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Opinión

La ropa tendida y la que no debió caer

Por: Daniela Nazal | Publicado: 02.03.2021
La ropa tendida y la que no debió caer |
Hay ropa tendida subyugando el silencio, hay quienes lo saben y deciden callar. Sin embargo, también hay miles de mujeres y hombres recogiendo la ropa caída como la del pequeño Tomás, y de aquellos que no han podido confeccionar una nueva porque terminaron injustamente abatidos, en el profundo anonimato, pero en lugares donde el olvido no pudo llegar. Esa vestimenta es la que hay que recoger, limpiar, cuidar y no permitir que caiga más.

Hay vestimenta que a lo largo de nuestra historia quedó mutilada; otra cayó y sigue cayendo porque los tendederos están desgastados. Vestiduras que se consideran solemnes y se exhiben hasta en los museos, aunque tengan el broche dictatorial adornando la solapa. Hay mucha tela que se mancha, daña, desaparece y, extrañamente, no deja rastro. Ni contar aquella que permanece con el olor azumagado de tanto esperar por una justicia que nunca llega. La ropa cubre la ciudad, pero con abismante crueldad, hay quienes la desvisten.

El estallido social permitió deshacerse de prendas rotas y ajadas, de camisetas desteñidas, y, por último, consideró a quienes quisieron estampar su propio nombre en una de ellas para derrocar a esa mordaza del silencio que nos obligó, finalmente, a reconocer que hemos forjado construcciones humanas que no se adhieren al sonido del alma. Aquellas que se hacen desde los impulsos más primitivos, desde la ceguera mundana, con esas mentiras disfrazadas que terminan por escribir los epitafios en absoluto anonimato, porque tu nombre no fue considerado lo suficientemente valioso para quedar reflejado en la tablilla de la eternidad.

Pretender una clase política que se pasea con trajes suntuosos, acaparando las vitrinas mediáticas con una gran desaprobación ciudadana, no es sólo insistir en ostentar un poder alicaído y desmesurado, más bien, en una feroz desconexión que impide mirar profundo y, si fuera necesario, tan dolorosamente profundo. Porque mirar la sombra de quien presume su poder requiere, al menos, honestidad y mirar aquella que alberga a un país entero, implica recorrerlo a pies descalzos, sin espada y menos con una corona.

En los pueblos y ciudades de Chile, en cada rincón donde zigzaguean los montes desérticos y los verdes sureños, hay ropa sudada que se lava a mano, y viste con esfuerzo a esta larga y angosta franja de tierra y mar. Son aquellos anónimos que colorean el paisaje con tonalidades diversas y le dan fulgor a nuestra cultura identitaria. Pueblos originarios que siguen honrando las huellas de sus ancestros y luchando por su tierra sagrada, aunque los intereses políticos y económicos insistan en escribir sus propios libros de historia.

Y qué decir de aquellos atuendos exudados que se pasean por el paisaje desnudo del altiplano chileno. Miles de migrantes cruzando la frontera para intentar arrancar del olor que les recuerda la muerte. O como Francisco, que realizaba su espectáculo de malabarismo para deleitar a los transeúntes con su arte callejero, hasta que su camiseta negra quedó acribillada. Otra ropa que nunca debió caer.

Con todo esto, ¿es posible construir un abecedario nuevo que empiece en la “a” y termine más allá de la “z”?  Un lenguaje que permita decodificar los mensajes del alma, un vocabulario que contenga narraciones altruistas y progresistas para que, finalmente, la ropa ya no tenga olor rancio, tampoco una costura rota ni menos una talla que no esté a la medida de quien la use. Digo, para que podamos romper con esos discursillos manoseados que utilizan siempre las mismas frases rimbombantes, incluso aquellas vertiginosas y tan desafortunadas como pretender que estamos en “guerra”; para que los diálogos internos puedan  tener categoría de  urgente y  conduzcan a darles una pulsión sensata y colectivizada, una vez, claro,  que  seamos capaces de mirar el atuendo de ese otro u otra que está a punto de caer, porque la justicia clama y el hambre persigue al que no es considerado. Frases que permitan hacer uso de tu nombre con apellido incluido, sin la vestidura persecutoria para quienes creen firmemente en una construcción humana democratizadora y sin propósitos narcisistas. Diálogos que desechen la idea de que lo perdurable es lo que otorga valor significativo a las estructuras sociales, tomando en cuenta que la rueda política persiste siempre en el mismo giro, cuando ser pensado por una ideología no te hace, necesariamente, ni más sabio ni menos nefasto. Ya no debiera estar de moda ponerse gafas oscuras y obligar a usar overoles blancos para expulsar a quienes reclaman por su dignidad.

Hay ropa tendida subyugando el silencio, hay quienes lo saben y deciden callar. Sin embargo, también hay miles de mujeres y hombres recogiendo la ropa caída como la del pequeño Tomás, y de aquellos que no han podido confeccionar una nueva porque terminaron injustamente abatidos, en el profundo anonimato, pero en lugares donde el olvido no pudo llegar. Esa vestimenta es la que hay que recoger, limpiar, cuidar y no permitir que caiga más.

Daniela Nazal
Periodista.