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Opinión

Operación Colombo: del dolor a la rabia

Por: Antonia Cepeda Antoine | Publicado: 07.12.2020
Operación Colombo: del dolor a la rabia | Así informó la prensa de la dictadura el asesinato de jóvenes del MIR
Ahora pienso que, en aquellos años, cuando se vieron los primeros atisbos de que habría privilegios para los victimarios, debí ser más valiente, haber saltado los torniquetes, no haber temido a un Santiago encendido, haber reivindicado a cada uno de nuestros muertos, haber pintado de rojo el caballo y puesto los rostros de cada uno de mis compañeros y compañeras del Liceo Manuel de Salas y el de mi padre en la Plaza Italia. Haber puesto en jaque a la autoridad, a los jueces y ministros, ganando en justicia, honrando a mi padre y a todos los jóvenes asesinados en la Operación Colombo.

[En memoria de mis compañeros del Liceo Manuel de Salas, grandes personas, jóvenes inundados de sueños y enamorados de la vida]

Hace algunos días se supo la noticia de que 61 ex agentes de la DINA, involucrados en la Operación Colombo, quedaron absueltos y ninguno de los 42 condenados recibió pena de cárcel. Dicha operación terminó con la vida de 119 chilenos. La mayoría de las víctimas eran jóvenes, entre ellas había ex alumnxs del Liceo Manuel de Salas que conocí cuando compartíamos los estudios en dicho establecimiento. Tenían entre 20 y 24 años cuando fueron asesinados.

Cuando cursábamos la enseñanza media, me unió a ellos el mismo sueño: queríamos cambiar nuestro país por uno con mayor justicia social, creíamos en la igualdad y nos sumamos a un pueblo movilizado en busca de un nuevo destino. Nos separaban diferencias ideológicas: la mayoría de ellos pertenecía al Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR); en el lenguaje de la época, ellos ultras y yo amarilla. Con algunos discutí acaloradamente, subíamos el tono y nos desafiábamos en el discurso. Ahora pienso y siento que debí haber sido menos intransigente, menos vehemente, y más amorosa con ellos.

Al saber la noticia, me vino a la memoria María Inés Alvarado. Bonita, alegre, la recuerdo con su minifalda azul, blusa blanca y cintillo blanco. Activa, muy conversadora, un par de veces estuvimos juntas fumando a escondidas en el baño del colegio. Su madre, profesora del mismo liceo, mantuvo por siempre su pieza tal cual la dejó el día que la detuvieron, encima del velador su cepillo del pelo, su cama tendida y sobre ella algunas de sus vestimentas. Me acordé de Alicia, la mamá de Jaime Buzio. Nos encontramos en los pasillos de la Vicaría de la Solidaridad en el año 76, ella buscando a Jaime y yo a mi padre. Jaime se le parecía; tuve cercanía con él en el liceo, él debe haber egresado un año antes que yo, moreno, delgado, con lentes, pelo largo y bigotes, siempre sonriente, el mismo recuerdo que conservo de Alicia.

La represión castigó brutalmente a la comunidad educativa del Liceo Manuel de Salas. Alejandro de la Barra y su pareja, Ana María Puga, ambos ex alumnos, fueron acribillados a pasos del jardín infantil donde llegaban a retirar a su hijo, el mismo que hace un par de años lanzó el documental Me venían a buscar: murieron en el mismo lugar y no alcanzaron a llegar al jardín infantil. Yo era compañera de curso de Leonardo, su hermano menor. Alejandro era serio, algo introvertido, a diferencia de su hermano, esencialmente expansivo y un gran “reidor”. Debe haber estado dos cursos superiores al mío, moreno, bajo de estatura, pero muy guapo. Edwin Van Yurick también fue víctima de la Operación Colombo. De él tengo muy pocos recuerdos. Fue detenido junto a su esposa, Bárbara Uribe; testigos dan cuenta de que él fue torturado brutalmente y ella violentada sexualmente. En la misma operación murió Martín Elgueta y su pareja. Hay otros desaparecidos ex alumnos de generaciones anteriores que no conocí.

No es casual que haya llegado tan fuerte la represión a este liceo. Su proyecto educativo era esencialmente humanista y progresista. Es así como muchos de sus alumnos y alumnas optaron por lo social y lo político, a muchos les costó la vida, como es el caso de los que murieron en la Operación Colombo. La represión también estuvo dirigida a los profesores, el director del liceo, el señor Menchaca, que fue interrogado insistentemente en un recinto militar respecto del supuesto ocultamiento de armas en el establecimiento. Varios profesores y profesoras fueron llevados al Estadio Nacional e interrogados, entre ellos la futura Premio Nacional de Ciencias de la Educación (en 1991) Viola Soto, y el profesor Nilo, de Historia. Rubilar, que era nuestro orientador y nos hacía clases de Sicología y Filosofía y asesoraba el gobierno estudiantil, nominación que se le daba al centro de alumnos, era un gran aliado de los alumnos. Recuerdo que fue rudo para mí enterarme que había sido detenido: él representaba una figura protectora y de pronto se volvía vulnerable.

Para escribir esta columna leí por primera vez los antecedentes de las circunstancias concretas que acompañaron las detenciones y desaparecimiento de mis compañeros y compañeras que murieron en la Operación Colombo. A pesar de conocer muchos otros casos, sin ir más lejos el de mi propio padre desaparecido, y que sufrió inimaginables tormentos, en este caso la crudeza de los relatos me estremeció. Tenían en promedio 22 años. Hacía muy poco habían egresado del liceo.

El ejercicio de pensar en ellos, esforzarme por recuperar anécdotas, rememorarlos físicamente, tratar de describirlos, ha sido como revivirlos: ahora los conozco mucho más. Escribiendo esta columna experimento mucho dolor y también ternura. Me alegré con los recuerdos, pero como nunca en todos estos años pasé del dolor a la profundidad de la rabia. Creímos que con la llegada de la democracia lograríamos aquello por lo que en dictadura tanto luchamos y paradojalmente, en razón de que debíamos cuidar la justicia y la verdad, se nos fue entre los dedos de la mano. La impunidad hiere el alma. Para las victimas es como una segunda muerte, para sus familias un fin que no tiene fin.

Ahora pienso que, en aquellos años, cuando se vieron los primeros atisbos de que habría privilegios para los victimarios –y cuando yo aún era joven–, debí ser más valiente, haber saltado los torniquetes, no haber temido a un Santiago encendido, haber reivindicado a cada uno de nuestros muertos, haber pintado de rojo el caballo y puesto los rostros de cada uno de mis compañeros y compañeras del Manuel de Salas y el de mi padre en la Plaza Italia. Haber puesto en jaque a la autoridad, a los jueces y ministros, ganando en justicia, honrando a mi padre y a todos los jóvenes asesinados en la Operación Colombo.

Antonia Cepeda Antoine
Educadora de párvulos. Fue directora técnica-pedagógica de la JUNJI.