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Opinión

El acuerdo del 15 de noviembre

Por: Cristián Zúñiga | Publicado: 14.11.2020
El acuerdo del 15 de noviembre |
El tiempo ha demostrado que la cabeza de Piñera, ensimismada, perdida y condenada, no pesaba lo mismo que la Constitución de Pinochet. Dicho de otro modo: con tal de salvar su irrelevante cabeza, Piñera fue capaz de entregar la Constitución de la derecha, con todas las llaves y contraseñas que tan cuidadosamente sus cancerberos neoliberales vigilaron durante décadas.

La madrugada del 15 de noviembre de 2019, en el ex Congreso Nacional, diversos sectores políticos, con representación parlamentaria, lograban sellar un acuerdo que la historia larga de nuestro país de seguro destacará en negritas. Entonces, con la poco de línea de crédito político que contaban los congresistas reunidos allí, se acordaba someter a votación popular la permanencia o extirpación de la Constitución redactada a fuego por la dictadura.

Es cierto: para algunos sectores políticos, encendidos por las llamas de la revolución, aquel pacto traicionó lo que, para ellos, era la principal demanda de la revuelta social: la cabeza de Piñera. Sin embargo, el tiempo ha demostrado que la cabeza de Piñera, ensimismada, perdida y condenada (los tribunales locales e internacionales le esperan con largos brazos abiertos), no pesaba lo mismo que la Constitución de Pinochet. Dicho de otro modo: con tal de salvar su irrelevante cabeza, Piñera fue capaz de entregar la Constitución de la derecha, con todas las llaves y contraseñas que tan cuidadosamente sus cancerberos neoliberales vigilaron durante décadas. Lo que parecía imposible hasta hacía poco (Escalona y los fumadores de opio) llegaba gracias a un acuerdo en que congresistas, presionados por la violencia callejera, firmaron e inmortalizaron al calor de una foto registrada de madrugada.

Pero esa foto de madrugada no hubiese existido de no haber sido por la violencia en las calles. Este punto será destacado en dorado por la historia larga. Las estaciones del metro en llamas, los saqueos a supermercados, las iglesias ardiendo y la batalla por la plaza Baquedano, fueron episodios que doblegaron a los diversos sectores políticos y les llevaron a elegir un animal de sacrificio que pudiese calmar la furia desatada por la naturaleza desatada.

Y al parecer el animal fue bien identificado, así lo confirmó el plebiscito constitucional desarrollado el pasado 25 de octubre, donde la opción por suprimir la actual Constitución y redactar una nueva, desde una Convención Constituyente, ganó inapelablemente. Es más, tal como si se tratara de una leyenda de nuestros pueblos originarios, una vez lanzado el animal de sacrificio al mar la furia de la naturaleza se detuvo.

Lo cierto es que los días posteriores al acuerdo del 15 de noviembre hubo actores políticos que aparecieron criticándolo por el sólo hecho de no haber estado ellos presentes en dicha velada de negociaciones. Sin embargo, lo acordado entonces fue algo tan potente que no duró mucho ese reparo y muy pronto esos mismos actores que aparecían criticándole se sumaron, cual guaripolas, a la opción del “Apruebo” a una nueva Constitución.

Quizás la dimensión más significativa de este acuerdo pasa por la claridad de quienes supieron entender que, a las revueltas o estallidos sociales, les subyacen sendas incógnitas respecto a sus desenlaces y la mayoría de las veces terminan (ejemplos sobran) cual globos desinflados o, lo que es peor, pinchados por algún líder que otorga finales con efectos inversos.

No cabe duda que lo experimentado hasta ahora (aún no se ha logrado extirpar la Constitución de Pinochet, Chile sigue siendo uno de los países con mayor desigualdad del continente y la pandemia la seguimos sobrellevando a punta de fondos de pensiones) podría enmarcarse en una especie de circulo virtuoso. Uno donde la violencia, expresada por una ciudadanía no configurada bajo la conciencia de clases del marxismo, ni militante de cuadros anarquistas, sino que irradiante de malestar y rabia hacia un modelo que no cumple con lo prometido, fue complementada por un acuerdo político que terminó entregando la Constitución del 80.

El único gran error de este histórico acuerdo pasó por su nombre, pues llamarle “Acuerdo por la Paz”, en un momento donde acontecían muertes, mutilaciones de ojos y violaciones a los derechos humanos, es algo que sólo se entendería desde la lógica de las negociaciones y acuerdos a los que hubo que llegar con tal de obtener las llaves y contraseñas de la Constitución.

Lo anterior, visto como un elemento simbólico, por supuesto, pues sabido es que, una vez concluido este gobierno, los tribunales y las cortes se encargarán de hacer lo suyo.

Cristián Zúñiga