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Opinión

El mejor resultado

Por: Sebastián Sandoval | Publicado: 26.10.2020
El mejor resultado Celebración del triunfo en el plebiscito en Plaza de la Dignidad | Foto: AGENCIA UNO
Hoy, más que nunca, es el tiempo para que quienes tienen puestos de poder ejerzan un monumental cambio de conducta y en el modo de hacer las cosas. Ya con la pandemia se perdió una gigantesca oportunidad, y la cuenta regresiva sigue corriendo. Un estallido social que ahora tenga un pedestal moral producto del freno que aplicó en pandemia, y un pedestal argumental más fuerte, va a significar más pérdida que ganancia. Después de todo, se logró el mejor resultado. ¿Para qué desaprovecharlo?

Hace un año, un poco antes de que surgiera la idea como tal de un proceso constituyente, era común que durante las protestas masivas gente que ni se conocía se juntara en las plazas, en los bares, en los lugares públicos, a hablar sobre sus razones de protesta. Grupos de a 10 ó 20, que se reunían de manera espontánea tras la marcha a conversar sobre lo que pensaban respecto de la situación del país en esos momentos. Se había forjado un estado de poder constituyente en la ciudadanía sin que la gente estuviese consciente de ello, y muchas personas en el ámbito académico constatamos el hecho.

No cabe ninguna duda de que lo que sucedió el domingo fue histórico. No podía ser de otra manera. Ese poder constituyente fue trasladado a las urnas con una victoria avasalladora que demostró la intencionalidad del electorado. Sin embargo, este resultado, fuera de lo destacable en el ejercicio democrático, ha significado algo importante para el gobierno, quien ayer parecía atribuirse el triunfo descaradamente.

Y es que, en la realidad de las cosas, este es el mejor resultado que el gobierno podía tener.

Retrocedamos el reloj al 22 de octubre de 2019. Piñera lleva 4 días de estallido en el cuerpo, y ya va por el quinto. Días atrás, un informe de la Dirección de Inteligencia del Ejército le había comunicado que todo esto surgió a partir de células subversivas relacionadas políticamente con entes simpatizantes de la ideología del socialismo chavista del siglo XXI. La Tercera reportaría unos días después, el 28 de octubre, la información de manera críptica, al punto en que muchos pensamos que eran netamente acusaciones “a la carta” por parte de Copesa. Recién un año después se filtraría por los medios la verdadera profundidad de dicho escrito.

Piñera se dio cuenta a los días que la “inteligencia” del Ejército estaba teorizando sobre aspectos que con los días se reflejaron totalmente inadecuados para la realidad que estaba viendo (por no decir que era un informe inútil), pues no había una guerra “contra un enemigo poderoso e implacable”, sino que la sociedad chilena había estallado, y sus palabras empezaron a pesarle. Quizá cuánto daño se hizo a su propio capital político. Necesitaba ayuda.

Así las cosas, se convocó en el palacio de La Moneda a una “cumbre de intelectuales”, una reunión que Piñera tendría con diferentes figuras de las ciencias sociales: un rostro de la política (José Antonio Viera-Gallo), un rostro de las ciencias jurídicas (Carlos Peña), un rostro de la psicología (Ricardo Capponi), y un rostro de la filosofía (Arturo Fontaine). El ejercicio sociológico que salió de ese día dejó claro el camino a Piñera.

Ese día, el Presidente notó que los reclamos ciudadanos no iban apuntados como un golpe de gracia de la sociedad directamente en contra de su gobierno, sino que a toda la clase política en general. Como no había un sector representativo que defendiese realmente los intereses sociales, la gente salió a exigirlos cuando existió algo que impulsase las demandas, representado por el alza en los pasajes del sistema Red. Sin embargo, cada persona tenía su propia razón personal respecto a afanes justos, los cuales se traducen en problemas que nuestra institucionalidad tiene. Una incapacidad de respuesta iba a derivar en la caída en desgracia no sólo del gobierno, sino de todos los movimientos representados en las bancadas del Congreso.

Piñera inmediatamente empezó a entregar ramas de olivo y a alejarse del discurso más duro de su coalición, con tal de salvar la institucionalidad cuan Nixon que va a China. Y la verdad es que los sectores de la izquierda estaban tan arrinconados como Piñera, pero también estaban dispuestos a responsabilizarlo en su labor correspondiente de oposición, pues la grave crisis de violación a los derechos humanos era difícil de ignorar. En todos los sectores, la situación era como un juego de ajedrez estratégico, cuando en la realidad estaban lanzando dados para ver quién podía sujetar la mejor estrategia ante una ciudadanía que no entendían y a la cual no estaban dispuestos a entender. Y el gobierno terminó por sacar el número más alto.

El acuerdo de noviembre fue forjado bajo la perspectiva de mantener la institucionalidad, algo que personeros como Felipe Harboe o Gabriel Boric han destacado hasta el cansancio como si se tratase de una clase de epopeya histórica. Otros rostros, como Mario Desbordes o Catalina Pérez, decidieron hablar inmediatamente sobre las amenazas que propiciaron el debate. Tal como relataron ellos, y después algunos medios, Piñera estaba dispuesto a sacar a las Fuerzas Armadas si no se llegaba a un acuerdo, al punto de que en Palacio se comentaba que la noche del acuerdo era un auténtico “10 de septiembre de 1973”, y que su tarea, cual psicopatía gobernaba, era evitar un “11”. Él sabía que la oposición iba a jugar su rol si se le presentaba la oportunidad, así que necesitaba voltearla en contra de ello, aun si eso significaba llevarse a toda la clase política con al tiesto. Una auténtica misión suicida, que toda la transversalidad compró.

Es cierto que sectores más “radicalizados” de la oposición, como la bancada del PC o facciones del Frente Amplio, no se unieron en pos de mantenerse alejados de la imagen conciliadora que hacía tener tintes “concertacionistas”, pero en realidad sabían que tarde o temprano iban a adherir y así lo hicieron. Tras la votación de este domingo, fue posible ver cómo algunos sectores de ambos lados llamaron al plebiscito como el posible fin del periodo de convulsión que significó el estallido. El gobierno se ha asumido como un gestor de este momento, al punto de que ministros como Bellolio califican el nivel de participación como algo que no les sorprende. ¿Por qué debería?

Pero la indulgencia política con la que están tratando el asunto para nada elimina las demandas sociales que impulsaron el cambio constitucional, ni el sentimiento de molestia y desazón que existe contra la clase política. Al contrario, el plebiscito fue una muestra clara de ello y, en mi pensamiento, tomar esta situación como un momento de unidad nacional en que “derrotamos a Pinochet con un lápiz y un papel” es una conducta peligrosa que debe ser corregida de inmediato por parte de los movimientos y partidos políticos.

Si deciden ir por ese camino, pronto van a generar instancias de invisibilización de las demandas sociales, algo que en el pasado resultaba, pero que hoy no va a resultar, entendiendo que nuestra sociedad abandonó el pensamiento corporativista. Hoy la sociedad es mucho menos inocente que hace un año, y es cada día más capaz de darse cuenta de estos trucos. Lo que pasó el domingo es muestra de que por la vía de la razón es posible sanar las heridas y derrumbar los adobes añejos que componen los pilares primordiales de nuestro sistema. Pero, como en todo compromiso de esta magnitud, un sector no basta para ello, y un nuevo abandono sólo mantendrá la violencia civil con una argumentación comprensible para la gran mayoría.

Hoy, más que nunca, es el tiempo para que quienes tienen puestos de poder ejerzan un monumental cambio de conducta y en el modo de hacer las cosas. Ya con la pandemia se perdió una gigantesca oportunidad, y la cuenta regresiva sigue corriendo. Un estallido social que ahora tenga un pedestal moral producto del freno que aplicó en pandemia, y un pedestal argumental más fuerte, va a significar más pérdida que ganancia.

Después de todo, se logró el mejor resultado. ¿Para qué desaprovecharlo? 

Sebastián Sandoval