Avisos Legales
Opinión

Carne de estatua

Por: Cristián Zúñiga | Publicado: 13.03.2021
Carne de estatua | AGENCIA UNO
Seamos claros: para la derecha ideológica, la estatua de Baquedano importa un carajo. Para estos pensantes derechistas, la real batalla Piñera la perdió, sin siquiera entrar a un campo de batalla, aquella madrugada del 15 de noviembre del 2019 cuando entregó, sin mayor resistencia, la Constitución del 80.

Siempre en la historia se han derribado y retirado estatuas con motivo de revueltas, revoluciones, conquistas, cambios de régimen o protestas. Nada nuevo bajo el sol. Sólo por citar algunos episodios: la dinastía Flavia borrando cualquier rastro monumental de Nerón y derruyendo el coloso que lo representaba; el retiro de las estatuas de Lenin tras la derrota de los regímenes comunistas en Europa; la caída de la estatua de Saddam Hussein en la invasión del Reino Unido a Irak; los talibanes haciendo explotar a los Budas de Bamiyan en Afganistán; el monumento de Hugo Chávez cayendo en Bolivia; Churchill vandalizado en Inglaterra; Pedro de Valdivia flotando en el río Valdivia. No es novedad que las estatuas desaten controversias y disputas en los territorios. Cada cierto tiempo, las generaciones de turno, sobre la base del momento actual (cuyos valores se asumen como superiores y definitivos), suelen enjuiciar a sus antagónicas realidades pasadas. Sabido es que la historia es un territorio en disputa, constantemente revisitado y reinterpretado por historiadores, filósofos, publicistas y líderes mesiánicos. Quizás por lo mismo, es que los panteones y monumentos requieren del cuidado permanente de convenciones e instituciones patrimoniales, de lo contrario, terminarían expuestos a los vaivenes epocales.

No deja de ser significativo que la mayoría de las estatuas ubicadas a lo largo y ancho del mundo correspondan a figuras religiosas, militares y políticas. Debe ser porque nuestra civilización se ha fundado sobre mitos y estos, desde la vieja Grecia en adelante, han sido relatados y esculpidos en base a sangre, poder y el miedo a la muerte. Para el filósofo Peter Sloterdijk, el mito no suprime la desazón; la hace soportable en tanto que la explica.  La regla fundamental de la dinámica del mito reza: cualquier historia es mejor que ninguna historia. También un mito oscuro aclara la situación en tanto que proporciona a la desazón un marco. A menudo incluso impide que aparezca la desazón, por cuanto la explicación se anticipa al sentimiento. Sin embargo, el desconcierto originario, para cuya superación se creó el relato (o se levantó la estatua) se incrementa cuando la explicación del mito aparece como algo difícilmente soportable. Es lo que ocurre con el monumento del general Baquedano, uno que ni en los más encendidos días de la revuelta de 2019 (como tampoco ocurriera en la celebración del NO a Pinochet, ni en muchas otras jornadas de festejos deportivos), padeció intentos de derrumbe. Por el contrario, sobre los hombros del militar y su caballo abundaron las banderas mapuche y consignas de integración de los pueblos.

Puede que, por aquellos días de estallido, las revueltas pasiones que posaban sobre el monumento no supieran respecto a las andanzas pretéritas de Baquedano en Perú y la Araucanía, mismas desde donde surge el mito del “vencedor, jamás vencido”. Al parecer, ni el alcalde de Recoleta (habitué visitante a la Plaza de la Dignidad y que ahora figura celebrando el retiro de aquel general “genocida y violador”) sopló a los manifestantes respecto a la trayectoria del militar en cuestión (puede que el trauma de las estatuas de Lenin y Stalin le provocaran un lapsus). Recién ahora, a 17 meses de ocurrido el estallido social, el monumento de Baquedano es llevado al tribunal de la historia. Por supuesto que este episodio no llega como aquel ocurrido en Irak cuando las fuerzas británicas teledirigieron el derrumbe de la estatua de Hussein. Tampoco aparece como el espontáneo retiro de las estatuas de Stalin una vez que las banderas soviéticas se retiraban de los territorios ocupados por el ejército rojo. La batalla por la estatua de Manuel Baquedano es un nuevo episodio de la novela absurda creada por el actual gobierno. Una guerra que parece residir, única y exclusivamente, en la mente de Piñera. Para el mandatario, aquella desértica y tosca plaza, ocupada puntualmente cada viernes por manifestantes y carabineros, pasaría a convertirse en una especie de poema épico del Chile actual, uno donde supuestamente se disputaba la batalla entre el Estado de derecho y los anarcos.

Seamos claros: para la derecha ideológica, la estatua de Baquedano importa un carajo. Para estos pensantes derechistas, la real batalla Piñera la perdió, sin siquiera entrar a un campo de batalla, aquella madrugada del 15 de noviembre del 2019 cuando entregó, sin mayor resistencia, la Constitución del 80. Lo cierto es que las revueltas de la Plaza Italia nunca fueron, ni serán, un poema épico y Piñera no quedará recordado como un Homero junto a su Ilíada. Quizás, sólo para algunos anacrónicos la estatua de aquel militar que, hasta hace pocos meses, era una especie de soldado desconocido desate pasiones y simbolice algo importante. Incluso para el Ejército su retiro derivó en un breve comunicado donde se destaca su heroísmo en la guerra que consiguiera la ocupación del territorio desde donde hoy se extrae el cobre.

Tampoco para la derecha política este episodio ha significado mucho. Sólo un puñado de parlamentarios, cercanos a José Antonio Kast, acudieron a despedir al monumento y la UDI hizo un leve amague de presión al gobierno. Una presión que fue prontamente descomprimida con la promesa que Piñera les hiciera: asegurar que la estatua sale a restauración, para luego regresar a su tradicional espacio (lo más probable es que la intención oculta de Piñera sea que este proceso de restauración se extienda hasta el 11 de marzo del 2022).

En la literatura de Hegel existe una idea que se repite una y otra vez: los seres humanos buscamos incesantemente que el valor que nos atribuimos a nosotros mismos sea aceptado y reconocido como tal por los otros, por una conciencia distinta a la nuestra. Es la característica de la condición humana desear, en la soledad de nuestras conciencias, el reconocimiento del otro. No cabe duda que, en el caso de Piñera, este rasgo se devela exacerbado. Es el caso de un hombre que, a costa de lo que sea, va buscando, una y otra vez, la aprobación (o una simple risotada) en las masas. Pero la historia suele ser implacable con los malos políticos: esos que no con capaces de estar a la altura de las circunstancias. Polibio veía a la historia como una rueda, un círculo en el que todo tiene un momento de auge para en la vuelta siguiente caer y así hasta que principia a girar de nuevo. En este caso, y por más vueltas que dé la historia local, es poco probable que Piñera logre acceder a ese codiciado estatus inmortalizador de la denominada “carne de estatua”. Puede que, en el futuro, la imagen que más se acerque a una estatua de Piñera, sea aquella foto en la que el mandatario aparece posando, risa en boca y de piernas cruzadas, junto a un desalojado general Baquedano.

Cristián Zúñiga
Profesor de Estado. Vive en Valparaíso.