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Vivimos en un mundo post informático y post genómico

Por: Felipe Venegas | Publicado: 17.12.2020
Vivimos en un mundo post informático y post genómico |
¿El smartphone y las apps nos conducirán a una sociedad más democrática y justa? La respuesta es: no. Mejor dicho, no necesariamente. Pero aquello no implica que sea superfluo examinar nuestros tiempos digitales.

¿Podríamos usar un cepillo de dientes, un martillo, una fotocopiadora, un test de embarazo, una aspiradora, un telescopio, una bicicleta, un televisor-inteligente o una pala de nieve, sin que nadie nos haya enseñado cómo se utilizan? ¿O simplemente nos basta el sentido común? No podemos des-inventar casetes, grabadoras o retroproyectores, pero podríamos perder la capacidad de saber cómo y para qué se utilizan. ¿O no?

La digitalización de la información (datos, documentos, fotografías, videos, etc.) otorga matices al párrafo anterior. Plataformas como YouTube son hoy normalidad para obtener información; sin embargo, hasta los años 90 se utilizaba bibliotecas. Ciertas compañías, centros de investigación, oficinas gubernamentales, entre otros, disfrutaban del lujo de tener computadoras disponibles; tal vez, una versión de La Encarta en formato CD-room estaba disponible en algunos hogares. Antes de eso en casa había enciclopedias. ¿Fue futurista pensar en acceso a internet para toda la sociedad civil? Tras la masificación del computador de escritorio, de la laptop y del teléfono inteligente, el paradigma actual es distinto. Hoy la enciclopedia es más reliquia epistémica que artefacto funcional existente en el living de cada hogar. ¿Quién, y por qué, preferiría revisar un texto físico en vez de googlear y terminar en Wikipedia? ¿Quién, y por qué, preferiría escribir una carta en vez de enviar un e-mail o un mensaje por WhatsApp? ¿Comprar el periódico en vez de visitar su formato online? ¿Adquirir una cámara fotográfica con fines recreativos y no usar la de su celular?

Suponga que se le pide hacer el símbolo de una llamada por teléfono. Hágalo. Probablemente, si usted es una persona nativa-digital la mímica sea una mano sujetando un smartphone (como si se sostuviera un completo de forma vertical), pero para quienes no el clásico símbolo –asociado a Los Zorrones– será el escogido. Sí, tecnología también es cultura. Material y no material; incluidos múltiples discursos que emanan de artefactos tecnológicos. Estos son necesarios para que su existencia tenga sentido societal.

En las últimas décadas la utilización de ciertos artefactos ha transformado las dinámicas de acceso a la información y aspectos de la comunicación. Plataformas como Zoom en tiempos pandémicos o la uberización del sector servicios así lo sugieren. No obstante, también ha incidido en cómo se abordan problemáticas sociales. Las violaciones a derechos humanos perpetradas por la fuerza pública son un caso concreto. Mientras la prensa oficial es cuestionada por crear fuego falso al transmitir protestas o por dar crédito a montajes como en el caso del asesinato de Camilo Catrillanca, la prensa alternativa hace streamings del abuso policial. Actualmente, no sólo el Ministerio Publico requiere videos de cámaras personales de oficiales en terreno, sino que también la ciudadanía exige que aquella información audiovisual esté en televisión y/o las redes sociales. En tiempos de turbulenta posverdad mediática, transmisiones como las de Galería CIMA gozan de una legitimidad que TVN no posee.

Entonces, ¿el smartphone y las apps nos conducirán a una sociedad más democrática y justa? La respuesta es: no. Mejor dicho, no necesariamente. Pero aquello no implica que sea superfluo examinar nuestros tiempos digitales.

Según la teoría de las Revoluciones Tecnológicas de la economista venezolana Carlota Pérez, en los últimos 250 años de historia del capitalismo industrial hemos experimentado cinco Paradigmas Tecnoeconómicos (PTE). Pérez dice que vivimos en la transición entre el quinto PTE –el de las “Tecnologías de Información y Comunicación” (TIC) que comenzó en los años 70 (con la creación del microprocesador de Intel)– y el futuro (y sexto) PTE.

Evaluar el PTE actual evita pronósticos antojadizos. También ayuda a pensar en la revolución tecnológica, política y económica que aquel supone. Siguiendo la teorización de Pérez, semillas que originarán al próximo PTE fueron incubadas dentro del paradigma TIC; la nano y la biotecnología serían actores relevantes en la producción de bienes y servicios futuros. Por ejemplo, en el mundo energético del futuro el uso de biomasa vegetal (cultivos alimenticios, subproductos de la agricultura y/o de desechos forestales) y de microorganismos (hongos y bacterias) para la producción de combustibles podría ser un elemento gravitante. Sin embargo, más allá de casos particulares, valioso es que en las ideas de Pérez la disrupción tecnológica deviene en disrupción política, económica y cultural. Sin perjuicio de aquello, la flecha en el sentido contrario también aplica porque la tecnociencia no existe en vacíos societales.

Si nuevas formas de comunicación y transporte (o comercio) emergen con la masificación de nuevos artefactos (smartphones y aviones, por ejemplo) también aparecen nuevos problemas, nuevas instituciones, nuevas leyes, nuevas normas, nuevas costumbres. Lo preexistente se reestructura y/o desaparece, pero la lucha por el poder, y los conflictos entre grupos de interés, no deja de existir. Esta es una de las razones por las cuales cada artefacto posee una dimensión política. En este sentido, por ejemplo, ¿qué tan irrisorio sería hoy en día pensar al acceso a internet o la protección de la información virtual como derechos? Las características de la coyuntura tecnocientífica exigen, sobre todo, poner atención a la información genética.

¿Información genética? Hoy vivimos en lo que podríamos denominar la era postgenómica-postinformática (PGPI). En la era PGPI las inteligencias artificiales prometen un siglo XXI un tanto diferente. Humanos modificados genéticamente y viajes de exploración exo-planetaria. Machine learning, CRISPR y tecnolíderes (trinomios del estilo Gates-Bezos-Musk). En apariencia, el futuro nos espera con más (¿y mejores?) cosas que las que ya estamos desarrollando y experimentando. Esta era es postinformática porque ocurre incrustada en una tecnoeconomía global que emerge posterior a la revolución del microprocesador (años 1970). Es postgenómica, por ocurrir después de la culminación y publicación del Proyecto Genoma Humano (PGH) a comienzos de los años 2000, que contribuyera a una transformación de los bionegocios. En cultura popular los efectos de la revolución del microprocesador son conocidos, principalmente debido a los productos que emergieron de la tecnología basada en silicio. No obstante, no existe discusión coloquial en torno a la incidencia social de la biotecnología contemporánea y su rol en la elucidación, producción, acumulación e interpretación de la información genética.

El ADN es un componente de las células que se organiza en “genes”; estos a su vez contienen órdenes encriptadas que permiten el funcionamiento de las células. A grandes rasgos, a estas órdenes se les conoce como información genética (contenida en “genes”) y se puede conocer a través de un proceso denominado secuenciación de ADN.

La innovación que implicó el copiar y pegar ADN a nivel de laboratorio emerge encarnada en técnicas de ADN recombinante. En los años 70-80 se intentaba copiar genes para moverlos de una especie a otra. Posteriormente, gracias al desarrollo de la técnica PCR (hoy famosa por la pandemia de SARS-CoV-2) y a nuevas tecnologías de secuenciación de ácidos nucleicos (el ADN es uno), que se extendieran en los años 90, la obsesión fue la lectura del código genético. El PGH es el hijo prodigo de aquella época. Fue la carrera espacial de las ciencias biológicas. El descenso del costo en la secuenciación automatizada, y su ulterior masificación, incentivó el nacimiento de nuevos bienes y servicios. Si la secuenciación de sectores de nuestro genoma fue apoyo al diagnóstico de enfermedades genéticas (lujo de élites) en las primeras décadas del siglo actual, y hoy en día negocios y productos con que la ciudadanía no contaba antes del PGH son regalos de navidad en urbes del Norte Global. Test genéticos de naturaleza “directo al consumidor” (como 23andMe, MyHeritage o AncestryDNA) son mercancías por excelencia en la era PGPI.

Al mismo tiempo, secuenciar de forma masiva produce una masiva acumulación de datos genéticos. Por esto, necesario fue establecer plataformas bioinformáticas dedicadas al genome mining (la utilización sistemática de herramientas computaciones con la intención de detectar, caracterizar y predecir la función de genes) y a la interpretación de los datos genéticos. Incluso nuevas disciplinas científicas emergieron. La genómica comparativa, por ejemplo, nace al alero de la acumulación de datos (meta)genómicos.

Y hay quienes creen que los días de lectura y copiado y pegado son historia. Actualmente tecnologías de síntesis (escritura) y manipulación (edición/modificación) de ADN afectan la forma en que se percibe, se estudia y se utiliza La Vida. El auge de la Biología Sintética (para ciertas personas, una aproximación a la biología desde la Ingeniería Eléctrica) refleja aquello. Computación basada en ADN, fotografía que utiliza bacterias, biosensores que detectan cánceres, levaduras autoprogramables que descontaminan, podrían ser nuevas biomercancías. Es decir, la Biología Sintética no solamente representa una nueva cultura tecnocientífica en que disciplinas que antes parecían lejanas (como el diseño de circuitos y la biología molecular) entran en conversación y en que la expertiz del profesional de ciencia fundamental pretende crear y pensar nuevos futuros pensando nuevos productos, sino que también posee un potencial económico disruptivo.

Sea en contexto de Biología Sintética o no, en la era PGPI, para algunas personas, la sensación de futurismo resulta seductora. Asumiendo una implementación extendida de previos/as artefactos tecnológicos/técnicas y/o futuras innovaciones/invenciones, ¿realmente todo permanecerá estático?

¿Acaso el disponer de elementos como fármacos genéticamente personalizados (apoyado por una masiva acumulación de datos genéticos y su estudio a través de Inteligencias Artificiales) o granjas flotantes (con cultivos vegetales resistentes a alta salinidad y que acumulan altas cantidades de nutrientes, producidos utilizando herramientas como CRISPR), en verdad no va a influenciar áreas económicas completas al cambio? En la era PGPI, salud, alimentación, vivienda, comunicaciones, educación y transporte son algunas; en esta última, por ejemplo, tal vez una mayor cantidad vehículos que se conducen de forma autónoma inunde las calles de ciertas urbes. Tal vez, la construcción de carreteras con paneles solares hexagonales en vez de asfalto común y silvestre (Solar Roads, en inglés) vea la luz. Tal vez, el turismo exo-planetario llegue a puerto comercial.

Y con respecto a lo anterior cabe preguntarse: ¿afectaría aquello a la forma en que validamos el actuar de personas que conducen en estado de ebriedad (en principio ya no se estaría literalmente conduciendo un vehículo con alcohol en la sangre)? ¿Influenciaría las relaciones económicas y dinámicas de poder entre compañías de petróleo y los Estados contemporáneos? ¿Promovería un cambio de paradigma en la industria turística?

En síntesis, en la vertiginosa y revolucionaria época en que vivimos, para comprender las dimensiones sociales del progreso tecnocientífico es necesario tener en cuenta que nuevos artefactos traen consigo preguntas no científicas. La velocidad y agudeza con que la sociedad civil y los gobiernos (locales y globales) reaccionen a ellas estará influenciada por intereses particulares y colectivos. Intereses que no son nuevos. Antiguos intereses, nuevos conflictos. Nuevos conflictos, nuevos problemas (sociales y ecológicos). Nuevos problemas, nuevas legislaciones. En este contexto, la ciencia no posee soluciones a problemáticas sociales; sobre todo cuando son políticas, porque aquellas involucran percepciones sobre justicia y democracia que no se encuentran en tubos de ensayo o telescopios. Pero ello, más que un problema, es una invitación a que comunidades científicas trabajen para que la inversión social en Investigación y Desarrollo sea sinérgica en la construcción de nuevas formas de vivir donde nuevas formas de desigualdad social sean tratadas apriorísticamente.

Felipe Venegas
Bioquímico. Estudiante de Doctorado en Química en Chemistry and Biochemistry Department de Concordia University (Montreal, Canadá).