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Opinión

Del arcoíris del NO al charquicán del Apruebo

Por: Gemita Oyarzo Vidal | Publicado: 15.10.2020
Del arcoíris del NO al charquicán del Apruebo Gustavo Gatica en Franja del Apruebo |
En 2020 ya no necesitamos que los expertos comunicacionales nos creen una franja épica y unificada en su contenido. No necesitamos que nos fabriquen un simulacro de triunfo para esconder el miedo o para garantizar la continuidad de un orden. Ya no tenemos miedo y no sentimos ninguna nostalgia del arcoíris ni de la coalición política que representa. Preferimos la incertidumbre política sin franja, antes que una gran franja sin incertidumbre política.

Es verdad, la franja del Apruebo es enredada y aburrida. Salvo uno que otro spot que revive antiguos personajes de teleseries chilenas, su fragmentación impide reconocer un concepto central que justifique la importancia de escribir una nueva Constitución para un conjunto amplio de electores. Una franja “charquicán”, como han dicho en estas semanas varios analistas de contenido electoral, especialmente los nostálgicos de la franja del NO (1988). A la franja del Rechazo no le ha ido mejor. Es incluso peor que aquella vergonzosa campaña del SÍ. Su intento por ridiculizar el proceso constituyente apelando a la desconfianza y al individualismo no resiste ningún análisis. Es una campaña mentirosa y mal intencionada que perfectamente podría recibir una sanción del Consejo Nacional de Televisión, sobre todo, por aquellos spots que advierten que el proceso constituyente quedaría sujeto a la voluntad de las “hordas callejeras” que incluso podrían quitarnos nuestro derecho a la propiedad privada. Delirante. No hay otro adjetivo. Pero eso no es lo peor: lo más decadente del mensaje político que entrega la derecha es que no tiene ni un poco de sofisticación intelectual. Parece increíble que, después de tantos años y contando con millonarios aportes de campaña, la UDI y su clientela sigan reproduciendo una y otra vez el mismo discurso de Pinochet. El mantra del dictador (“la política y los políticos son corruptos”) ahora ha derivado en: “la Constitución la harán los mismos políticos (corruptos) de siempre” o “en esta franja usted no verá políticos”. Simplemente vergonzoso, además de reiterativo.

¿Por qué nadie las ve? Es la pregunta que muchos se hacen, temiendo que una mala franja política desencadene un proceso electoral confuso debido a la desinformación. Sin embargo, es pertinente señalar con claridad que la falta de interés en la franja electoral no se debe a la mala calidad del mensaje político. Tampoco a su fragmentación. Quienes se muestran angustiados por la calidad de la campaña televisiva y en redes sociales, parecen olvidar que la verdadera campaña del Apruebo empezó el 25 de octubre de 2019 y ganó. De la Marcha más grande de Chile surgió el Acuerdo por la Paz y la nueva Constitución del 15 de noviembre. Aquellos nostálgicos que insisten en igualar esta campaña con la épica franja del NO omiten dos importantes detalles:

  1. Parecen no recordar que la gran franja del arcoíris de 1988 necesitaba que la gente perdiera el miedo de votar por el NO. Los chilenos habíamos vivido 17 años bajo una cruenta dictadura y, además del temer a las represalias del régimen si se oponían abiertamente a él, creían que el plebiscito sería un fraude tal como había ocurrido en 1980. De hecho, la incertidumbre respecto al fraude electoral se mantuvo hasta la medianoche de aquel tenso 5 de octubre.
  2. Omiten también que la franja del NO fue una estrategia comunicacional destinada a crear un sentimiento de triunfo después de haber perdido. Después de intensos años de protestas nacionales (1983-1985), el fracaso del “tiranicidio” (1986) y de la salida insurreccional a la dictadura termina en el quiebre de la izquierda articulada en el Movimiento Democrático Popular (MDP) en 1987. La transición sería negociada y los partidos de la Alianza Democrática incluyen a los socialistas en la Concertación por el NO (1988). Así, el Comando del NO necesitaba convencer a las personas de que votar con las reglas impuestas en la Constitución de Pinochet era una victoria de la movilización social anti dictadura. Fue así como durante 30 largos años, todos y cada uno de los acuerdos políticos de la «democracia» se definieron con las reglas de la dictadura. Gracias al sistema binominal y a los senadores designados, la derecha minoritaria siempre ganaba aunque perdiera las elecciones. O, simplemente, se llevaba la pelota para la casa, para seguir con aquella metáfora de Patricio Aylwin, esa que habló de «derrotar al autoritarismo en su propia cancha».

En efecto, aquella épica franja del NO ha sido la mejor que hemos tenido. No sólo porque logró que los chilenos comunes y corrientes perdieran el miedo a votar que NO y ganaran por estrecho margen la reñida contienda electoral con los partidarios de la dictadura (56% contra 44%). Aquella campaña electoral y comunicacional ha sido, hasta ahora, insuperable en su capacidad de ponerle colores nuevos a la derrota, para disfrazarla de triunfo, dándole un tono festivo y alegre a la continuidad de la dictadura y, también, la de su aparato represivo. Aun habiendo perdido el plebiscito de 1988, la Central Nacional de Informaciones (CNI) seguiría actuando con total impunidad todo el año 1989. Tan exitosa fue la franja política del NO que algunos de sus creadores más importantes se fueron a trabajar al segundo piso de La Moneda como encargados de contenido de los gobiernos democráticos. Les fue tan bien a esos expertos que salieron del gobierno para dedicarse a asesorar comunicacionalmente a diversas empresas transnacionales. Y fueron igualmente eficaces a la hora de cambiarles la imagen a aquellas que contaminaban el aire y las aguas de norte a sur. Tan eficientes, que dejaron de ser asesores para formar parte de los directorios de las grandes empresas.  

La fragmentaria franja política de ahora no hace sino mostrar el fin de ese ciclo político de 40 años, donde los partidos políticos tradicionales ya no juegan ni pueden jugar el mismo papel. Después de tres décadas de intercambio de sillas entre élites partidarias, y luego de años de clientelismo político, es evidente que su franja es incapaz de recoger el profundo cambio político y cultural del país. A nadie le importa la franja televisiva porque la verdadera campaña está ocurriendo al margen de los grandes medios de comunicación. Simplemente, nos cansamos de escuchar a las élites hablándose a sí mismas. Nos aburren también los programas políticos formateados por la élite y para la élite. Simplemente, ya no soportamos el periodismo servil de los medios oficiales. Nos aburre soberanamente escuchar siempre los mismos discursos que profieren, una y otra vez, los mismos interlocutores de la derecha y la ex Concertación.

En 2020 ya no necesitamos que los expertos comunicacionales nos creen una franja épica y unificada en su contenido. No necesitamos que nos fabriquen un simulacro de triunfo para esconder el miedo o para garantizar la continuidad de un orden. Ya no tenemos miedo y no sentimos ninguna nostalgia del arcoíris ni de la coalición política que representa. Puede ser que esta franja sea mediocre y fragmentaria. Pero poco o nada importa si es un charquicán, cuando lo que está en juego es una refundación realmente democrática del país. Esta es la primera vez que enfrentamos un proceso político realmente incierto: vamos a tener que hacer las reglas de convivencia democrática. Esta es la primera vez que esas reglas van a surgir de un acuerdo real entre amplias mayorías políticas. Por eso hay muchos que preferimos la incertidumbre política sin franja, antes que una gran franja sin incertidumbre política.

 

Gemita Oyarzo Vidal