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Opinión

El día después del plebiscito

Por: Oscar Menares | Publicado: 21.10.2020
El día después del plebiscito | Estados Generales, Francia, 1879.
Un escenario similar de crisis de régimen y tensión (entre un desprestigiado Poder Constituido y un Poder Constituyente emergente) se ilustra muy bien en uno de los eventos más significativos en la Era Moderna. En 1789 el Rey Luis XVI convoca a los Estados Generales. En un contexto de fuertes protestas, se ve obligado a aumentar la representación del Tercer Estado a la suma de la nobleza y el clero, estableciendo un voto por estamento. El escenario de “empate asimétrico”, materializado en la sobrerrepresentación de la mitad de la asamblea, generó una situación de bloqueo que tuvo por consecuencia la decisión del Tercer Estado de deliberar por voto individual, que concluyó en la clausura de la asamblea por parte del rey. Entonces, los representantes del Tercer Estado se trasladan a una sala de frontón en que juraron no disolverse hasta que no se redactara una nueva Constitución y haber cumplido sus obligaciones con la nación. Luego, la historia es conocida.

El estallido social del 18 de octubre de 2019, síntesis de la rabia y frustraciones largamente larvadas en el seno de la sociedad chilena, abrió una situación excepcional que materializó la fractura entre la sociedad y la élite. La brutal represión desatada por el Estado, en un intento desesperado de volver por sus fueros, fue incapaz de aplacar la masividad de la protesta y la violencia legitimada por la mayoría social movilizada, que junto con poner en el centro la caída del gobierno asumió una vocación refundacional o constituyente expresada en los miles de cabildos y movilizaciones masivas.

En medio de las más crudas protestas protagonizadas en el contexto de la huelga general del 12 de noviembre pasado, la élite aceleró la descompresión del conflicto a partir de su canalización formal, concretando un itinerario y un conjunto de limitaciones para la dictación de una nueva Constitución. Sin embargo, todo hace presagiar que el cuadro de incertidumbre en torno al proceso constituyente se agudizará a partir del día siguiente del plebiscito, fundamentalmente a raíz de la lógica transicional que subyace en las reglas acordadas por la élite y que materializan el “empate asimétrico” en virtud del cual la minoría ejerce un poder de veto sobre la voluntad mayoritaria, causa última de la frase “No son 30 pesos, son 30 años”.

En el contexto de la reactivación de la protesta y de la peor crisis económica de las últimas décadas, emergerá una fuerte pugna entre dos concepciones. Quienes verán en el triunfo del Apruebo el fin de la Constitución en cuanto realidad simbólica, teniendo por objeto cautelar sus lógicas y contenidos a partir de su posición de veto; y quienes verán el entierro de la Constitución en su integridad y el inicio de una nueva etapa sin las ataduras de la herencia guzmaniana.

En esta tensión, ¿cómo dirimiremos los desacuerdos que en 30 años no han encontrado cauce institucional y que emergieron con la erupción plebeya del 18 de octubre?, ¿cómo se cumple con el mandato soberano de elaborar una nueva Constitución por parte de la Convención Constitucional en un contexto de evidente bloqueo a raíz de la regla de dos tercios impuestos por una Constitución desechada por, precisamente, no atender la voluntad de las mayorías? Si seguimos la constatación de Safatle en torno a que la política es, en su fundamento, la decisión de lo que no es negociable o la afirmación taxativa de lo que no estamos dispuestos a poner en la balanza, debemos concluir que el bloqueo de la Convención Constitucional es el cuadro más probable de no mediar el cuestionamiento y desborde de los límites impuestos por una Constitución fenecida y una élite absolutamente desprovista de legitimidad.

Este corolario, expresión de las encarnizadas luchas sociales en las últimas décadas y de la voluntad soberana del pueblo expresado en las urnas, derivará en mediaciones y desenlaces asociados a la gravitación de los actores en conflicto, sus convicciones y a la facticidad de la cruda realidad política y social. En el fondo, no remite únicamente a la medición de correlaciones de fuerzas electorales, sino que a la apreciación táctica y estratégica del escenario global y a la esfera de las decisiones.

En tal sentido, lo ocurrido en la denominada “oposición” la noche del 15 de noviembre da luces sobre este problema, materializado en valoraciones y opciones diametralmente distintas, subordinadas al lugar desde donde se aprecia la realidad política, lo cual es determinante en la conducta de los actores. Por ello la conformación de listas en la elección de abril no cristalizará necesariamente un marco común en la apreciación de una determinada situación de desenlace. Así, una lista “ancha” de centroizquierda puede alcanzar “falsamente” dos tercios, como también una lista trasformadora no alcance “verdaderamente” el tercio para incidir de manera decisiva, a pesar de que en ambas hipótesis existan acuerdos programáticos de mínimos o de máximos.

El escenario que enfrentará el país tras el 25 de octubre, a partir del mandato soberano de redactar una nueva Constitución, y la situación de bloqueo generada por el poder constituido, da paso al ámbito de la apreciación general y las decisiones en el contexto de la entrada en escena de la Convención Constitucional, cuyo desenlace no depende de las disposiciones transitorias de una Constitución liquidada, sino del impulso social y la convicción mayoritaria de romper con la lógica transicional y dictar una nueva Constitución en una decisión disruptiva frente a un cuadro que pone en riesgo el mandato soberano de otorgarla.

Un escenario similar de crisis de régimen y tensión (entre un desprestigiado Poder Constituido y su decadente concepción de mundo, y un Poder Constituyente emergente) se ilustra muy bien en uno de los eventos más significativos en la era moderna. En 1789 el Rey Luis XVI convoca a los Estados Generales. En un contexto de fuertes protestas, se ve obligado a aumentar la representación del Tercer Estado a la suma de la nobleza y el clero, estableciendo un voto por estamento. El escenario de “empate asimétrico”, materializado en la sobrerrepresentación de la mitad de la asamblea, generó una situación de bloqueo que tuvo por consecuencia la decisión del Tercer Estado de deliberar por voto individual, lo que tuvo por respuesta la clausura de la asamblea por parte del rey. Entonces, los representantes del Tercer Estado se trasladan a una sala de frontón en que juraron no disolverse hasta que no se redactara una nueva Constitución y haber cumplido sus obligaciones con la nación. Luego, la historia es conocida.

Como refiriera Badiou, la política sólo puede ser un pensamiento si decide algo. Si afirma que algo es posible donde sólo hay una declaración de imposibilidad, la política consiste en pensar y practicar lo que la política dominante declara imposible. La historia demuestra que en contextos como los que vive nuestro país esta es la regla general; para mal de las élites gobernantes de todos los tiempos. Es momento de definiciones.

Oscar Menares