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25 de octubre: una sorpresa y dos desafíos

Por: Federica Sánchez y Carlos Fabián Pressacco | Publicado: 24.11.2020
25 de octubre: una sorpresa y dos desafíos Celebración en Plaza Dignidad | AGENCIA UNO
La ciudadanía ha reafirmado su crítica y rechazo a los partidos políticos y, más específicamente, a la posibilidad de que los partidos –como en tantas ocasiones– coopten el proceso y terminen haciendo la vista gorda con las expectativas ciudadanas. Por esto es fundamental que se avance en facilitar la inscripción de listas de independientes y que los partidos políticos abran espacios a liderazgos que no sean de sus propias filas. La crítica ciudadana a los políticos es tanto a los partidos como instituciones como a la falta de alternativas en las candidaturas.

El resultado del plebiscito del 25 de octubre fue sorpresivo y contundente. Sorpresivo porque los pronósticos, si bien auguraban un triunfo de la opción “Apruebo”, la mayoría apuntaba a que la alternativa “Rechazo” obtendría, en el peor de los casos, un 25-30%. El que los ciudadanos y ciudadanas respaldaran con casi el 80% el inicio del proceso de construcción de una nueva Constitución representa un respaldo muy contundente; más aún, el hecho de que un porcentaje semejante se decantara porque sea una Convención Constitucional el órgano encargado de su redacción fue todavía más sorpresivo ya que, en este caso, los pronósticos apuntaban a un resultado más estrecho entre esta opción y la de la Convención Mixta. Fue una jornada histórica que viene a confirmar el entusiasmo y los deseos ciudadanos de ser parte de un proceso inédito en la historia de nuestro país: la elaboración de una nueva Constitución impulsada por el pueblo, redactada con participación ciudadana y en condiciones de paridad de género. Además, se incluirán por primera vez cupos reservados para los pueblos originarios.

Sin embargo, una mirada más amplia al proceso electoral muestra una realidad que no deja de plantear desafíos críticos. Quizás uno de los más importantes sea el de la participación en las urnas. Los datos electorales señalan que votaron más de 7,5 millones de personas. Desde el sistema político, todos los actores destacan que es la elección con mayor participación electoral desde el plebiscito de julio de 1989, todavía en dictadura. Si bien esto es real, no deja de ser un poco engañoso, dado que se trata de una forma muy particular de presentar los datos puesto que lo más habitual es analizar la participación en porcentajes, comparando datos relativos y no absolutos. Es verdad, en el plebiscito actual votaron aproximadamente la misma cantidad de personas que lo hicieron en el plebiscito de 1988. ¿Pero qué porcentaje de la población en edad de votar representaban entonces y qué porcentaje representan hoy? En las tres décadas que pasaron desde el retorno a la democracia, la población chilena creció de 13 millones a casi 19 millones de personas; la población con derecho a ejercer el sufragio también aumentó. Es importante recordar, asimismo, que en 2012 Chile reformó su sistema electoral, pasando de voto obligatorio a voto voluntario y simplificando el proceso de registro con la inscripción automática. Todo esto tiene un impacto significativo en los resultados, los más de 7 millones de votantes de aquel entonces no representan el mismo porcentaje de la población en edad de votar que los más de 7 millones de hoy. Cuando los resultados se presentan de la forma adecuada, aparece un panorama que no deja de ser preocupante: en el plebiscito votó poco más del 50% del padrón electoral.

Si bien en términos generales se puede discutir si la participación estuvo a la altura de las expectativas, lo que no puede pasarse por alto es el incremento de los votantes en comunas populares donde generalmente la participación es baja; Pudahuel, Puente Alto y La Pintana tuvieron incrementos de 13, 14 y 15%, respectivamente, en relación a la última elección de 2017. Este aumento es muy significativo e indica que estas comunas ampliaron bastante su electorado en este plebiscito constitucional. También es destacable el incremento de participación de los y las jóvenes, un sector que, si bien se encontraba muy activo en la participación política, no la estaba canalizando por la vía electoral. Todavía es pronto para sacar conclusiones definitivas sobre los patrones de la participación; tenemos aún al menos tres instancias electorales por delante en el calendario en donde las tendencias pueden mantenerse o retroceder. Lo que no deja de llamar la atención es que, en una elección que convoca a definir el procedimiento para elaborar colectivamente las reglas del juego de nuestra sociedad, la mitad de la ciudadanía que podía votar se haya excluido de hacerlo.

Por supuesto que debe considerarse el impacto de la pandemia y la falta de “tensión electoral” como consecuencia de un resultado esperable, pero ¿quiénes son estas personas? Los pocos estudios disponibles sobre la abstención muestran que no necesariamente todos los que no votan son apáticos. La participación política masiva en marchas y manifestaciones que observamos desde hace varios años y el crecimiento de los movimientos sociales evidencian una sociedad políticamente activa, que prefiere, sin embargo, canalizar su participación por medios no institucionales. Esta característica es, sin duda, un llamado de atención sobre la legitimidad del sistema que, independiente de las reglas del juego político, debería tomarse con mucha seriedad incluso si estas cambiaran como consecuencia del proceso constitucional. Es una paradoja que convivan en el Chile actual una de las sociedades más políticamente activas del mundo y una de las de menor participación electoral de la región.

En este escenario, otro desafío es el de la participación de la ciudadanía en el proceso de elección de los y las constituyentes. Al preferir ampliamente a la Convención Constitucional, la ciudadanía ha reafirmado su crítica y rechazo a los partidos políticos y, más específicamente, a la posibilidad de que los partidos –como en tantas ocasiones– coopten el proceso y terminen haciendo la vista gorda con las expectativas ciudadanas. Es por esto que es fundamental que se avance en facilitar la inscripción de listas de independientes y que los partidos políticos abran espacios a liderazgos que no sean de sus propias filas. La crítica ciudadana a los políticos es tanto a los partidos como instituciones como a la falta de alternativas en las candidaturas. Son dos focos distintos, pero ambos evidencian que la ciudadanía está molesta con la repetición de los mismos rostros de siempre; la tensión entre el pueblo y la élite se extiende al interior de los partidos políticos entre los dirigentes y sus bases.

Las imágenes que nos proporciona la televisión a diario no hacen más que reafirmar esta preocupación. En los diferentes programas, paneles y foros, se muestran “los mismos de siempre”; dirigentes de partidos, algún que otro comentarista, pero todxs seleccionados con criterio partidista y evidente sesgo. ¿Dónde están los liderazgos sociales? ¿Dónde están los líderes de los movimientos feministas, territoriales, sindicales, y juveniles? En la medida en que estos rostros no se muestren, el empoderamiento político ciudadano que surgió de lo más profundo de la crisis, pierde a manos de la política tradicional, que pretende a toda costa no quedarse afuera del proceso.

No obstante, y comprendiendo este malestar, enfatizar en la importancia de “los independientes” no debería hacerse a expensas de excluir a los partidos, puesto que esto constituiría un serio riesgo para el proceso. El desafío de la Convención Constitucional es congregar la diversidad de la sociedad chilena dando cabida a la sociedad civil y a los partidos políticos evitando exclusiones que afecten negativamente el resultado de este proceso. Cabe preguntarse si la crítica a los partidos políticos no es, también, la expresión de un individualismo fomentado por la matriz neoliberal.

Federica Sánchez y Carlos Fabián Pressacco
Académicxs de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Alberto Hurtado.