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Opinión

Escrituras para cambiarlo todo

Por: Francisco Villegas | Publicado: 06.01.2021
Escrituras para cambiarlo todo Muro del GAM |
La experiencia social de ir construyendo la verdad, de muchas personas, se ha ido acumulando y se expresa, de manera concreta, por sus mismos protagonistas que sienten y duelen con lo que realmente sucede en la nación: en los novedosos carteles y lienzos de las marchas, en los mensajes de las murallas de distintos lugares de pueblos y ciudades; en las voces mapuches que se irradian por todo el sur; en las sensibles cartas de las madres de los presos políticos que están en cárceles inmundas injustamente negados en su vida ciudadana; en las crónicas y columnas que aparecen en algunos medios periodísticos, que permiten sin censura esas palabras y ese espíritu crítico.

¿Podemos decir que un escrito es una interrogación sobre el poder y la política? ¿Un texto que suelta la imaginación y lleva unido al lector invisible? Es lo que dijo Charles Dantzig, hace diez años atrás, respecto del mismo tópico, con desenfadada digresión: el acto de escribir lleva unido el acto de leer, pero sin un dios de la lectura. Con razón, alguien por ahí dijo también que la vida está muy mal hecha. Y que escribir es una protesta contra esa vida de poder que negocian los guardianes rampantes de la libertad. La revuelta social y el fantasma del Covid, aunque tiende a nublarnos, nos compromete en lo que sentimos cada mañana o cada tarde cuando la palabra se eleva como un volantín.

Desde hace siglos, el ser humano ha necesitado la urgencia de escribir. Tal vez, para dejar huella de su tiempo. Para tratar problemáticas con arte y estética. Para dejar un registro de su época. O para generar actos de denuncia insubordinados y tácitos porque los escándalos son demasiados. Los griegos dejaron su herencia conmocionados por una época seductora, pero también llena de esclavos. Y de qué manera. Filosofía, poesía, tragedias. Mitos. Nadie se guardó de inventar algo. Al parecer. Pero también hubo escritores anónimos y majestuosos cuyos textos se perdieron en el tiempo. O bien los quemaron por odio o para olvidarlos en su arte. En alguna época, el acto de escribir estuvo reservado solo para algunos en un procedimiento tan sorprendente como elitista abstrayéndose de la vida práctica y del sentido común.

Pero ¿por qué escribir en tiempos de convulsión social y política? ¿Qué mueve o qué perturba, de manera indignante, incluso, lo que provoca en el propio país? En inicio de otro año es plausible traer a la memoria esos escritos generados en esta revuelta popular para ir devorando lo que observamos con disgusto en una mezcla de valiente espíritu y sensibilidad. No hay semana ni mes, desde ese octubre de 2019, que no haya aparecido un escrito, un texto, que refiriera, desde distintas perspectivas, lo que nos hierve a despecho y enojo. La expresión crítica de que un alto porcentaje de nuestra población y de la sociedad tiene contra el Estado, en el contexto de no aceptar más eso de que “tú debes hacer esto sin discutir”, es destacar lo que sucede en este hostil y cambiante espacio que nos toca vivir.

Aquí, la experiencia social de ir construyendo la verdad, de muchas personas, se ha ido acumulando y se expresa, de manera concreta, por sus mismos protagonistas que sienten y duelen con lo que realmente sucede en la nación: en los novedosos carteles y lienzos de las marchas, en los mensajes de las murallas de distintos lugares de pueblos y ciudades; en las voces mapuches que se irradian por todo el sur; en las sensibles cartas de las madres de los presos políticos que están en cárceles inmundas injustamente negados en su vida ciudadana; en las crónicas y columnas que aparecen en algunos medios periodísticos, que permiten sin censura esas palabras y ese espíritu crítico.

En el ámbito de que el control lo inunda todo, borrar la colonización de nuestro ser y espíritu se refleja en toda una gama de escrituras. Escribir, en este tiempo, es uno de los actos humanos más adquiridos que tenemos y en ese entendimiento hay que darse a valer. El deseo de libertad justifica el acto de escribir en las murallas, en medios de prensa, en carteles o en canciones. ¿Cómo leer una palabra sin vigilancia? Pocas personas creen que el problema es la frontera de pensamiento. Y que las escrituras son obras con un destino, aunque para nada dirigido. En la misma palabra oral nos encontramos que se lleva el ritual de la conversación esculpida en el acto del diálogo callejero, citadino, o en algún encuentro pasajero entre seres que solo desean extender sus ideas y sus angustias.

Un texto logrado, para no evadirnos, puede ser apasionante y nos descubre en lo que el autor o autora nos dice. La máxima es si se escribe desde el alma o desde lo que sentimos, aunque entremedio se sitúe el manido razonamiento. Los textos y escritos de este tiempo tienen el inapelable sentido de la reflexión, pero también de la indignación. Diríamos, como un compendio, a modo de título, La ciudad de la indignación es lo que nos llena porque todos y todas podemos saber lo que nos trae la comprensión del mundo, que se lleva nuestras vidas de manera tramposa, ya que leer aquellos escritos es mucho más interesante que revolotear en la moderación de los gestos y las palabras más todavía, pensando que existe en nuestra población el miedo y la tranquilidad pasmosa de una aceptación natural de las cosas.

Por desgracia tenemos este tiempo y, por fortuna, tenemos esta manera de ver el mundo. Y en ese conocimiento, escamoteado y perverso, escribir y contar son también maneras de dejar en evidencia nuestros actos y las propias contradicciones en esta historia nacional desoladora y hasta desgraciada. Por esa razón, dejemos a los que no se imaginan nada, a los que siguen haciendo sesgos a diestra y siniestra, a los que nos quieren desinformados y amorfos por la eternidad porque, afortunadamente, tenemos el frescor de la palabra, y por cada espacio que exista los que escriben preferirán decir sus propios juicios, sus propios ropajes en el hilo de las sensaciones buscando alimentar vidas y lectores admitiendo que el mejor de los mundos será cuando reconozcamos que para cambiar todo no hay que aferrarse a ese mundo torvo y añejo, sino que por todas partes está el cambio: en una muralla, en un libro, en una carta, en un cartel, en una pañoleta… en un vínculo sensible… ¿qué harás en este mismo momento, entonces?

Francisco Villegas
Doctor en Didáctica, máster en Didáctica de la Lengua y Literatura. Docente en Universidad Católica del Norte.