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Opinión

Injusticia epistémica en la constituyente

Por: Ignacio Moya Arriagada | Publicado: 15.02.2021
Injusticia epistémica en la constituyente Hermanos Walker en el Parlamento |
En Chile la injusticia epistémica abunda. Por tu género, por tu color de piel, tu apellido o el barrio en el que vives. Por estos motivos y otros, muchas personas son epistémicamente devaluadas y sus conocimientos menospreciados. Así, mientras incontables chilenos sufren esta injusticia, existen otros chilenos –una minoría– a los que se les ofrece lo que Fricker llama un “exceso epistémico”. Es decir, se valora el conocimiento y el testimonio de una persona más de lo que corresponde. Por ejemplo, por vivir en alguna de las tres comunas de la élite chilena; por haber estudiado en alguna universidad. También, por ser mediáticamente conocido.

Algunos chilenos están tan decepcionados del proceso constituyente que, a pesar de haber votado “Apruebo” en el último plebiscito, están pensando abstenerse de la elección de constituyentes porque el proceso ha sido tomado por las élites. Una vez más, no se ha escuchado la voz de ese ciudadano que no pertenece a los grupos de poder.

La “injusticia epistémica”, como la definió la filósofa estadounidense Miranda Fricker, consiste en negarle al otro su capacidad de “conocedora”. Negarle su capacidad de conocedora significa devaluar o menospreciar los conocimientos de alguien en virtud de alguna característica que es irrelevante para el caso. Por ejemplo, desvalorizar los conocimientos de una mujer por el sólo hecho de ser mujer. O de alguien por la “raza” a la que pertenece; o por su estrato social. Esto es un mal porque daña una capacidad humana que es esencial: la capacidad de dar testimonio, de compartir conocimiento y de ser recibido y escuchado como integrante de una comunidad.

En todos los casos donde se le niega a alguien esa capacidad de conocedora, se suele aplicar lo que Fricker llama un “déficit de credibilidad”. Es decir, le creemos menos y – crucialmente– no existen razones de peso que justifiquen ese déficit. Un caso, que la misma Fricker utiliza a modo de ejemplo, ocurre en la novela de Harper Lee Matar un ruiseñor. En ese libro, un niño de “raza” negra, Tom Robinson, es llamado como testigo por la violación y asesinato de una niña blanca, Mayella Ewell. Resulta que Robinson es inocente, pero nadie, ningún miembro del jurado, le cree. Y no le creen porque es un niño negro. Ser negro es razón suficiente para que su testimonio no sea tomado en serio.

En nuestro país, la injusticia epistémica abunda. Por tu género, por tu color de piel, tu apellido o el barrio en el que vives. Por estos motivos y otros, muchas personas son epistémicamente devaluadas y sus conocimientos son menospreciados. Así, mientras incontables chilenos sufren esta injusticia, existen otros chilenos –una minoría, por cierto–  a los que se les ofrece lo que Fricker llama un “exceso epistémico”. Es decir, se valora el conocimiento y el testimonio de una persona más de lo que corresponde. Por ejemplo, por vivir en alguna de las tres comunas de la élite chilena; por haber estudiado en alguna universidad. También, y esto es importante, por ser mediáticamente conocido. O por el hecho de ejercer alguna profesión. No es extraño que a alguien, por ser médico o ingeniero, se le ofrezca un exceso epistémico. Esto significa que sus conocimientos en otras áreas ajenas a las de sus estudios son valorizados más de lo que corresponde. No es que sus testimonios no deben ser valorados ni escuchados, el problema ocurre cuando se sobrevaloran. Si un ingeniero habla de salud pública se suele tomar ese testimonio con mucha más seriedad de la que se toma el testimonio de, por ejemplo, un funcionario de salud hablando sobre salud pública. En este caso, la injusticia epistémica es evidente.

¿Qué pasa con la elección de los futuros constituyentes? El pueblo de Chile imaginó un país más justo. La gente salió a la calle para exigir cambios. Y en esa lucha, obtuvo la oportunidad de desterrar para siempre la Constitución heredada de la dictadura. Se ganó la oportunidad de imaginar un nuevo país. Se ganó la oportunidad de hablar, dar testimonio, impartir conocimiento, de ser escuchado y ser tomado en serio. Esa oportunidad se la ganaron todos aquellos que han sido históricamente víctimas de la injusticia epistémica. La gente imaginó que ahora, por fin, iban a ser escuchados. Sin embargo, ¿qué está pasando en realidad? Las élites, a los que se le suele dar un exceso epistémico, están tratando de tomarse esos espacios. No le quieren dejar esos espacios a los “otros”, a los que nunca han sido escuchados. El primer acto de injusticia, entonces, ocurre cuando los integrantes de las élites se presentan como candidatos. En el instante en que personas de la élite cultural, económica y política del país empiezan a postularse para la Convención Constitucional, en ese momento, ya está ocurriendo una injusticia. Lo cierto es que no se trata de personalizar, pero tampoco de negar lo evidente. Es bastante escandaloso que, por ejemplo, los Walker, los Larraín, los Kast, los Aylwin y los Chadwick sean apellidos que se repitan con tanta frecuencia en los círculos de poder. Y que ahora se presenten como candidatos a la Convención Constitucional representa un acto de injusticia porque, sabiendo que se les ofrece un exceso epistémico, tienen más probabilidades de salir elegidos. Y ellos le sacan provecho a esa ventaja.

Típicamente, la defensa que se esgrime es que excluir a priori a alguien por su apellido es injusto; que una persona puede tener los conocimientos y los méritos necesarios para ser un aporte independiente de su apellido o su estrato social. Y, por último, se dice, en el caso de los cargos elegidos por votación popular, que es la ciudadanía la que determina si alguien merece el cargo al que está postulando o no. Nadie, nos dicen, se está imponiendo. Esto, en un sentido muy abstracto (casi platónico) es cierto. Pero las injusticias epistémicas ocurren en contextos concretos, en realidad sociales. Nuestro país arrastra una larga carga histórica que ha implicado la sistemática exclusión de las mujeres, los pobres, los indígenas y los que no pertenecen a la élite. Y ahora, en vez de dejar que ellos ocupen esos espacios (espacios que ellos mismos se ganaron), las élites se los quieren tomar. Los candidatos de la élite se presentan con tal ventaja que, en la práctica, callan las voces de los demás. El auténtico acto de justicia hubiese sido restarse del proceso. Escuchar, no para luego “representar” lo que piensa el otro, sino que escuchar para ver qué deciden aquellos que se atrevieron a imaginar un Chile mejor. Se entiende por qué algunos chilenos ya no quieren participar.

Ignacio Moya Arriagada
PhD. (c) en Filosofía.