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Opinión

Razones para una nueva Constitución

Por: Matías Freire | Publicado: 24.10.2020
Razones para una nueva Constitución |
Lo que demanda la ciudadanía es que quienes lleven a cabo esta labor sean ciudadanos probos e independientes, y no los mismos políticos de siempre, que producto de una negociación partidaria, lleguen a formar parte de la Convención. Es nuestra misión estar atentos, y elegir a personas que realmente nos representen, y no a los que durante décadas han profitado y parasitado al alero de la función pública.

Vi un par de días la franja y algunos programas donde se discute respecto al plebiscito que se viene en los próximos días, que tiene por finalidad abrir un proceso constituyente. La verdad es que he podido apreciar un debate pobre, donde no se esgrimen argumentos de peso, y ya sabemos que cuando faltan los argumentos proliferan los insultos. ¿Por qué es necesaria una nueva Constitución? Esa es la pregunta de fondo que pocos se han dado el trabajo de responder. Intentaré responderla y esgrimir mis razones:

  1. El origen. Las tres últimas Constituciones tuvieron un origen espurio. La de 1833, fue producto de una guerra civil que entronizó una tiranía, con una oposición perseguida y anulada. La de 1925 fue después de golpes militares y de una treta del Presidente de turno. La de 1980, con un plebiscito absolutamente manejado por la dictadura militar. Una Constitución nacida en democracia le otorgaría un sello de legitimidad por primera vez desde 1828.
  2. El Estado subsidiario. La Constitución restringe las posibilidades productivas del Estado, en el sentido de que sólo puede participar de actividades económicas cuando el privado no quiera o no pueda. Esto relega al Estado a un segundo plano en áreas tan sensibles como el diseño de las ciudades, las pensiones, la propiedad de los recursos naturales, entre otros. Esta situación repercute necesariamente en la carencia de un modelo de desarrollo que nos guíe hacia un destino claro. La mayoría de los países que han avanzado hacia el desarrollo han tenido un claro protagonismo estatal. Desde los tigres asiáticos hasta los países nórdicos, ninguno de ellos ha prescindido del Estado y, por el contrario, se han apoyado en él para impulsar sus políticas de desarrollo. Eso por una parte y, por otra, creo que debemos avanzar hacia un Estado solidario, o de bienestar, que nos permita generar una mejor redistribución del ingreso a través de una verdadera reforma tributaria.
  3. El centralismo. Hay algunas nociones atávicas que se dan por sentadas, y que por lo menos debiesen discutirse, que tienen que ver con la forma de Estado y de Gobierno respectivamente. Chile se declara como “Estado Unitario”, lo cual en la práctica se ha traducido en una excesiva centralización administrativa en Santiago. No siempre fue así. Hubo intentos de las provincias por alcanzar una mayor autonomía. Desde las leyes federales de 1826, hasta las guerras civiles de 1851 y 1859, se combatió contra el excesivo centralismo de la élite santiaguina. ¿Debemos seguir siendo un Estado Unitario? Es una discusión que al menos debiese darse. Defensores de los derechos indígenas abogan por la idea de un Estado Plurinacional. Desde las provincias se sigue empujando por la idea de un Estado federal o, por lo menos, más descentralizado que les permita mayor autonomía. La misma discusión debe darse para nuestro sistema de gobierno. ¿Queremos seguir con un presidencialismo exacerbado? ¿Queremos que el Presidente siga siendo colegislador, pueda vetar leyes y pueda intervenir en las designaciones de los demás poderes del Estado? ¿O podemos avanzar hacia un semipresidencialismo? ¿Es necesario un Congreso bicameral, o basta con una sola Cámara? ¿Es necesaria la revocación de los cargos de elección popular? Son discusiones necesarias.
  4. Los derechos. La actual Constitución consagra varias libertades, pero pocos derechos sociales. Un ejemplo paradigmático está en la educación. Hay dos numerales del artículo 19 que se refieren a la materia. El número 10, que se refiere al derecho a la educación señalando que “los padres tienen el derecho preferente y el deber de educar a sus hijos”, lo cual carece de contenido y hace alusión más bien a la libertad de enseñanza. Y el número 11, que se refiere a la libertad de enseñanza, y que la define como “el derecho de abrir, organizar y mantener establecimientos educacionales”. Es decir, como un derecho mercantil para que los privados hagan de la educación un gran negocio. A esto se suma que ni siquiera el derecho a la educación está tutelado por algún recurso, en cambio el de la libertad de enseñanza sí. Debemos ampliar el catálogo de derechos sociales, dotarlos de contenido, y otorgarles la debida protección.
  5. Los cerrojos. La actual Constitución es rígida, cuesta mucho hacerle cambios, y ese era su espíritu fundacional. Esto choca con la profundización democrática que demanda la ciudadanía cada día más empoderada. Hoy los quórums exigidos permiten que un tercio puede valer lo mismo que dos tercios. Y si alguna ley se aparta de lo establecido por la carta fundamental, dirime un Tribunal Constitucional, cuoteado políticamente. Esto se contradice con la esencia misma de la democracia.

Estos son sólo cinco puntos. Puede haber muchos más. Y será tarea de los constituyentes determinar cómo abordarlos. Lo importante, y lo que demanda la ciudadanía, es que quienes lleven a cabo esta labor sean ciudadanos probos e independientes, y no los mismos políticos de siempre, que producto de una negociación partidaria lleguen a formar parte de la convención. Es nuestra misión estar atentos, y elegir a personas que realmente nos representen, y no a los que durante décadas han profitado y parasitado al alero de la función pública, promoviendo reformas gatopardistas y aumentando la indignación ciudadana. Hoy es el momento de pensar un nuevo Chile que integre a todas y a todos.

Matías Freire