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Opinión

Palabras acerca de un país

Por: Francisco Villegas | Publicado: 22.02.2021
Palabras acerca de un país | ©Nicole Kramm Caifal
El país que fue llamado «el jaguar de América Latina» en algún momento, quedó amarrado a un espejismo, cuyas partes no tenían derecho, siquiera, a padecer la materialidad de su particular existencia. Algo parecía que no era verdad en el país de la Divina Gabriela, con una frágil estabilidad que iba quedando expuesta al escrutinio ciudadano mientras las brechas sociales se extendían como consecuencia de un afiebrado consumismo acompañado de esa máscara del “aparentar” para olvidarse del vivir.

Es complejo saber lo que es un país. Es difícil conocer, desde la turbación, el camino largo de los destinos en encrucijada que asumen los ciudadanos de un país para su propia verdad: ceremoniosos o atribulados, en unos casos; explotados o conformados, en otros. Pero, algunas cosas las sabemos todos desde el sentido común. Para quien desee, entonces, en estos días saber de Chile, un largo país latinoamericano, tendrá que remitirse a ese profundo malestar de rebeldía y protesta social que sobrevino el 18 de octubre de 2019, en las estaciones de Metro de Santiago, y que generó una recobrada motivación política en sus habitantes. Este antecedente, de movilizaciones en calles, avenidas y plazas es, por supuesto, su propia crónica de esperanza para desafiar las dinámicas del poder, en todos sus niveles y aspectos, al gobierno y al mismo Estado.

Consideremos, mientras tanto, a pesar de las contradicciones, que durante los últimos 30 años la población chilena estuvo en un drama de la desmotivación y apartada de su identidad haciendo referencia a olvidos de subsistencia. La victoria popular del “NO”, a partir de un plebiscito en 1988, que permitió elecciones en Chile, pareció consumirlo todo como asumiendo el juego exacto de una seudo liberación. Ese equívoco legado fue, tal vez, la dimensión más contradictoria como país. Del mismo modo, es un destino que en otros territorios no habría pervivido. Las personas se han tenido que arrastrar para tener algo, preocupados de lo absoluto y de la insignificancia viviendo prestados, mes a mes, con la tarjeta plástica, lo que reduce a la mínima expresión un salario.

En esta agotadora existencia lo que engrosó esta condición lamentable es que el país se llenó de falsas soluciones, como obligando a la gente a seguir adelante, asumiendo que los sacrificios se alcanzaban sólo con dinero. Y se rodearon de caprichos espléndidos, sin pesar ni vergüenza, lo que dio origen a quedar domesticados en una sociedad que exhibía logros y deseos egocéntricos. Pero también inauguró, en el disimulo, el bio-poder, que fue igual a imponer una ahogada supervivencia en medio de la desmesura de las condiciones sociales y laborales de “nuestra casa país”. El día dejó de ser un torrente favorable, como búsqueda del bien, y el cuerpo social se llenó de protagonistas que dedujeron una red de relaciones como único terreno de fertilidad mediante planes burocráticos, en lo más insoportable de las tensiones públicas, para que la sociedad se hiciera amiga del Estado. El país que fue llamado el jaguar de América Latina en algún momento, quedó amarrado a un espejismo, cuyas partes no tenían derecho, siquiera, a padecer la materialidad de su particular existencia. Algo parecía que no era verdad en el país de la Divina Gabriela, con una frágil estabilidad que iba quedando expuesta al escrutinio ciudadano mientras las brechas sociales se extendían como consecuencia de un afiebrado consumismo acompañado de esa máscara del “aparentar” para olvidarse del vivir.

Treinta y tres años más tarde de aquel plebiscito, en Chile estalla una revuelta social y política que extiende la crisis con la aparición de un virus, dejándonos temerosos y opresivos, con tantas muertes; generando pérdida de miles de trabajos, interrumpiendo pavorosamente las clases en todos los niveles de enseñanza y, después de meses, con un colapso del sistema de salud que ha certificado un alto y denso porcentaje de ocupación de camas hospitalarias de un modo tal que el panorama es cada vez más adverso y sin opción de alguna inspirada estrategia gubernamental. Ahora el país está golpeado e intranquilo. La presión social no se detiene. En verdad, lo que existe es un estancamiento deliberado de la realidad. La población va construyendo como puede su existencia, aunque por las calles la saturación sea excesiva sin importar el decreto o la ordenanza. El resultado sostenido en Chile, más allá de toda lógica, fue que paulatinamente se perdió la confianza en su sistema de gobierno, aunque en nuestro territorio no estemos todavía persuadidos de plantear la raíz de toda crisis. Excepto aquellos que formulan un discernimiento crítico y con sentido de principios. Es decir, los que están de vuelta de aquel pulso optimista y que desean mostrar la realidad.

¿Por qué existió ese vacío que desenfocó todo en la sociedad chilena? Más aún, si hablamos de una sociedad cambiante, aunque incómoda, negada y dependiente sin involucrarse en la elaboración de una conciencia. Es probable que no podamos brindar una sola respuesta. Hay que tener en cuenta que el sistema político se extravió, en una actividad alienada entre el poder y las ganancias lo que significó, de manera caótica, dividir a la sociedad generando una de las mayores desigualdades del mundo. Ninguna cerradura política y económica puede, de manera despiadada, hacer olvidar a sus ciudadanos y ciudadanas de acudir a lo que debiera regalarles la vida: bienestar e identidad, justicia y dignidad.

En Chile, como en otros países, pareciera que la asfixia supera a la memoria junto a las malas decisiones gubernamentales y eso es lo que nos seguirá acompañando en sus diversas situaciones. Es lo que observamos con las altas cifras de la pandemia del Covid-19 y la larga lista de fallecidos que superan las 25 mil personas. Qué decir, también, de los cientos de presos políticos de la revuelta y de tiempos anteriores que claman su libertad, ahora y ya. Es lo que vemos y sufrimos. Sólo podemos preguntarnos, en esta certidumbre, si ahora nos escucharán. ¿Qué nos prometimos como sociedad: alguna dimensión exacta de solidaridad y las respuestas directas antes los abusos? O bien, si se recogerán las demandas ciudadanas que llevan 16 meses, en pleno denuedo, en las calles. A pesar de las apariencias de país y de lo que ocurre en realidad, y lo que nos ocurrirá… alguien quiere decirnos, reveladamente, que tenemos el cielo en nuestras manos. No hay que mencionar por qué. Ni siquiera a modo de consuelo.

Francisco Villegas
Doctor en Didáctica, máster en Didáctica de la Lengua y Literatura. Docente en Universidad Católica del Norte.