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Opinión

Clases virtuales: la gran carrera de nuestros docentes

Por: Roberto Bravo | Publicado: 10.11.2020
Clases virtuales: la gran carrera de nuestros docentes | Steve Prefontaine
Se han disociado las capacidades formadoras de la familia y la escuela, ocasionando una división artificial en cuanto a qué le corresponde a cada uno. A las familias se les ha atribuido el rol de satisfacer las necesidades biológicas, afectivas y de formación valórica. A las escuelas, en cambio, se le ha asignado la satisfacción de necesidades intelectuales y académicas. Cuando aceptamos esta división binaria de roles, se niega la posibilidad de aportar conjuntamente tanto del desarrollo académico como formativo, emergiendo temores, culpas y desvalorizaciones cruzadas.

Steve Prefontaine fue un atleta estadounidense especialista en carreras de fondo y medio fondo que compitió en los Juegos Olímpicos de Münich 1972. Una de sus principales características era su total entrega tanto al momento de competir como cuando entrenaba sin descanso. Él solía decir: “Una carrera es una obra de arte, que no se reduce sólo a los metros que debo correr”. Interesante analogía, replicable quizás a lo que sucede con nuestros profesores, ¿o no?

La suspensión de las clases presenciales producto de la pandemia permitió visualizar varias cosas con claridad. Por un parte, la exacerbación de las brechas existentes tanto en acceso como en oportunidades de aprendizaje de calidad y –como era de esperarse– golpeando a los sectores más vulnerables. Por otro lado, la capacidad de liderazgos y comunidades escolares para reaccionar y adaptarse en tiempos tumultuosos. Pero hay una cosa que destaco: cabe resaltar algunos casos donde, con mucha lástima y sorpresa, se observó la débil o inexistente relación familia-escuela. Basta con recordar la judicialización y acalorados reclamos que hacían algunos padres y apoderados en cuanto a que las escuelas y sus profesores no estarían trabajando lo suficiente.

Generalmente se han disociado las capacidades formadoras de la familia y la escuela, ocasionando una división artificial en cuanto a qué le corresponde a cada uno de estos sistemas. A las familias se les ha atribuido el rol de satisfacer las necesidades biológicas, afectivas y de formación valórica. A las escuelas, en cambio, se le ha asignado la satisfacción de necesidades intelectuales y derechamente académicas. Cuando aceptamos esta división binaria de roles, se niega la posibilidad de aportar conjuntamente tanto del desarrollo académico como formativo, emergiendo temores, culpas y desvalorizaciones cruzadas. Lo que, a ojo de todos los expertos, va en contra del desarrollo integral de nuestros estudiantes.

¿Por qué alguien diría que, por estos días, los profesores sólo hacen una hora de clases por plataformas virtuales y nada más?, ¿esas clases no se planifican?, ¿no hay reuniones técnicas a las cuales atender?, ¿no deben revisar el material asincrónico que trabajan sus estudiantes? Podríamos redactar fácilmente 10 preguntas más.

Pero volvamos a Prefontaine. Él no dejaba nada al azar. Cada segundo, cada milla, cada curva, cada aumento de ritmo y horas de recuperación física, eran planeadas y visualizadas antes de cada carrera y después de ésta. Extenuantes horas de planificación, cargadas de revisión de datos y ejecución presencial, dentro y fuera de la pista.  Tal como lo hacen los profesores, detrás de clases sincrónicas, de cada guía realizada, hay horas y horas de trabajo. Se debe seleccionar con cuidado la tarea educativa para que responda de mejor manera al objetivo de aprendizaje priorizado, hay que preparar presentaciones dinámicas para mejorar la interacción –muchas veces fría– a través de una pantalla, participar en reuniones de trabajo y corregir toneladas de guías de los distintos cursos y, como si todo esto no fuese suficiente, los profesores y profesoras deben seguir haciendo lo que mejor saben hacer: mantener el vínculo con niños, niñas y adolescentes que siguen aprendiendo en los más diversos contextos.

Sí, se parece en mucho a lo que hace un corredor, porque creer que la jornada de un profesor(a) son sólo sus horas lectivas, sería como pensar que el atleta sólo trabaja cuando corre. Es desconocer el dedicado trabajo que se viene realizando desde casi 8 meses cuando se suspendieron las clases presenciales.

Nadie estaba preparado para lo que nos ha tocado vivir. No lo estaban las autoridades, tampoco nuestros padres y estudiantes y, desde luego, tampoco lo estaba nuestro sistema escolar. Todos hemos tenido que desaprender para aprender nuevos repertorios. Familias y escuelas están realizando un trabajo que no necesariamente hubiesen pedido. Pero que, por meses, se ha realizado con dedicación, planificación y completa entrega. Y esa ha sido nuestra carrera, una que no sólo dura 200 metros y que, por supuesto, es mucho más que una (en apariencia) sencilla sesión virtual.

Roberto Bravo