, sino que está ligada a asesinatos de dirigentes sindicales. También, erosiona el tejido social a través de la criminalización de la protesta social y la destrucción de la cohesión de comunidades. Al menos así lo describe un reporte de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sobre el impacto de la minería canadiense en América Latina. Honduras es un ejemplo concreto; la minería y la confección de manufacturas a bajo costo (conocida como maquiladora) han logrado adecuarse al clima político. Junto al turismo, estas tres industrias canadienses son controversiales en el país centroamericano. Una gran afluencia de capital extranjero ha sido apoyada por Canadá desde el golpe de Estado contra Manuel Zelaya en 2009.

Y conjuntamente a la maquila y el minado de oro (sub)desarrollador, otro ejemplo es el del cobalto (Co). El metal es requerido para la confección de baterías de litio que actualmente se comercializan. Con la baterización de la economía, la demanda por Co ha aumentado en las últimas décadas.

Quienes promueven cambiar de dispositivo móvil como si se tratara de un par de guantes de látex, olvidan o no consideran las consecuencias socio-ecológicas de la extracción infinita de minerales finitos. Utilizando a ídolos baterizadores como figuras de autoridad, nos dicen que no podemos detener el progreso tecnológico. Usar computadoras, lamentablemente, genera desechos, pero estos son consecuencias inevitables, dirán. ¿Y las condiciones de trabajo infrahumanas de la minería del cobalto? ¿Y los golpes de Estado que liberan las fuerzas de la producción del litio? ¡Pelos de la cola!

¿Tomará en cuenta aquel evangelismo tecnófilo que existe diseño con durabilidad, y que el producir artefactos que van a ser obsoletos en días, meses o años es una decisión racional y no una capacidad inherente de la tecnología? ¿Qué investigación en torno a manganeso (Mn) y baterías Li-Mn puede ser promovida, y/o políticas públicas que pretendan una transición a economías co-independientes también se pueden pensar? ¿Considerarán que existen gritos de justicia que denuncian violaciones a los DDHH que cometen compañías extractoras de Co en El Congo; con trabajo infantil incluido?

Pensemos. Una mayor cantidad de autos-que-se-manejan-solos podría llevar a cero los accidentes de tránsito causados por “abuso de substancias”, pero no resuelve problemas relacionados a ellos; la depresión, por ejemplo. Más Inteligencia Artificial puede resultar en avances en agricultura, pero, por sí sola, no produce sociedades más, ni menos, democráticas, egoístas o conscientes del daño medioambiental. ¿Qué marcas nos dejará el desarrollo tecnológico en nuestra nueva era? ¿Los cultivos vegetales, por ejemplo? El auge de biocombustibles de primera generación presenta controversias en torno al precio de los alimentos y la soberanía alimentaria; por otro lado, el negocio de la palta ha sido relacionada a las crisis de agua en Chile y México.

Finalizando, y volviendo al contexto curacautínesco, ¿cómo es qué el desarrollo y/o el afán de progreso se relaciona a la ocupación del Wallmapu y a la criminalización de la resistencia mapuche? La disonancia tecnocrática –como ha sido receta– resuena no solamente en la Araucanía. Minería Sustentable sigue siendo oxímoron. Cuando números vacíos hablan de asesinatos de activistas ambientales e indígenas, la Responsabilidad Social Corporativa aflora como maná.

Felipe Venegas